La práctica de Sansón
PARECE COMPROBADO que es ETA la responsable del secuestro del industrial Emiliano Revilla. Y ello no desdice en nada de la habitual lógica interna de los terroristas, para quienes la obtención de fondos por no importa qué métodos es casi un derecho que administran a su conveniencia y con total desprecio de las vidas ajenas. Los rivales político-militares de ETA secuestraron al industrial Sufier en plena tregua, afirmando, cuando se hizo evidente su responsabilidad, que con ello no pretendían romper aquélla, dado que no se trataba de una acción militar ofensiva, sino de "aprovisionamiento logístico" o algo así. Al margen de la degradación moral que refleja tal argumento, que equipara a esa vanguardia del pueblo trabajador vasco a las bandas mafiosas de la más baja especie, la cuestión merece otros comentarios.ETA decidió hace meses aceptar la negociación en términos muy diferentes a los tradicionales -carácter público de los contactos, con los poderesfácticos como interlocutor y con la alternativa KAS como base de partida-, porque la acción policial a ambos lados del Bidasoa se ha hecho más y más efectiva.- De modo que la situación hizo coincidir las expectativas del sector de los terroristas que deseaba hallar una salida real y las de quienes únicamente buscan un respiro para reorganizarse. Como ha ocurrido en otras ocasiones, la resultante fue el intento de acceder a la negociación en posición defuerza, tras aumentar brutalmente el caudal de violencia acumulada. En la práctica, ello ha significado siempre arruinar la posibilidad de diálogo. En esta ocasión, sin embargo, la extrema debilidad de ETA -que siguió siendo golpeada tras el atentado de Zaragoza-, la firmeza del Gobierno y el respaldo de todas las fuerzas vascas opuestas a la violencia obligó a los terroristas a avanzar la oferta de la tregua parcial, en base a la cual el diálogo ha podido ser reanudado.
Naturalmente, ese diálogo transcurre en márgenes muy estrechos, en la medida en que la confusión de los terroristas sobre el significado mismo de la negociación hace a ésta depender de un hilo muy débil: el de un atentado que obligue a suspender las conversaciones. Eso es lo que ha sucedido ahora, y es ridículo suponer que el Gobierno vaya a seguir sentado a la mesa mientras los pistoleros de turno se dedican a la toma de rehenes. El secuestro de Emiliano Revilla parece una operación destinada a recaudar fondos o, cuando menos, a convencer al Gobierno de que en la negociación apuntada se ha de hablar no sólo de la libertad de los presos, sino de garantías económicas para la reinserción. O sea, que los etarras, efectivamente, no quieren negociar, sino cobrar protección al estilo Al Capone. Y no se diga que se trata de una facción descontrolada esta vez, puesto que los sospechosos del atentado son gentes gobernadas por la dirección terrorista, que es, sin duda, la que se apresta a ejercer la coacción cifrada en cientos de millones.
Es imposible negociar con quien no quiere, pero es más sorprendente ver que la primera víctima de la actitud son los propios terroristas y sus cómplices. La suerte de los etarras presos se hará más y más difusa según se aplace el diálogo, y las posibilidades de paz en Euskadi se oscurecerán de nuevo. Si ha merecido la pena transitar ese estrecho pasillo de la negociación ha sido porque el conjunto de la situación de Euskadi empuja desde distintos frentes, incluido el del radicalismo, en favor de la reconciliación. Es decir, en favor de una dinámica social que desborde las expectativas iniciales con que ETA se sienta a la mesa. Sin embargo, el secuestro denota que los dirigentes de los terroristas adoptan la actitud de Sansón: hundir el templo con todos los filisteos antes que reconocer su fracaso político. En este caso, los filisteos serían los presos, a quienes sus propios compañeros están condenando a pudrirse en las cárceles.
Mientras el secuestrado no sea puesto en libertad, ninguna concesión por parte de los negociadores gubernamentales será posible. Así debe hacerse saber a ETA, y en idéntico sentido deben pronunciarse sin dilación todas las fuerzas políticas, incluida Herri Batasuna, si desea que sus declaraciones en favor de salidas pacíficas merezcan credibilidad.
Por último, la situación no mejorara mientras los nervios erizados de los responsables de la seguridad del Estado les lleven a paralizar una ciudad de cerca de cuatro millones de habitantes, manteniendo inútiles controles policiales en todo Madrid muchas horas después del secuestro. Muchas veces hemos puesto de relieve que los controles no sirven para cazar terroristas, sino para cabrear aún más a los ciudadanos con los etarras. Pero los ingenios piscológicos del Ministerio del Interior deberían conocer que los ciudadanos no necesitan atascos espectaculares para sentir repugnancia por las acciones terroristas. En cambio, pueden sentirse más y más inermes ante la impericia y arbitrariedad policiales. Si en las próximas horas no se facilita información que indique que existía algún indicio razonable sobre movimientos de los secuestradores que hiciera inevitable crear ese colapso, con efectos tan patéticos como la inmovilización de decenas de ambulancias, se habrá batido un nuevo récord de incompetencia.
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