La resurrección húngara
Una manifestación de tal magnitud supone en Hungría un hecho de trascendental significado. En este país una revolución nacional y social fue aplastada en 1956, año al que siguieron otros tres en los que tuvo lugar una ola de ejecuciones; un país en el que hace 15 años el hecho de organizar una manifes.tacion podía ser castigado con la pena de muerte (y esa legislación existe todavía).Más importante que el hecho en si es el carácter de la manifestación: los discursos de los disidentes que ocuparon el lugar de sus colegas arrestados enfatizaron una continuidad nacional y revolucionaria: la tradición de tres revoluciones. La primera fue la revolución de -marzo de 1848, un día memorable en el que una Hungría todavía medio feudal y dependiente hizo un esfuerzo gigantesco para convertirse en una nación moderna y soberana. La segunda fue la revolución de octubre de 1918, cuando el pueblo de Hungría puso un decidido final a una criminal política de guerra, declaró a Hungría república autónoma y anunció con la voz de sus líderes -liberales, demócratas, socialistas y socialdemócratas-, la necesidad de imponer generalizadamente unas reforma! sociales. La tercera revolución, cuya memoria resucitó hace pocos días en Budapest, ha sido la víctima del estalinismo y el neoestalinismo desde hace más de 30 años. Ésta fue la revolución antiestalinista de 1956, en la que el pueblo de Hungría gobernó en su propia casa durante 13 días.
En ese corto plazo de tiempo el Gobierno revolucionario de Inire Nagy, quien fue ejecutado dos años más tarde por orden directa de Jruschov, decretó el abandono del Pacto de Varsovia y declaró neutral a Hungría e introdujo un pluralismo parlamentario y multipartidista basado en unas elecciones libres. Este sistema iba acompañado de una red de consejos revolucionarios de trabajadores que estaban decididos a erradicar el estalinismo y a transformar la estatización en una socialización revolucionaria.
Cuando los 10.000 manifestantes en Budapest conmemoraban la tercera revolución liberadora de la moderna historia de Hungría, estaban poniendo un punto final, con toda valentía, a una amnesia artificial impuesta en Hungría por las bayonetas extranjeras y la policía secreta interna. El gran acto revolucionario colectivo que fue el levantamiento de 1956 ha sido borrado por la fuerza de la memoria del pueblo húngaro. Ahora este gran evento ha sido resucitado y se ha restaurado la continuidad revolucionaria y progresista de la historia de Hungría.
Una deuda como la brasileña
El Gobierno kadarista, que sistemáticamente ha hecho abortar todos los planes para reformar la estructura política y que ha congelado la mayoría de los planes de auténtica reforma económica, ha acumulado una cantidad de deuda exterior sin precedentes en un intento de prostituir al pueblo con una fiebre de consumo mantenida artificialmente.
El nivel per cápita de la deuda húngara, en números absolutos de alrededor de 16 billones de dólares, se iguala a las deudas nacionales mexicana y brasileña. El país está próximo a la bancarrota, la inflación crece, el paro aumenta y se han introducido o se van a implantar estrictas medidas de austeridad, aumentando la, en cierta medida, desigualdad existente. Y, sin embargo, la gran sabiduría colectiva de los manifestantes de Budapest ha consistido en exigir democracia. Los organizadores y los participantes espontáneos de la manifestación entendieron que si en el futuro se crean instituciones libres, en principio todos los temas sociales pueden resolverse; sin libertad política, todo permanecerá inalterado.
Hay además dos características claramente positivas en la manifestación húngara de marzo. La primera es su carácter laico, no religioso. Independientemente del dato de cuántos húngaros son creyentes y cuántos son indeferentes en temas religiosos, la escena política de la oposición húngara, a diferencia de la polaca, está bajo el control de un pensamiento democrático seglar y no de un fervor religiosonacionalista.
La segunda característica positiva de la actual atmósfera política en Hungría es la de un inteligente realismo. La revolución húngara de 1956 se ha visto acusada de un optimismo desmesurado y romántico, incluso de aventurismo político. En reafidad.esta acusación es injusta. La oposición húngara y los manifestantes espontáneos actuaron en 1956 tan sólo cuando hubo una esperanza abstracta de que la URSS podía estar dispuesta a algunos compromisos con un movimiento húngaro hacia la democracia y la autonomía.
De manera parecida, la manifestación actual, que puede ser considerada como una exposición del deseo político colectivo húngaro, parte de la presunción, corroborada por la cautelosa actuación de Gorbachov en Yerevan, de que hay por lo menos un cierto grado de realismo en el nuevo liderazgo soviético. Porque la cautela y el coraje conjuntamente son los progenitores de una política democrática radica
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