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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ironía , sarcasmo, beatería

EN UN debate parlamentario, Winston Churchill replicó a un oponente diciéndole que difería completamente de su opinión, pero que estaba dispuesto a entregar su vida a cambio de que él -su interlocutor- pudiera expresarla. Éste es uno de los rasgos característicos de las democracias consolidadas y de las sociedades maduras: la tolerancia con las expresiones ajenas, por raras o inadecuadas que a uno le parezcan. Esta cita toma actualidad por el alboroto que se está provocando a propósito del espectáculo que ofrecieron por televisión, en una hora dedicada a telespectadores adultos, el cantante Javier Gurruchaga y el grupo de cómicos Els Joglars. Con ironía, acidez crítica, acierto en algunos momentos y gusto dudoso en otros, efectuaron una pantomima entremezclando a futbolistas del FC Barcelona, la Virgen de Montserrat y el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol.No hay mayor índice de normalidad para una sociedad que el sometimiento a parodia de las grandes verdades, personajes y protagonistas. Lo que conviene ahora que se ha abierto esa caja de la sátira política es que la televisión pública haga caer esa ridiculización sobre todos los sectores de la sociedad, incluida la propia televisión, porque sólo de esta manera se puede construir un país más tolerante y más consciente del alcance de sus defectos y de sus virtudes.

La diferencia entre los pueblos cultos y los bárbaros radica precisamente en que aquéllos tienen a gala la ironía, aunque en su desgarramiento llegue al sarcasmo, y en que en éstos cualquier mordacidad se convierte en un casus belli. Por eso sorprende que haya vuelto a empezar el espectáculo del rasgamiento de vestiduras ante lo que ofreció la pequeña pantalla.

Pero hay que recordar que si en esta ocasión se han convertido en objeto de polémica figuras aparentemente intocables; personajes, mitos o entidades tan dignos de respeto e incluso de identificación como la Virgen de Montserrat, algunos asalariados del FC Barcelona o el actual presidente de la Generalitat, en otras ocasiones las chanzas han circulado por otros derroteros. Ahí están, por ejemplo, algunos programas de la televisión autonómica catalana, en que, sin reparo alguno, presentadores o invitados se pernúten imitar, hablando en catalán, el acento andaluz del idioma castellano, sin que nadie caiga en la tentación de escandalizarse. No faltan precedentes para demostrar el carácter higiénico de la sátira. Ahí está la conocidísima producción televisiva británica Spitting Image, con sus continuas referencias a la familia reinante, sin olvidar tampoco algunos precedentes propios que curiosamente no levantaron ninguna ampolla entre nosotros, como las caracterizaciones que hizo Pedro Ruiz sobre otras personalidades de nuestra vida política, y especialmente del presidente del Gobierno, desde ese mismo medio. Los dirigentes del nacionalismo catalán conservador han optado sagazmente por el silencio, por el no comment, frente a lo que se supone que les habrá llegado al alma. Tal vez está demasiado fresco el caso del diseñador Javier Mariscal como para emprender otra caza de brujas y sea éste u otro el motivo de la discreta actitud de ahora. Por lo demás, resulta particularmente lamentable que Cataluña, tierra milenariamente de frontera, trasiego, carácter liberal y tolerancia, y patria otrora de la Prensa satírica, se esté casi convirtiendo ahora en algo así como un extraño refugio de vocingleras y pacatas intransigencias morales.

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