Dukakis quiere repetir la historia de Kennedy
Le llaman el Duke, habla un buen español y dice que, al igual que en 1960, cuando John F. Kennedy sustituyó en la Casa Blanca al anciano Eisenhower, este año él va a protagonizar un cambio de igual trascendencia en Estados Unidos sucediendo a Ronald Reagan. Es Michael Dukakis, 53 años, casado, tres hijos, gobernador de Massachusetts, hijo de inmigrantes griegos. Con su victoria en la noche del martes en New Hampshire se convierte en el demócrata con más posibilidades de lograr la designación de su partido. Ha dado un primer paso, pero para convertirse en presidenciable tendrá que ofrecer algo más que su actual imagen de tecnócrata competente.
Michael Dukakis fue arrastrado a la política por la ilusión creada por la era iniciada por Kennedy hace 28 años. En 1960 se graduaba como abogado en Harvard, donde años antes lo había hecho el joven presidente. Como él, es de Massachusetts y tiene un problema étnico, aunque en la América de los ochenta quizás no lo sea tanto como lo fue entonces para un católico irlandés.Pero aquí se acaban las diferencias entre los dos personajes. Dukakis -bajito, moreno y con unas pobladas cejas negras y una nariz aguileña en una cabeza de buen tamaño, que harán las delicias de los caricaturistas- no tiene la brillantez física que cautivaba a simple vista del presidente asesinado en Dallas. Y, lo que es más importante, el gobernador de Massachusetts carece de la visión y la inspiración de Kennedy, que provocó un estallido de idealismo en EEUU al comienzo de los años sesenta.
Michael Dukakis es un político frío y reservado, que trata de suplir su falta de carisma con una competencia técnica. Es por tercera vez gobernador de Massachusetts -el Estado de los Kennedy-, donde ha impulsado un milagro económico, recuperándolo del declive para situarlo entre los más prósperos y de mayor crecimiento de la Unión. Gracias, sobre todo, a la atracción de industria tecnológica de punta, ayudado por la instalación de firmas relacionadas con la defensa.
El fraude fiscal
Dukakis hace campaña prometiendo trasladar este boom al resto del país, pero sus críticos dicen que parece pretender ser gobernador de Estados Unidos más que presidente. Uno de sus grandes temas electorales, por el que resulta dificil apasionarse, es su insistencia en que la gran solución al déficit presupuestario pasaría por cobrar los impuestos a los que no pagan. Habla de una bolsa de fraude de 110.000 millones de dólares. Carece de pasión, o al menos no la transmite. En sus apariciones públicas uno cree estar viendo a un robot bien entrenado, a una sofisticada cinta magnetofónica, segura y sin fallos. Tendrá que disipar la duda de si los norteamericanos se conforman con un buen gestor o buscan, tras ocho años de Reagan, un líder que inspire un auténtico cambio.
Dukakis puede ser también demasiado liberal, un típico representante de la progresía de la costa Este, de dificil aceptación en el Sur conservador y en un país que sale de una etapa de afianzamiento de los valores conservadores. Tiene una laguna importante en política exterior, donde sus posiciones -sobre todo, en Centroamérica y en su defensa del derecho internacíonal y de un comportamiento internacional guiado por principios morales- le pueden acarrear problemas con una América sobrecargada de patriotismo.
Pero Dukakis supera su falta de brillantez con una ausencia de demagogia en sus planteamientos que es de agradecer. Parece un político europeo, más preocupado de explicar los temas a fondo que de vender mensajes publicitarios en porciones de 20 se gundos de televisión. Es reflexivo, trabajador hasta el agotamiento, exigente y está rodeado de un buen equipo. En esto también recuerda a Kennedy: gentes de Harvard y de la inteligencia de las grandes universidades del Este.
Ha sido capaz de montar una organización nacional de primera línea y es el candidato demócrata que más dinero tiene, lo que le permitirá mantener su batalla hasta el final. Gracias a su mujer, Kitty, tiene la conexión con el poderoso lobby judío. Si convence en el Sur -aunque no gane a Jackson- y se despega pronto de Richard Gephardt, este político tranquilo puede ser el hombre con el que los demócratas recuperen la Casa Blanca en noviembre. Con permiso de George Bush o Robert Dole.
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