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La avalancha de importaciones y el futuro exportador

En este artículo, y a la vista de los datos de comercio exterior, balanza de pagos y reservas de divisas dados a conocer en estos últimos días, el autor desdramatiza algunas de las interpretaciones que se están dando sobre el aumento del déficit de la balanza comercial, aunque, afirma, hay que hacer lo posible para restablecer la rentabilidad de las operaciones de exportación para que las actuales tendencias económicas puedan irse corrigiendo a medio plazo.

En estos días en que se van conociendo los datos estadísticos de lo que ha sido el ejercicio económico de 1987 para la economía española, el análisis de las cifras de comercio exterior está suscitando una fuerte polémica entre quienes dicen que el grado de deterioro de nuestros intercambios comerciales con el exterior se está volviendo insoportable, desde un punto de vista global y entre quienes lo creen un episodio pasajero ligado, fundamentalmente, a la mayor facilidad a la importación derivada de nuestro ingreso en la Comunidad Europea en enero de 1986 y a la rápida ascensión de la demanda interior, que no ha encontrado respuesta adecuada en una oferta interior limitada por unos años de abstencionismo inversor.La polémica viene además connotada por el hecho de que el déficit comercial -que ha alcanzado la nada despreciable cifra de 1.830.000 millones de pesetas- ha restado entré, dos y dos puntos y medio potenciales de crecimiento al producto interior bruto -que, pese a ello, ha crecido a uno de los ritmos más vivos de entre los países de la OCDE, tal como se decía en el informe de la organización dado a conocer el pasado 27 de enero- y por el hecho de que algunas empresas españolas, tanto con capital nacional como con capital multinacional, han expresado dos tipos de inquietudes y quejas: la actividad exportadora es cada vez menos rentable y la competencia que las importaciones están suponiendo en ciertos sectores y áreas de actividad está obligando a moderar precios y está haciendo perder oportunidades de negocio, con lo cual los resultados empresariales -para las empresas afectadas por ello- se han deteriorado, por más que la central de balances del Banco de España indique que los márgenes de beneficios empresariales en estos últimos tiempos se han visto considerablemente reforzados en términos globales.

Con todo este telón de fondo me parece oportuno hacer una serie de reflexiones sobre el momento que está viviendo el sector exterior de nuestra economía, teniendo en cuenta, además, que en estos días pasados se ha sabido también que la reserva de divisas a finales de 1987 se situaba en 30.172 millones de dólares, cifra récord -tras el aumento espectacular de 14.172 millones durante el año-, que está incluso por encima de la deuda externa que España tiene contraída en el exterior, aunque inferior, ciertamente, a la que resultaría de capitalizar la inversión extranjera presente en nuestra economía.

Y estas reflexiones deben partir, me parece, de una afirmación incuestionable: los niveles de importación per cápita que registra España son todavía muy bajos, si los comparamos con los de nuestros compañeros de singladura comunitaria. Es lógico, por ello, pensar que a medida que avance el desarme aduanero y administrativo, consecuencia de nuestra incorporación a la Comunidad Europea, el atractivo de los productos extranjeros será cada vez mayor para los consumidores nacionales y para los operadores necesitados de toda clase de inputs a condiciones competitivas.

Puede ser que la Comunidad Europea no esté en su mejor momento, desde el punto de vista de ir avanzando en la cohesión económica a la que se refiere el Acta única Europea, en vigor desde 1987, pero ya nadie puede pensar que haya retrocesos en lo que a libre circulación de mercancías se refiere. El deseo de llegar a definir un espacio económico europeo común (CE-EFTA) puede incluso, a este respecto, hacer avanzar mayores posibilidades de intercambio comercial libre en la vieja Europa. Este dato hace necesario que las empresas españolas se mentalicen a que van a ir perdiendo determinadas cuotas de mercado doméstico en favor de los productos importados, ya se trate de bienes de consumo, de bienes intermedios o de bienes de inversión.

Para las grandes empresas europeas, acostumbradas a operar en un amplio mercado de casi trescientos millones de comunitarios, la entrada de España y Portugal en el Club de Bruselas les ha incorporado dos mercados adicionales de una dimensión de fácil asimilación y que, de alguna manera, redondean sus posibilidades de alcanzar más eficientes niveles de producción en los casos en los que las economías de escala lo hacen posible.

En una palabra, y para resumir: la vuelta a la autarquía es hoy imposible, por la sencilla razón de que cuando nuestro Parlamento aceptó por unanimidad el ingreso en la Comunidad Europea sabía que se estaba renunciando a llevar a cabo una política comercial nacional de carácter autárquico. La denominada avalancha de importaciones va por ello a seguir, por la mera lógica del mercado en el que la demanda nacional ha visto rotas las barreras que le impedían el acceso a los aprovisionamientos procedentes del exterior.

Ante esta realidad incuestionable, lo que hay que plantearse muy en serio, cara al futuro, es la continuidad y el incremento de nuestras exportaciones.

Las exportaciones

Y lo que sí es cierto es que, pese a estar creciendo a ritmos absolutamente satisfactorios si nos atenemos al modesto crecimiento que el GATT está detectando en estos momentos para el comercio mundial en su conjunto, la exportación tiene ante sí toda una serie de problemas que son, en definitiva, los que hay que ir solventando para que nuestras cuentas exteriores no lleguen a ser un limitador al crecimiento potencial de la economía española, como ocurriera en otras etapas pasadas de nuestra historia económica reciente.

Con la situación de la balanza de pagos que tenemos. no puede esperarse, desde luego, una caída en el valor de la peseta, y por ello, el restablecimiento de la rentabilidad de la exportación solamente puede lograrse ayudando a las empresas exportadoras a reducir sus costes -incidiendo en los factores de encarecimiento que se vienen repetida, mente denunciando desde los diversos foros empresariales- y a aumentar sus ingresos por la vía de las ayudas de marketing, que les ayude a un mejor posicionamiento en los mercados internacionales. Y esto es un mensaje importante por dos razones sobre las que quizá no se ha discutido aún suficientemente.

La primera de las razones es la de que hay que tratar de no penalizar a las empresas nacionales que, a través de la exportación, están haciendo posible que nuestra integración en la Comunidad Europea no se haga sobre una base excesivamente asimétrica, desde un punto de vista comercial hasta el momento, al menos, en que la masa de bienes de equipo que estamos ahora importando y que tanto contribuye al creciente déficit comercial no empiece a restablecer una mayor simetría externa.

La segunda de las razones es la de que si no se restablecen los márgenes para las operaciones de exportación, algunas empresas multinacionales que han hecho de sus filiales españolas plataformas de exportación podrían reconsiderar su posición transfiriendo a plantas situadas en otras latitudes -que permitieran mayor rentabilidad- el protagonismo exportador dentro de su división internacional intraempresa de trabajo.

Estas dos razones ligan con algo que me parece necesario decir, como idea final de estas líneas: la exportación es -todos lo sabemos-, necesaria por una serie de razoInes que ahora no viene al caso sepalar, pero la exportación la hacen las empresas, y lo que no puede ser es que las empresas la afronten con desgana y sin ningún deseo de hacer de ella una actividad estructural y no simplemente coyuntural, por la conjunción de una serie de condícionamientos adversos.

Francesc Granell es catedrático de Organización Económica Internacional y fue director general de Promoción Comercial de la Generalitat de Catalunya.

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