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Tribuna:RESISTENCIA EN LOS TERRITORIOS OCUPADOS
Tribuna
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Carta sobre los palestinos

En la parte final de su lección semanal, Jean Daniel me ha sugerido amablemente, a mediados de enero, la idea de una Carta a un joven palestino. Naturalmente, aprecio su consejo en lo que vale, pero él, sin duda, ignora que esa carta la escribí hace ya mucho tiempo. Él no puede leerlo todo. Sin embargo, habla como si pudiera saberlo todo. ¿Cuál es la diferencia entre él y yo? Que yo comparto sus angustias, pero no sus certidumbres.En esa Carta a un joven árabe palestino, publicada en 1977 (*), no oculto en modo alguno el sufrimiento de mi interlocutor. Al contrario, en esa carta trato de encararlo. De comprenderlo. Agrego que comprendo incluso su cólera: "Sí, es humillante no pertenecer a ninguna sociedad organizada, no poder volver a casa. Es desmoralizante no tener libertad de movimiento ni de elección. Sí, es deprimente, degradante, el vivir marginado en las zonas grises de la historia, el ser un instrumento zarandeado por la actualidad, el encarnar el eterno extranjero que suscita, en el mejor de los casos, piedad y caridad cuando querría conocer seguridad y justicia".

Al releer este texto, advierto que no ha perdido mucha actualidad. Contrariamente a lo que sugiere Jean Daniel, mi actitud actual no me ha hecho renunciar a mí mismo. En mi carta decía además a m¡ joven corresponsal: "Como judío, comprendo que defienda la causa árabe. Como árabe, comprenda que yo abrace la causa judía. No le pido que sea objetivo, tampoco me lo pida usted: eso sería antinatural tanto para usted como para mí". Solidario con Israel, me siento responsable de aquello que Israel hace. Lo que Israel hace lo hace también en mí nombre. Participo de su alegría, reivindico su tristeza. Abandonado por ilustres intelectuales de la Diáspora, repudiado por Gobiernos, censurado por la opinión pública, que Jean Daniel sigue tanto como la forma, Israel parece, una vez más, ingresar a la soledad. ¿Resulto tan culpable, siendo judío como soy, al querer acompañarlo?

Imágenes y palabras

De ahí a reprocharme ser indiferente a la tragedia de los jóvenes palestinos hay un paso que, además, a nadie le permito franquear. Nadie puede permanecer insensible a su desgracia. Interpelado por las imágenes y las palabras que nos llegan de la Tierra Santa y desdichada, siento crecer en mí la angustia. Choques sangrientos, tumultos, muertos... Niños que caen, las madres se lamentan. Frustrados, desesperados, los adolescentes palestinos se sirven de piedras y cócteles molotov, mientras que, frente a ellos, soldados apenas más adultos tratan de desarmarlos, dispersarlos, desalentarlos. Y, además, esos cuatro palestinos recientemente enterrados vivos: la casi totalidad del pueblo judío, en Israel, en Diáspora, ha lamentado el ultraje. "Los judíos no pueden hacer eso", decía un general israelí. Yo digo: los judíos no pueden tolerar eso. Brutalidad demencial, contraria a nuestras más sagradas leyes...

Jean Daniel posiblemente piensa que quienquiera que ame a los niños judíos no puede más que odiar a los niños árabes. Se equivoca. Jamás he justificado la represión. Ni en Israel ni en ninguna parte. Todo en mí se subleva contra la represión, venga de donde venga. He consagrado toda mi vida a denunciarla, a mostrar sus tenebrosas ramificaciones, sus peligrosas implicaciones. Si me niego a condenar a Israel es a causa, ante todo, de la idea que me hago del papel del escritor y del superviviente: testigo y no juez. Y es además a causa de esta juventud israelí que sé herida, atormentada. Nadie me convencerá de que esa juventudse regocija al golpear a sus adversarios, que le complace usar el gas lacrimógeno contra mujeres y niños. Pero, ante lo que los propios palestinos llaman insurrección, ¿qué puede hacer un soldado judío? ¿Retroceder? ¿Hasta dónde? ¿Emprender la fuga? ¿Hasta cuándo? Sucumbiendo a su indignación, Jean Daniel da muy cómodamente la espalda a la tristeza de Israel, a la tristeza en Israel.

Sin embargo, tiene razón al declarar que el problema israelo-palestino debe ser planteado a nivel político, dado que es únicamente en ese nivel que podrá ser resuelto. Pero yo confieso no saber cómo resolverlo. Mientras que la OLP continúe siendo una organización terrorista, mientras que no renuncie a su fin de destruir a Israel, ¿se equivoca el Estado judío al no negociar con sus jefes? Pero, entonces, si la OLP no es un interlocutor válido, ¿quién puede pretender serlo? He aquí el dilema. He aquí un callejón sin salida.

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De este modo, el abismo entre los dos pueblos parece infranqueable. Por un lado, la inflexibilidad; por el otro, la rigidez. Necesidad de seguridad por parte de Israel, búsqueda de identidad nacional por parte de los palestinos. ¿Cómo conciliarlas?

No, se puede comprender el presente sin reintegrarlo a su contexto, que es también su pasado. Examinemos ese pasado si os parece. En 1948 Israel fue el único Estado que reconoció la existencia jurídica de un Estado palestino. Releed el primer discurso y la declaración de independencia del primer ministro David Ben Gurion: aceptando el plan de partición territorial de las Naciones Unidas, proponía a su vecino árabe vivir en paz con Israel. Gesto rechazado por seis ejércitos árabes que lanzaron una ofensiva contra el joven Estado judío. Sin esta guerra, Jaffa y Lod serían árabes y Jerusalén estaría internacionalizada. Es que Isarel siempre ha preferido la paz a la conquista.

El consejo de Israel

Junio de 1967: cuando ya se había vencido a Egipto, el primer ministro Levi Eshkol envió tres emisarios al rey Hussein casi suplicándole que no se dejara arrastrar por Nasser a_un conflicto con el cual Israel sólo podía beneficiarse. Si Hussein hubiera seguido el consejo de Israel, Cisjordania estaría aún bajo control jordano. Y la antigua ciudad de Jerusalén, también. Que cesen, pues, de presentamos a Israel como una potencia ávida de conquistas territoriales. La obsesión de Israel es la seguridad y la paz.

He aquí otro ejemplo: Menajem Beguin. A cambido de un tratado de paz, cedió el Sinaí sin grandes dificultades. Ahora se admira a Sadat y se olvida a la parte judía. Se celebra el coraje de Sadat por su decisión de acudir a Jerusalén y se olvida la acogida que recibió allí. En la multitud que lo aplaudía, llorando, se encontraban seguramente viudas y huérfanos cuyos padres e hijos habían perdido la vida durante la guerra del Kippur. Pese a ello, en lugar de odiarlo, le gritaban su reconocimiento, su fraternidad. Un pueblo capaz de acallar dentro de sí su rencor, su amargura e incluso su tristeza, un pueblo que se muestra tan sin reparos, tan generoso, no merece que se le escatime la confianza.

Posiblemente, usted me reprochará mi fe en Israel. Tanto peor. Jamás la he disimulado ni jamás negaré la pasión que tengo por el pueblo judío: sólo a través de él me parece posible un humanismo universal. Es el judío que hay en mí el que se esfuerza por crear vínculos con cristianos y musulmanes. Es permaneciendo fiel a mi pueblo que proclamo mi amor a la Humanidad, de la cual Israel forma parte.

Usted me ha reprochado querer colocar a Israel por encima de las demás naciones. Tal es el sentido de su desagradable observación (¡usted ha llegado hasta a citar a Vergès!), reprochándome haber comparado a Israel con las antiguas potencias coloniales. ¿No es así? La cita estaba incompleta. Me he explicado más de una vez. Lo que yo dije fue: si se comparara a Israel con las demás grandes potencias, saldría bastante bien parado. Pero, agregué, no hay derecho a comparar a un pueblo con otro. No se puede comparar a un pueblo más que con si mismo, vale decir con la imagen, con la visión y con el ideal que se forja de sí mismo. Y ají, insistí, Israel tropieza con un problema, pero no es el mismo.

¿Cuál es entonces mi posición, en tanto que judío, respecto a los palestinos? Su sufrimiento me concierne. Pero solamente sí ellos renunciaran a la violencia... "El sufrimiento no confiere privilegios", decia yo en mi Carta, pues "todo depende de lo que se haga del sufrimiento". Transformarlo en odio destructivo es privarlo de su dimensión y de su exigencia éticas. Invocarlo para justificar la muerte es ponerlo al servicio de la muerte.

Compasión y complicidad

Si tuviera que dirigirme a los jóvenes palestinos de hoy, ¿qué les diría? Les diría eso que trato de decir a los jóvenes militantes de todo el mundo; a los tamiles, a los sandinistas o a los contras, como también a los, judíos: que prueben otro método que el de la violencia. Que acepten el diálogo con los jóvenes' israelíes de su edad sobre la posibilidad de un futuro común. Que recurran, respecto a sus adversarios, a la compasión, a la complicidad antes que al terror. Que los moderados se atrevan a expresar públicamente sus convicciones.. Que tengan el coraje no sólo de enfrentar al soldado israelí con piedras, sino también con la palabra, en el terreno del verbo. Que actúen sobre sus jefes políticos con. el fin de obligarlos a romper el círculo del odio y de la violencia, reconociendo el derecho de Israel a la existencia; porque, no lo olvidemos, Israel sigue viendo su existencia amenazada también por los jefes políticos en cuestión. En suma, que los jóvenes palestinos den pruebas de imaginación, de audacia. Seremos muchos los que nos regocijemos ese día al reconocerlos como amigos. Corno, hermanos.

He aquí, querido Daniel, lo que experimento al leer su carta. Sepa que me ha valido un correo voluminoso, algunas palabras de aliento, muchas páginas llenas de odio, incluso amenazas. Mire usted: como usted, sin duda, en otras circunstancias, nado contra la corriente. El clima es antisraelí y temo que gane en intensidad. Hablar en favor de Israel se ha vuelto aparentemente peligroso: se atrae uno críticas y acusaciones. Permite a ciertos adversarios dejar caer sus máscaras. En suma, se pierde en popularidad. Pero en el debate que aquí nos preocupa, usted bien lo sabe, no se trata de popularidad, sino de la concepción que tengamos del judaísmo. Y me temo que no la compartamos.

Por favor, deje entonces de hablar de un caso que llevaría mi nombre. Y reconozca al menos que ese título -malévolo, absurdo y ridículo- fue mal elegido. Si un caso de ese tipo debiera llevar hoy mi nombre, podría mañana llevar el suyo.

Elie Wiessel es premio Nobel de la Paz. *Un juif, aujourd'hui". Le Seuil, 1977. Traducción: Jorge Onetti.

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