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A cuestas con el viejo diván

El Ayuntamiento recoge a domicilio 75 toneladas mensuales de muebles usados

Ese diván de muelles imposibles o la nevera de la abuela que nunca funciona no tienen por qué acabar sus días en alguna zona de desechos. Aparte de los socorridos chamarileros, Madrid ofrece dos posibilidades más: el servicio municipal de recogida de muebles viejos -que transportó el pasado año 900 toneladas de mobiliario inservible- y los Traperos de Emaús, un grupo de 10 jóvenes creado dentro de la Coordinadora de Barrios.

Unos minutos después de las siete de la mañana, salen diariamente de las cocheras municipales de la calle Santa Genoveva cuatro camiones y dieciséis obreros. Forman la flota del servicio creado por el Ayuntamiento para recoger muebles viejos a domicilio (tfno: 405 21 19) y evitar así que la gente los deje abandonados en la calle. Cada camión habrá de completar una ruta de unas ocho viviendas. Es la mejor salida para todo aquello que no tiene aprovechamiento alguno. Su destino, salvo casos aislados: el vertedero municipal de la carretera de Valencia.Cuando fue creado en 1980, un solo camión cubría la demanda. El pasado año, ante la avalancha de peticiones, se amplió el servicio a cuatro unidades. En 1986 se realizaron 3.700 servicios que supusieron 650 toneladas. En 1987, los servicios fueron 5.000, y las toneladas recogidas 900.

Si al principio se cobraban 640 pesetas por cada 50 kilos (peso aproximado de una lavadora antigua no automática); ahora el precio es considerado simbólico: 100 pesetas por cada 50 kilos. Los distritos de Chamberí, Chamartín, Retiro y Salamanca son los más visitados; mientras que otros distritos, de habitantes más modestos, apenas suponen 13 peticiones al mes.

Las quejas de los usuarios siempre apuntaban a la tardanza del servicio (hasta 40 días desde que lo solicitaban), pero desde que se amplió a cuatro camiones, la demora es de 10 a 20 días. En teoría, el usuario tiene la obligación de bajar los enseres al portal, dejarlos a pie de calle. "En la práctica", según el responsable del servicio, Enrique García Sánchez, "muy pocos lo hacen. La verdad es que la gente colabora poco".

En las naves de la calle Cabo Tarifa, en el Pozo del tío Raimundo, tienen el almacén los traperos de Emaús (tfno: 785 57 97), una iniciativa surgida dentro de la Coordinadora de Barrios como taller ocupacional para jóvenes cuya principal rémora ha sido la droga. Traperos de Emaús es una red internacional nacida en Francia y formada por personas de circunstancias problemáticas que viven de recoger ropa y mobiliario viejo cedido gratuitamente, repararlo y, ya con mejor aspecto, volverlo a vender.

En Madrid son 8 chicos y 2 chicas de entre 16 y 31 años, que cuentan, con resentimiento social, cómo el trabajo apenas les da para cubrir gastos y ganar cada uno 15.000 pesetas semanales.

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Disponen de una camioneta y realizan seis o siete servicios diarios. Lo arreglado lo venden después en la tienda que tienen en el número 7 de la calle Provisiones. "Nuestra mejor publicidad es que cumplimos muy guay, y, eso se va corriendo de boca en boca", dice Carlos Sánchez, casado y con una hija, que fue carpintero antes de terminar como trapero. "Aquí cada uno tenemos nuestra misión".

A falta de especialista que los arregle, los electrodomésticos los mal venden a un chamarilero tal como los recogen. Los televisores, a 500 pesetas cada uno. El chapajo lo venden a 5 pesetas el kilo. La chatarra, a 8. El aluminio, a 120.

Un lunes de trabajo

A las 7.45 de la mañana, Miguel, Pablo, Ramón y Antonio uno de los equipos municipales de retirada de enseres viejos llaman a un piso de la calle Francisco Silvela. La dueña de la casa había pedido que vinieran para llevarse un colchón pero ahora se disculpa: "Justo ayer se lo dí a una vecina". "Aunque se avisa la víspera, cosas de éstas son bastante habituales", comenta Miguel.El próximo punto está en el número 33 de Diego de León En la azotea de un edificio de siete plantas espera un montón de cosas que pesará unos 400 kilos entre lámparas, tinajas, sillas, maletas, somiéres, cazuelas. Total: una hora de trabajo. La señora aprovecha para que le bajen, de paso, tres bolsas de basura. En una casa de la calle Pedro de Valdivia los desterrados son un frigorífico y un televisor que no caben en el ascensor. La señora se muestra desconfiada a la hora de firmar el papel que servirá después para pasarle la factura. "¿Y esto quién lo paga?". Porque yo firmo aquí sin saber cuánto pesa, ni quien lo va a pesar, ni nada".

"La gente suele tomárselo como una obligación del Ayuntamiento", concluye Miguel ante las pocas amabilidades que reciben de la gente.

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