El suplicatorio de Tamames
EL PLENO del Congreso concedió ayer el suplicatorio solicitado por los tribunales de justicia para procesar al diputado Ramón Tamames, actualmente adscrito al Grupo Mixto, en relación a la demanda civil por presunta vulneración del derecho al honor interpuesta por el secretario de Estado para la Cooperación Internacional, Luis Yáñez. Ramón Tamames acusó a Yáñez, en el curso de un debate radiofónico celebrado en vísperas de las elecciones de junio pasado, de esnifar cocaína. Como el diputado no aportó ninguna prueba, parece razonable no dar crédito a sus palabras, teniendo en cuenta además que la frase se dijo en el contexto siempre proteico y deslenguado de una campaña electoral. El que el Congreso de los Diputados eleve ahora esta anécdota a la categoría de posible delito que merece el pronunciamiento de los tribunales indica hasta qué punto la mayoría de sus señorías ha perdido la memoria y gusta distraerse con nimiedades.La sensibilidad de quienes se sienten heridos por las palabras de Tamames, es decir, los diputados socialistas que han inclinado la votación a favor del suplicatorio, estaba al parecer más embotada cuando alguno de sus propios compañeros de escaño y ahora miembro del Gobierno identificó a sus oponentes políticos con tahúres del Missipí, borrachos mitineros o incluso golpistas que entran en el Parlamento en la grupa del caballo de Pavía. La inmunidad parlamentaria en unos casos y la tolerancia propia de la política en otros hicieron que los ofensores no tuvieran que pagar su osadía. Que ellos mismos pretendan ahora buscar un escarmiento en cabeza ajena resulta cuanto menos una paradoja.
Aunque se discrepe de la actitud verbal de Tamames no puede negarse que su comentario sobre los supuestos hábitos de drogadicción de un oponente político no es otra cosa que una frivolidad. Su negativa posterior a rectificar y su empecinamiento en no solicitar disculpas a Luis Yáñez le convierten en un maledicente o en un maleducado, pero ésta no debe ser razón suficiente para romper la tradición parlamentaria de proteger los excesos verbales de los diputados. Por otra parte, Luis Yáñez no necesita acudir a los tribunales o a su propio partido para dejar sentada su honorabilidad personal, que además nunca estuvo en duda.
Tamames asegura que su suplicatorio proviene de una maniobra política del poder. Y es fácil caer en la tentación de darle la razón, porque de otra manera no se explica que ahora se abra la espita del suplicatorio y del proceso.
En efecto, no faltan argumentos para considerar temeraria la posición del PSOE, especialmente teniendo en cuenta que no hay precedentes de suplicatorios concedidos contra un parlamentario en ejercicio y que este mismo partido se ha mostrado hasta ahora como un celoso guardián de la inmunidad. Si a ello se añade que, en caso de duda, más vale quedarse corto que pasarse en materias que tengan que ver con la libertad de crítica política, se comprenden los motivos del Partido Nacionalista Vasco, Alianza Popular y el Centro Democrático y Social para negarse a respaldar el incoherente giro socialista, que parece responder más a un deseo puntual de venganza que a un frío análisis de las consecuencias que puede acarrear al Parlamento su actitud partidista.
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