Formas
Es fácil imaginar al señor Guerra anegado de santa indignación por el asunto del Mystère. '¡Qué país de bárbaros!", exclamará probablemente ante sus íntimos, fruncida la boca en un mohín de disgusto imperial. En qué Estado moderno impedirían el paso a las raudas comitivas oficiales.. Que le digan a Reagan, por ejemplo, que se ponga en fila en un peaje. "Somos un país de opereta", aducirán, enardecidos, los guerristas y Guerra. Y don Alfonso se sonreirá con displicencia, derramando desprecio por la comisura de los labios y pensando que esta sociedad cerril no merece su afilada mente de estadista.
Desde luego, el asunto es una menudencia. O sea, un detalle. Una cuestión de formas. Sólo que las formas son un espejo del fondo de las cosas. De la esencia. Los propios socialistas, que no son ni mucho menos tan tontos como a veces parecen, saben bien la importancia de lo formal. Recordarán ustedes que al principio no hacían sino hablar de la utilidad de los detalles. Había que tratar de usted al presidente. Y guardar protocolos. Y crear la figura del jefe de la oposición,para darle más lustre al tingladillo. Todo lo que sea reforzar lo institucional les parece de perlas. Son, en suma, celosos guardianes de las formas que contribuyen a la construcción de una formalidad superlativa.
Ahora bien, cuando Felipe se embarca en el Azor, cuando Guerra pretende colarse y luego tiene el morro de pedir un Mystère; cuando rompen, en fin, las formas de la coherencia y de lo digno, la cosa es diferente. Qué tontería emperrarse en un detalle tan nimio y tan carente de sentido, argumentan. Porque las formas sólo parecen guardar significado para ellos cuando se ciñen a los rituales del poder.
Estoy segura de que Reagan pasaría como una exhalación ante el atasco. Pero tambien sé que, en Suecia, los mandamases en vacaciones se esperarían su cola. Todo depende de las formas que escojas respetar. Es decir, del concepto del mundo que poseas. Porque las formas son un reflejo de lo que llevas dentro. O sea, que se les ve el plumero.
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