La colección Thyssen
TRAS MESES de largas y complicadas negociaciones, el anuncio oficial de una propuesta de cesión temporal al Museo del Prado de la colección Thyssen-Bornemisza es ya un éxito. España competía con países tan poderosos como la República Federal de Alemania o con instituciones privadas tan solventes como la Fundación Getty, de Estados Unidos, para conseguir el depósito de esta colección privada, sólo comparable en importancia con la que posee la familia real británica. Aunque todavía falten por negociarse las condiciones concretas del acuerdo, todo apunta a que la colección Thyssen-Bornemisza vendrá a España. La instalación de esta colección en el palacio de Villahermosa confirmará al Museo del Prado, del que depende, como una de las primeras pinacotecas del mundo.Pero reconocer la importancia del principio de acuerdo logrado no implica olvidar las incertidumbres que pesan sobre él. Por una parte, las negociaciones han estado rodeadas de un cúmulo de elementos sentimentales, en absoluto objetivables, y nada impediría que esos factores puedan jugar mañana en sentido contrario a la instalación definitiva de la colección en España. Por otra, la peculiar combinación de secretismo y euforias a lo Bienvenido mister Marshall durante estos meses hace que no exista ninguna información solvente sobre lo que van a pagar los contribuyentes por esta donación. En particular, se ignoran las garantías que ofrece el acuerdo para el caso de que las inversiones necesarias para la instalación provisional de las obras no puedan ser rentabilizadas mediante un compromiso para su instalación definitiva.
Pero no se trata sólo de reflexionar sobre lo que ha ocurrido, huyendo de mezquindades y particularismos, sino, sobre todo, de aprender para el futuro. De consolidar los elementos positivos de las políticas oficial y privada actualmente en curso, que han dado importantes frutos en el capítulo de las exposiciones temporales y que también empieza a darlos en el hasta hace muy poco negro capítulo de las adquisiciones. De desarrollar los estímulos necesarios para el fomento y la protección del mercado artístico y encarar por fin la remodelación de nuestros museos más importantes, sin cuyo adecentamiento y mantenimiento digno resulta impensable que nadie considere convertirlos en destinatarios de una donación.
Si se actúa así no habrá que preocuparse por las dificultades que puedan surgir hasta ver completamente ultimadas las gestiones de lo que ya empieza a tomar el cariz de un acuerdo firme: que la colección Thyssen-Bornemisza se integre sin restricciones de ningún tipo a nuestro patrimonio artístico, con lo que éste se convertiría sin ninguna duda, en el apartado de colecciones pictóricas oficiales, en el mejor del mundo.
Por contra, si prosperan los recelos y si los protagonistas más o menos velados de estas actitudes proceden de puestos administrativos de alta representación en el sector, correremos el grave peligro de que las fundadas esperanzas de convertir este acuerdo en definitivo se vengan al traste.
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