Problemas globales, soluciones generales
El texto que sigue es un capítulo abreviado del libro La locura organizada, escrito por Willy Brandt, ex canciller federal alemán y premio Nobel de la Paz 1971. Editado por el Círculo de Lectores, el libro, que lleva por subtítulo Carrera armamentista y hambre en el mundo, será presentado el próximo miércoles en Madrid por el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, y al día siguiente, en los locales del Círculo de Lectores en Barcelona.
No lo digo por primera vez, pero sí con firmeza: también podríamos arruinarnos y extenuarnos armándonos sin llevar a cabo ninguna guerra si descuidamos las tareas del presente sin preocuparnos de invertir en el futuro. El Norte sólo logrará sobrevivir si deja que el Sur se independice y viva dignamente.En 1984 se escribió mucho sobre temas demográficos. En Ciudad de México se realizó la segunda conferencia de las Naciones Unidas sobre política demográfica. En el ámbito de las relaciones Norte-Sur, sólo hallaron un interés aproximadamente relevante la montaña de deudas latinoamericanas y la nueva hambruna africana. No obstante, casi todo lo discutido en la conferencia de México se conocía desde hacía años y algunos ya lo habíamos analizado mucho tiempo atrás. Sabíamos que:
- la población mundial aumenta cada cinco días en más de un millón;
- la población mundial, compuesta de 4.800 millones en el año 1984, crecerá a 6.100 millones en el cambio del siglo; esto significa que sólo en los años ochenta y noventa, es decir, en menos de dos decenios, la humanidad aumentará en casi 2.000 millones. (Cuando en 1920 me matriculé en la escuela, en la Tierra vivía precisamente esa cantidad de seres humanos);
- nueve décimas partes del crecimiento vegetativo corresponden a los países del Tercer Mundo, que cuentan con una estructura social de población joven.
Mayor capacidad
Así está programada previamente una parte esencial del futuro. Pero todavía no se ha decidido si la población mundial podrá estabilizarse a mediados del próximo siglo en 10.000 o 12.000 millones. Escribo esto como alguien que ha aprendido que en este ámbito tampoco viene al caso perder los nervios. Según todo lo que conocemos ahora, la Tierra tiene capacidad para más personas de lo que se suponía en mi juventud (y aún más tarde). No obstante, la población mundial no podrá multiplicarse más rápida e ilimitadamente que los beneficios económicos. Verdaderamente, que la explosión demográfica en la destrucción no depende del destino, sino de la voluntad humana.
Hace 20 años, la mera alusión a las consecuencias que para las generaciones venideras tendría el saqueo de la Tierra provocaba sonrisas, cuando no burlas. En estos últimos tiempos empiezan apercibirse los peligros y también la negligencia de muchos hombres. Las advertencias del Manifiesto de Roma, primero, y del informe americano Global 2000, expuesto al presidente Carter en 1980, después, han creado la conciencia de que la protección del medio ambiente representa un verdadero problema global.
El aire se contamina en todo el mundo, el agua y los bosques están seriamente amenazados, y en un breve lapso de tiempo desaparecen especies animales y vegetales en grandes cantidades. El que los intereses económicos se salvaguarden desconsideradamente y con estrechez de miras y el que sólo unos pocos comprendan lo que puede exigirse a la naturaleza tendrá sus consecuencias.
Lentamente se va comprendiendo el significado de que los árboles ya no puedan reaccionar contra la contaminación del aire. Pero ¿basta nuestra capacidad imaginativa para medir las consecuencias climatológicas que tendría la desaparición de las selvas del Amazonas? Muchos en esta Tierra parecen ávidos por hacer realidad la espantosa visión de una catástrofe global del medio ambiente.
Hay que añadir que cada vez se establece una relación más estrecha, no sólo entre hambre y armamento, sino también entre medio ambiente y seguridad. Y más que en ningún otro asunto, debe reconocerse en éste que el estado actual no puede confundirse con la estabilidad.
¿Queremos realmente confiarnos al libre juego, soporte ideológico de fuerzas presuntamente libres, y sálvese quien pueda? ¿O preferimos encarar los problemas a cuya solución sólo nos acercamos a través de consecutivas negociaciones concertadas? La respuesta no tendría que ser difícil; basta con presentir por un instante qué provoca, por ejemplo, la tala continua de los bosques. No estuve ni estoy conforme con esgrimir las relaciones Norte-Sur para justificar el deterioro del medio ambiente.
Cuando se me concedió el premio Nobel hablé de las dos dimensiones básicas de la política mundial y agregué: "Cuando se agoten las provisiones de agua, oxígeno y sustancia viva de nuestro planeta, a la humanidad, intoxicada y hambrienta, ya no le importará la consecución de la paz por la que hoy en día nos esforzamos".
En el tiempo transcurrido desde entonces se han ido acumulando, uno tras otro, argumentos con que plantar cara a esos arrogantes sabelotodo y sabelonada, a esos promotores del desorden establecido que gustan hacerse agasajar como políticos realistas, pero que de hecho sólo prosperan cuando los ciudadanos no pueden (o no quieren) desenmascarar sus vanidosos secretos. Dadas las transformaciones esbozadas, la gente no está a la altura de las circunstancias.
Pero se extiende la sensación de que la globalización progresiva de los problemas nos concierne. La interdependencia mundial de los problemas constituye una característica específica de la época en que vivimos.
Crece el paquete de problemas a que se enfrentan los países, independientemente de su sistema político y social, y también de sus coordinadas políticas mundiales. Tanto si se investiga en los institutos de Boston o de Moscú, como si mentes críticas deliberan y dilucidan los problemas en Sao Paulo o en Bombay, en Pekín o en Tokio, en Berlín o en París, los hombres reconocen por doquier que no sólo les afectan a ellos, a sus países o a sus pueblos, sino que las grandes cuestiones del futuro atañen a toda la humanidad.
No sostengo que sólo por eso ya cambien totalmente la comunidad, pero sí que se ha tomado conciencia de las interdependencias y quizá además aumente la comprensión de las amenazas contra la superviviencia (sólo posible colectivamente) de la humanidad.
Supervivencia
Entre seres inteligentes y sinceros no puede caber la menor duda de que se nos ha impuesto a todos la enorme tarea de defender la supervivencia de la humanidad y que sólo se conseguirá mediante la cooperación internacional. Ni el Norte rico ni el Sur pobre -ni tampoco el Oeste prescindiendo del Este o enfrentado a él- podrán superar sus problemas solos y sin una línea de acción concertada en común.
Así pues, se trata de algo más que de una ayuda a los pobres, por muy importantes que hayan sido y sigan siendo la solidaridad y la responsabilidad común hacia los demás. Se trata, antes que nada, de ver las tareas futuras dentro del proceso económico mundial. La división internacional del trabajo lo será entre producción de artículos y prestación de servicios.
El mercado -que no equivale de forma mecánica a espacio económico libre ilimitado- será, cada vez más para ámbitos económicos, el mundo. Para bien o para mal, la economía mundial llegará a ser así y, además, con ello, se simplificará.
Si un peligro potencial -de carácter imperialista económico, ecológico o incluso demográfico- amenaza a una región, las demás regiones, con el tiempo, se ven afectadas. En especial, los efectos recíprocos entre ecología y economía trascienden notablemente el ámbito local. Hace mucho que la amenaza de las consecuencias de la carrera armamentista ha dejado de atañer sólo a los directamente implicados.
Los problemas globales e interdependientes exigen respuestas generales. No discuto con ello que el trabajo deba regionalizarse lo más posible; éste es en muchos casos el único camino viable, en especial cuando resulta tan difícil defender intereses internacionales mediante instituciones interestatales. Pero, asimismo, sólo mediante el respeto mutuo y la armonización de intereses se alcanzará una distribución regional ventajosa del trabajo. Casi no existe ningún Estado tan fuerte económicamente que sea capaz de renunciar a que se equilibran intereses.
Esto incluye también a los bloques y coaliciones de Estados. Los problemas realmente importantes son de tal carácter que afectan a todo el sistema. Sin duda, las estructuras política, económica y social de un país influyen en su capacidad para resolver los problemas, pero muchas tareas y riesgos no dependen de la estructura politico-social. La dependencia de las materias primas, la amenaza sobre el medio ambiente y las consecuencias del cambio tecnológico conciernen a todos los países en donde la industrialización avanza.
Entre los sistemas existirá una rivalidad sobre cómo hallar la mejor solución para los problemas, pero ya no cabrá la posibilidad que una región haga su camino por separado, sin acuerdo con las demás partes del mundo.
Interdependencia
Sé perfectamente que la tesis de un mundo, de la globalidad de los problemas y la interdependencia de las diferentes regiones se ha tildado ocasionalmente de mito (en el Oeste, en el Este y también en los países en vías de desarrollo). He evaluado los argumentos con total disposición autocrítica, y aun así no consigo ver rebatida mi tesis. Algunas de las réplicas que se me dirigen me parecen más bien motivadas por la aversión a superar ideas establecidas, egoísmos o simplemente el pragmatismo defensivo de la política de hoy en día.
En los últimos años se ha dicho con frecuencia que primero debería mejorarse la situación económica de los países industrializados y entonces podría hacerse más por los países en vías de desarrollo o, mejor dicho, por la cooperación Norte-Sur; siempre he considerado que eso era un pretexto. En cualquier caso, tal orientación era y es incapaz de reconocer que un mejor y más rápido desarrollo del Tercer Mundo sería ventajoso para todos los implicados.
Sería pretencioso querer -de paso- analizar las respuestas a estas cuestiones que planteo a mis congéneres de tan diversos círculos culturales, o sus convicciones sobre lo que creen sujeto a nuestra voluntad y lo que -según dicen algunos- es inalterable.
Pero, sin entrar en cuestiones religiosas o ideológicas, se deberían producir no sólo serias reflexiones, sino también enérgicas protestas cuando nosotros -y aquí me refiero principalmente a los gobernantes- acometemos las cuestiones de la supervivencia de la humanidad con un sistemático miedo a nuestra responsabilidad.
Cuando la República Federal de Alemania todavía estaba en sus comienzos decía a mis amigos que no queríamos ni podríamos renunciar a los pueblos de las ex colonias: "No los queremos como aliados en la guerrafría, sino como amigos a los que nos dirigimos con respeto ante su propio camino, su propia tradición y su situación particular".
Entonces, hace 25 años, la mayoría de nosotros todavía no nos dábamos cuenta de que nos hallábamos en una situación única. A lo largo de la historia, la humanidad no se había planteado nunca su propia supervivencia, pues ninguna generación anterior había estado en condiciones de autodestruirse, ya sea:
- como resultado de una guerra llevada a cabo con armas nucleares;
- como consecuencia inevitable de una explotación ininterrumpida del medio ambiente y de sus recursos naturales;
- o por el estrangulamiento de las economías nacionales debido a la falta de inversiones con vista al futuro.
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