_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europa, vertebrada

Juan Luis Cebrián

El eje Bonn-París-Madrid está ya en marcha, y con él, una nueva teoría sobre la construcción política europea. Quizá podría resumirse así la lección fundamental de lo sucedido en la cumbre de Bruselas de jefes de Estado y de Gobierno de los países de la OTAN, reunión en la que, por vez primera, Felipe González asumió sin reparos la doctrina de la disuasión nuclear que predica la Alianza.Para los españoles, poco habituados todavía a las concepciones que sobre seguridad y defensa imperan en el continente, las polémicas sobre el futuro de los cohetes nucleares resultan suficientemente abstrusas. Tendemos a enfocarlas desde un punto de vista exclusivamente moral -y la inmoralidad de un arma capaz de destruir a la humanidad, como es la atómica, parece obvia-, pero se nos escapan con frecuencia los aspectos políticos de la cuestión. En realidad, sucumbimos al espejismo de creer que esos misiles son militarmente efectivos, cuando resultan las primeras armas que el hombre ha inventado con el inconfesado destino de no ser utilizadas jamás. Pasa a la página 11

Europa, vertebrada

Viene de la primera páginaAhora, las discusiones sobre el desarme están enmarcadas por una realidad planetaria que todavía no ha digerido suficientemente el mundo: el cambio en la Unión Soviética, y su área de influencia, anuncia algún tipo de democratización de sus estructuras políticas y económicas. Hay mucha discusión sobre la fiabilidad del proyecto de Gorbachov, pero muy poca sobre los efectos inmediatos en la cultura política occidental de un eventual triunfo de la perestroika. Por decirlo de alguna manera, a la pregunta de si queremos los occidentales que Gorbachov triunfe, supere las contradicciones y obstáculos internos que se le enfrentan y promueva un cambio de las dimensiones que prometa, la respuesta más frecuente es la afasia. Porque toda la política, la economía, la defensa, la geoestrategia, el reparto del mundo y la pasión intelectual de esta segunda mitad de siglo han venido marcados en Occidente por la convicción inamovible de que Rusia es el enemigo.

En torno a esta definición se ha construido trabajosamente, a lo largo de décadas, una doctrina de seguridad que justifica el gasto de cientos de miles de millones de pesetas en la construcción de armas costosísimas, terriblemente mortíferas y absolutamente inútiles desde el punto de vista militar. Esta doctrina -denominada de mutua destrucción asegurada- se encuentra en la base de la llamada respuesta flexible de la OTAN, que oculta, bajo eufemismo tan particular, la decisión de responder con un ataque nuclear a toda agresión soviética en Centroeuropa, aunque esta sea hecha mediante armamento convencional. Los detractores de dicha política olvidan con frecuencia que, a decir verdad, Europa conoce el más largo período de paz de su historia en gran parte gracias a ella; y es plausible suponer que el fantasma de la guerra nuclear ha alejado otras amenazas ominosas, como la del empleo masivo de armas químicas o bacteriológicas. Pero quienes apoyan la disuasión nuclear no reparan en el carácter perverso de una política que sólo garantiza la supervivencia a base de prometer el holocausto general, y que ha mantenido, en efecto, la paz en Europa a costa de condenar a más de la mitad de ésta a una existencia privada de libertad y sometida a los dictados absolutos de la potencia soviética.

Ha sido Gorbachov el que ha venido a romper las reglas de un juego lleno de naipes, marcados y que había servido durante décadas para que las burocracias de los imperios, y las complejos militar-industriales que las animan, organizaran la partida en tomo a esas dos cuestiones hasta ahora indubitables: Europa seguiría dividida en dos bloques y la garantía nuclear de su seguridad sería también, de paso, la consolidación de esa división. Pero después de los acuerdos de Washington sobre eliminación de cohetes de alcance intermedio, Europa no podrá seguir aceptando el juego como hasta ahora. La concentración en la República Federal de Alemania (RFA) de tina gran cantidad de armas nucleares de corto alcance ha llevado a gran parte de la opinión pública a solicitar la desaparición también de esos cohetes, temerosos muchos de que un conflicto bélico en Centroeuropa pueda quedar ahora reducido al teatro germánico. Las tensiones neutralistas y antinucleares en la RFA han subido de tono, y también la importancia del papel del Este. En el espacio de pocos meses, no sólo Honecker ha viajado a Bonn, sino que el más furibundo anticomunista que pueda imaginarse, el líder bávaro Franz Josef Strauss, se trasladó a Moscú en un acto sin precedentes. Los temores de que Estados Unidos hubiera comenzado una estrategia de abandono de la defensa militar europea, y el convencimiento de que los cambios en los países socialistas -de los que lo sucedido en Praga puede ser un primer ejemplo- facilitarán quizá una nueva concepción de Europa, se encuentran detrás de todos estos movimientos. En el horizonte lejano, pero vecino a los sentimientos de millones de alemanes, permanece el problema de la reunificación del país.

En semejantes circunstancias, la integración de España en las Comunidades Europeas y en el sistema militar de la Alianza ha supuesto una novedad más trascendente de lo que nuestra propia opinión pública percibe. Acostumbrados a las monsergas franquistas sobre la voluntad de imperio y presas de un secular complejo de inferioridad ante lo extranjero, los españoles aceptamos con dificultad el reconocer que, efectivamente, hoy nuestro país se está convirtiendo en una potencia europea. España ofrece, en lo económico, unas perspectivas de crecimiento relativamente superiores a las del resto de los países de la CE, y en lo estratégico, una profundidad geográfica que hasta ahora no tenía la OTAN. Por demografía, por territorio, por capacidad de desarrollo y por estabilidad política, nuestro país cuenta, y mucho, en Europa. Por si fuera poco, Felipe González es el único ejemplo de un gobemante europeo socialista sólidamente asentado -lo que en la internacional de ese apellido le vale apoyos multiplicados-, y su política exterior relativamente autónoma de Washington, amén de las relaciones privilegiadas con América Latina, no hacen sino sumar puntos con vistas a los colegas de la Comunidad y la Alianza. En el tema del desarme nuclear, González ha apoyado con énfasis las posiciones alemanas occidentales, muy reticentes a la modernización (eufemismo que encubría la potenciación) del armamento de corto alcance en la RFA, y enfrentadas hasta hace poco con las francesas y británicas. Ha sido Mitterrand quien ha roto el equilibrio, sumándose también él a las opiniones de Bonn. Pero no se trata de una actitud inocente del viejo estadista francés, que se apresta a correr la campaña por su segundo mandato presidencial. Los asesores del Elíseo se hallan preocupados con los escarceos que Bonn se permite con el Este y se esfuerzan por atraer a la RFA hacia posiciones occidentales nítidas en el compromiso de la construcción europea. Mitterrand ha insistido con frecuencia en que todo este proceso comenzó con ta reconciliación franco-alemana occidental, y es preciso proftíndizar en ella si se quiere continuar adelante. Las recientes celebraciones de esa reconciliación han sido principalmente instrumentadas por la diplomacia gala, ante las reticencias oficiales germanas. El Elíseo se esfuerza por arrimar más y más a Bonn a la orilla atlántica, y necesita un aliado que no despierte sospechas y que al tiempo no sea sólo un convidado de piedra. ¿Quién mejor que este todavía joven socialista gobemante de España, capaz de echar a los norteamericanos de Torrejón, hacer permanecer a su país en la OTAN mediante un reféréndum, señor de un territorio oficialmente desnuclearizado y dirigente de un país que ha mantenido siempre buenas relaciones con la RFA? Los italianos son buenos para extender su dominio económico por el continente, pero la debilidad de su estructura política -sin ningún liderazgo evidente- les hace subsidiarios de Washington en materia de defensa. Los británicos siguen siendo privilegiados embajadores de la política norteamericana. La especial relación de Madrid con la Alianza le es también útil a París a la hora de justificar sus propios peros. Y González sabrá pagar, además, como es debido la cooperación francesa prestada en la lucha contra ETA. Por otra parte, se mantienen los proyectos del misil táctico franco-británico y se progresa en la construcción del túnel ba o el canal de la Mancha, mientras que Madrid aceptará sin dificultades la hegemonía gala en el norte de Africa. Nadie le va a discutir a Mitterrand, en semejante situación, su. carácter de líder en la construcción de una Europa todavía absorta ante los nuevos desarrollos en Moscú y Washington.

A estas alturas, no existe ya ninguna duda sobre el hecho de que Felipe González ha aceptado plenamente su parte de responsabilidad en el juego. Su proximidad a las tesis alemanas occidentales en torno a los cohetes de corto alcance le había valido ya merecer la atención de Moscú como un interlocutor nuevo y diferente, y eso se puso de manifiesto en la reciente visita del ministro de Exteriores soviético, precisamente a la RFA y a España. La novedad del caso es el conocimiento de que España cuenta como voz autónoma en un proyecto de construcción de Europa. El propio González tendrá oportunidad de expresar sus capacidades al respecto cuando desempeñe la presidencia de las Comunidades, en el primer semestre del año que viene. Y frente a ese proyecto, que podría además acelerar la inclusión de nuestro país en el sistema monetario del continente, la oposición no exhibe ninguna alternativa que no sean las declaraciones en Italia de Jordi Pujol, alimentadas por una benevolencia ideológica hacia el papel de la OTAN, pero huérfanas de información sobre lo que está sucediendo en los pasillos del cuartel general.

El escenario internacional ha cambiado de drama desde que Gorbachov ocupa el Kremlin. Y en la nueva tramoya, el eje Bonn-París-Madrid pretende ser una espina vertebral de Europa. ¡Ay, si Felipe González tuviera. las cosas igual de claras, a la hora de saber lo que necesita este país para arreglar sus contenciosos internos!

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_