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Carnaval, saludable muerto

"Desde el momento en que todo se reglamenta, hasta la diversión, siguiendo criterios políticos y concejiles, atendiendo a ideas de orden social, buen gusto, etc., etc., el Carnaval no puede ser más que una mezquina diversión de casino pretencioso. Todos sus encantos y turbulencias se acabaron". Este certificado de defunción sobre los actuales carnavales es de Julio Caro Baroja, en su obra El Carnaval. Enterradores tuvo antes. Ya en 1914 un ensayista francés titulaba su artículo Carnevale é morto. Suerte que no todos los que participan hoy en el carnaval han leído su libro. O lo han olvidado estos días, en que anda más vivo el sexo que el seso, adormecido y confortado por vapores etílicos y otras alegrías.Sin embargo, muerto, sano o de pronóstico reservado, algo va de lo que fue el carnaval en sus orígenes a lo que es hoy.

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Hay costumbres que, al menos en la capital del reino, han pasado a mejor vida. Las mujeres en el siglo XVIII arrojaban agua a los transeúntes. "Unos aguantaban la cosa sin impacientarse. Otros escandalizaban, justamente enojados. Los galanes a quienes mojaban mujeres hermosas respondían echando a las cámaras donde éstas estaban muchas bombas de agua olorosa, hechas de cáscaras de huevos", describe Caro. Las féminas usaban para regar a los varones pucheros y jeringas. Hoy en estas barahúndas, si acaso, se hallan jeringuillas, con las que se jeringa, a lo más, su fiel usuario.

Arrojar harina y salvado tampoco se estila ya. Y no se ven más granos que los del acné de algún comparsa. Los gallos madrileños, merced a esta desmemoria colectiva, ya no sufren las corridas del pasado siglo: "Consistía en atar una cuerda de uno a otro extremo de la calle, o entre dos palos separados, y colgar de ella uno o más gallos, y con una espada o espadín se dirigen al gallo; si le dan en la cabeza, el gallo es suyo, y si yerran o dan el golpe en vago, el torpe paga una multa". En la pradera del Canal de Madrid había otra piadosa variante: "gallos enterrados, con el cuello fuera; uno, con los ojos vendados debía acercarse a ellos y de un tajo degollar al que alcanzara".

Perrerías sin fecha

Tampoco se mantean ya perros o gatos, ni se les cuelga del rabo mazas, vejigas, cuernos o botes. Algún perro avisado, es un dicho, desaparecía tan pronto como llegaba carnaval y no regresaba hasta el miércoles de ceniza. Hoy, las perrerías, no tienen fecha. El juego del columpio ya no se da, aunque son fechas propicias para columpiarse, y no sin riesgo.Caro recuerda como propio de estas fiestas que "con máscara o sin ella, las gentes realizaban una serie de actos violentos y de aire bestial". Entre ellos cita "proferir injurias a los viandantes, hacer sátira pública de las autoridades, desbaratar objetos, llevarlos fuera de su sitio normal, ensañamiento con determinadas personas".

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Cualquier vecino próximo a la sede del ministerio de Educación, en la calle de Alcalá, recuerda cómo hace un año decenas de jóvenes, durante la batalla estudiantil, "con máscara o sin ella" y casi tres veces por semana, cumplieron con creces tales ritos. ¿Qué mayor catarsis social o psíquica puede ofrecerles el carnaval? La costumbre de lanzar huevos, naranjas y otros objetos, esos energúmenos la sustituyeron por una variante más sólida: el adoquín. De esta costumbre son aún fieles víctimas los usuarios de los trenes de cercanías del sur madrileño.

El vestirse con ropa del sexo contrario ya no hay clérigo, como Fray Hernando de Talavera, que lo censure públicamente porque peca contra el sexto y "de ligero enciende e provoca a mal deseo". Exhibir de tal suerte el lado femenino o masculino del yo íntimo, si acaso puede merecer la reprobación por intrusismo de algún travestido. Y las obligadas comidas pantagruélicas de antaño, que sufrían en carne propia el cerdo y aves diversas, han dejado paso a magros canapés y cócteles, pese al carnavalero maridaje actual entre Ayuntamiento y gremio hostelero.

Pese a todo, no se fíe de que el carnaval esté muerto: salga esta noche a la calle y, protegido de antifaz y disfraz, apuñálelo en cualquier esquina.

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