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Quijotismo: el ideal

Un alto ideal, la recatolización de España y la catolización del Nuevo Mundo, animó a la España de Carlos V y Felipe II: Mühlberg, San Quintín, Trento, Lepanto... Sirviendo a ese ideal y viviéndolo en su alma perdió su mano Cervantes en la ocasión famosa, y todavía sentía dentro de sí su caliente rescoldo en 1612, al prologar las Novelas ejemplares. Pero tras la desventura de la Armada Invencible (1588), tras su desencantador contacto con la burocracia real, como aspirante a un empleo en Indias (1590), tras su penosa experiencia como requisador de trigo y aceite para la armada y su ulterior prisión en Sevilla (1597), ¿podía Cervantes considerar razonable ese ideal? No, y así nos lo hace ver una lectura atenta del Quijote.Tal es el sentido que, más allá de la letra que lo describe, puede advertirse en el trato de Don Quijote y Sancho con don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán y su hijo Lorenzo.

Es don Diego un hidalgo bondadoso, pacífico, poseedor de un holgado patrimonio y muy bien avenido con el recto y ecuánime uso de éste. Su razonable ideal es seguir viviendo con el tranquilo disfrute de los bienes que su linaje le ha deparado. Sólo un pequeño pesar altera tan plácida dicha: que su hijo Lorenzo, estudiante en Salamanca, prefiera la poesía y las letras clásicas1 y no las leyes o la teología, las dos vías regias, a los ojos de don Diego, para llegar a ser corona de su linaje. Pero qué le va a hacer el bueno de don Diego; tener todo lo que se desea no es en este mundo cosa posible.

Razonable y conformista, frente al no razonable ideal de tantos españoles empeñados en la recatolización de Europa, es el que alienta en el alma de don Diego de Miranda. Razonable, pero inconformista -en fin de cuentas, el de los nada bien tratados humanistas del siglo XVI; véase el revelador libro de Luis Gil-, es el que anima la vida de su hijo Lorenzo. Poesía y letras clásicas; al cultivo de una y otras quiere Lorenzo entregarse, aunque esto le obligue a descuidar el regimiento de la hacienda familiar. Versificar con gusto e ingenio, conocer quiénes fueron Píramo y Tisbe y recitar de corrido muchas estrofas de Homero y Virgilio, tal es la meta ideal de sus trabajos en Salamanca.

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Por dos vías discurrieron en Italia, y por extensión en toda Europa, los mejores afanes inte lectuales del Renacimiento: el humanismo y la ciencia de la naturaleza. Sensible a la vida literaria que conoció en Italia Cervantes vio como ideal razonable el empeño de los humanistas, y bien reiteradamente lo demostró con toda su obra, no sólo con el Quijote. ¿Fue igualmente sensible a la empresa que, en los decenios centrales del siglo XVI, llevaron a cabo Copérnico, Vesalio y Paracelso, los tres grandes iniciadores de la ciencia que luego llamaremos moderna y, aunque en forma menos aparente, de la poderosa técnica que esa ciencia llevaba en su seno? A ninguno de ellos cita, y es muy probable que de ninguno de ellos tuviera noticia. Pero por modo irónico, a través de una de las melancólicas reflexiones de Don Quijote acerca de su sino, Cervantes adivina, el poder de esa técnica y, si se sabe entender el sentido de la iroma cervantina, se duele del menosprecio con que la miran los españoles tradicionales.

Apegado a las armas antiguas de que se valen los caballeros andantes, espada, lanza y escudo, Don Quijote mira con temeroso recelo -él, tan valeroso- las que la técnica moderna está poniendo en uso: "Aquestos instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención... Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este oficio de caballero andante en edad tan detestable como esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí níngún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora o el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso".

La pólvora y el estaño; en este caso, los símbolos de las armas y los artefactos que el progreso técnico del naciente mundo moderno está trayendo a Europa. Don Quijote los teme, y el socarrón e inconforme Cervantes, que barrunta lo que en Inglaterra, en Francia, en Italia y en Flandes se está iniciando, oblicuamente los echa de menos. No parece ocurrencia fortuita que en el soneto con que burlescamente comenta el retraso de las compañías del duque de Medina en su marcha hacia Cádiz, durante quince días ocupado por los ingleses del conde de Essex Gunio,de 1596), escriba Cervantes, aludiendo sin rodeos a la tropa del duque: "De quien el vulgo y no el inglés se espanta". A los ojos de Cervantes, algo, y no el valor, empezaba a fallar en la eficacia militar de España.

Pongamos una junto a otra esta irónica estimación del poderío de la técnica moderna y la divergencia entre las respecti,vas aficiones de Don Quijote y Sancho, tan hábil e intencionadamente puestas de manifiesto por Cervantes cuando describe la ocasional estancia de uno y otro en la cómoda casa del Caballero del Verde Gabán.

Sancho, "que se hallaba muy bien con la abundancia de la casa de don Diego", con éste congenia bien pronto y con su compañía se complace. De natural conformista, aunque le tiente el gobierno de la ínsula que su señor le ha prometido, en casa de don Diego sueña sin tapujos con que su menesteroso conformismo de aldeano pobre sea el conformismo cómodo del rico hidalgo que le hospeda. Don Quijote, en cambio, es con el inconformista Lorenzo con quien de veras se entiende y gustosamente platica. Por la vía del humanismo, tal como el naciente mundo moderno lo concebía, no por la aventura histórica que hace más desgraciada que prudente a la gran nación española, debería moverse el ideal -razonable ideal- de la España que tras el desastre de la Armada Invencible ya empieza a batirse en retirada. Y la estimación cervantina de la técnica que irónicamente late en ese recelo de Don Quijote, ¿no está diciendo hasta a los sordos que el cultivo de ella era para Cervantes la otra mitad del ideal razonable que en tomo a sí él echaba de menos?

"Si algún día viniera alguien y nos descubriera el perfil del estilo de Cervantes", escribía Ortega en 1914, "bastaría con que prolongáramos sus líneas sobre los demás problemas colectivos para que despertáramos a nueva vida". El propio Ortega, y luego otros, con Américo Castro y Luis Rosales a su cabeza, han descubierto el perfil del estilo de Cervantes. A él pertenecen también, me atrevo a pensar, las reflexiones precedentes. En el seno del Quijote laten la ilusión de la España que podría ser, la melancolía de ver que la España que es no se decide a levantarla y -pese a todo, más allá, por tanto, de la ironía- un profundo amor a España, a la vida y a la inteligencia. Al cabo de tantos y tan hondos cambios, un sentimiento semejante invade el alma de quien sensiblemente lee hoy sus inmortales páginas.

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