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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El terror en la derrota

HASTA HACE unos años, no era infrecuente escuchar de boca de los portavoces civiles de ETA, así como de algunos voluntariosos legitimadores exteriores, el comentario según el cual con las acciones de esa organización se podía estar de acuerdo o en desacuerdo, pero que en modo alguno podían ser calificadas como terroristas en el sentido en que lo serían los atentados de ciertos grupos fanáticos de otros piñes. Por entonces, los estrategas del abertzalismo violento sostenían que las acciones armadas tenían que estar presididas por una cierta moral: la del combatiente que trata de hacer víctimas en las filas del enemigo y, simultáneamente, de mostrar al pueblo la naturaleza vulnerable de ese enemigo.Está de más recordar que nada quieda ya de aquel discurso, pese a lo cual todavía hay personas que consideran que lo verdaderamente terrorista es "llamar terroristas a los combatientes por la libertad de Euskadi". Esas personas se proclamarán sin duda personalmente contrarias a la crueldad que implica asesinar a un anciano de 81 años cuando sale de misa y radicalmente opuestas a la colocación de un artefacto mortífero en plena calle. Pero a renglón seguido afirmarán que para acabar con tal situación indeseable resulta imprescindible que la mayoría abrumadora de los ciudadanos se pliegue a las exigencias de la minoría que provoca tan gran inquietud. Incluso habrá quienes consideren que es una exigencia ética que, a fin de evitar más desgracias, se acepte de una vez el principio según el cual las reivindicaciones de tina minoría son atendibles por el hecho de que también son demandadas por los que matan.

En el extremo opuesto, quienes se extasían ante la eficacia demostrada por el Ejército británico a la hora de acribillar terroristas en Gibraltar -aunque sea al precio de cerrar cualquier posibilidad de salida al conflicto del Ulster- deducen de los últimos atentados de ETA que quienes apoyaron los intentos del Gobierno por acelerar el fin de la violencia mediante alguna forma de negociación pecaron de grave irresponsabilidad por haber difundido "expectativas triunfalistas" que ahora aumentarán la frustración. Poco importa que algunos de quienes ahora acusan se distinguieran hace escasas semanas por anunciar que "la tregua de ETA ya es oficial" o por expedir partes de defunción de esa organización.

ETA es una organización terrorista que busca expresamente provocar un miedo incontrolable y generalizado mediante la práctica indiscriminada de la violencia. Cuanto más arbitraria sea la elección de las víctimas, mayor será el efecto amedrentador. Entre quienes, sinsiquiera sospecharlo, padecen más intensamente ese efecto figuran los que ante cada nuevo atentado multiplican sus llamamientos en favor de que sean atendidas las demandas utilizadas por ETA como coartada, incluyendo quienes se dan buena conciencia asegurando que se trata de desdramatizar esta guerra. La única forma de desdramatizar la situación es dejar de matar, no matar de manera más honorable con la excusa de que se trata de una guerra. Por lo demás, si es cierto que existen sectores próximos a ETA dispuestos a buscar una salida, no será halagándolos o dispensando los crímenes como se les ayudará a imponer sus puntos de vista en el mundo del radicalismo violento.

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Pero si es cierto que a estas alturas son escasas las esperanzas de conmover el fosilizado corazón de los que matan y los que mandan matar, condenando así a los 500 presos de ETA a pudrirse en las cárceles, no lo es menos que para acabar con ETA se requiere, junto a la eficacia policial, la demostración permanente de la superioridad moral de los demócratas. Esa superioridad permite la generosidad. Efectivamente, se ha demostrado que el intento de negociación de Argel era prematuro, porque la cúpula de ETA no se siente todavía suficientemente acosada. Pero la mera esperanza en un final no traumático de ETA ha servido para que las fuerzas nacionalistas vascas, incluyendo sectores de Herri Batasuna, modifiquen su discurso en el sentido de anteponer las convicciones democráticas a la tentación de instrumentalizar la violencia. Y la sociedad vasca ha sido sensible a esa modificación. ETA no ha sido aniquilada, pero ha sido vencida políticamente. Y ello ha sido fruto del intento de diálogo. Ahora es responsabilidad de los portavoces civiles de los violentos convencer a éstos de que la oferta de reconciliación no puede ser, por su propia naturaleza, ilimitada. Y de que los plazos se agotan.

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