Un garaje a la medida
Es curioso. Llevábamos en Madrid meses sin más jazz que el local, y de golpe coinciden el mismo día, 2 de febrero, George Adanis y Don Pullen en el café Central y Tete Montolíu en el Teatro Real. Sin reflexionar mucho, se puede hablar de que el jazz vuelve por dos caminos distintos: uno que lo presenta en un club pequeño, y otro, menos adecuado, que trata de auparlo a un templo de la música culta. George Adams y Don Pullen estarían en su ambiente en el primero, mientras que en el segundo Tete Montolíu se encontraría como un pulpo en un garaje.Pero esto no es verdad. La normalización jazzística pasa por las dos cosas. En Nueva York, los músicos de jazz tocan en el Village Vanguard, pero también en el Carnegie Hall. En el recital de Tete Montolíu en la sala de conciertos más importante de Madrid, ni el músico extrañaba el local ni el local extrañaba al músico. Al pulpo Tete, el garaje del Real le quedaba a la medida. Ni siquiera resultaba raro ese pie que golpeaba rítmicamente la tarima sacrosanta que han pisado Kempff y Rubinstein, pero también Peterson, Flanagan y -cielos- Jacques Loussier.
Recital de piano de Tete Montolíu
Teatro Real. Madrid, 2 de febrero.
En la primera parte, Tete hizo honor al auditorio con una pieza importante, Monkiana, más de 40 minutos de piano solo, en donde iban surgiendo algunas de las composiciones más características de Thelonious Monk: Straight no chaser, Reflections, un Misterioso negrísimo y la mar de misterioso, Rhythm-a-ning y varias otras. Como el jazz, según reconocía el programa, es la música de la sorpresa, habrá que decir que lo mejor fue lo que apareció por sorpresa: In walked Bud y Sweet and lovely. En la segunda canción fue en donde Tete estuvo más monkiano, acaso porque era la única pieza que no era de Monk, aunque Monk la tocaba muy a menudo. In walked Bud, que sí es de Monk, está dedicada a Bud Powell y se ajusta al esquema armónico de Blue skies. Escuchamos, pues, a Tete Montolíu interpretar un homenaje a Bud Powell creado por Thelonious Monk parafraseando a Irving Berlin. A veces el jazz se parece mucho al juego de las cajas chinas.
Armonías sugerentes
El programa de la segunda parte estuvo compuesto por obras sueltas, y Tete pudo mostrar con él su afición por las canciones populares con armonías sugerentes: It never entered my mind, Invitation, A time for love. Respecto a la última, no había que hacer mucho caso al programa, porque ni se llama As time for love ni está compuesta por Joe Farrell, sino por Johnny Mandel. Lo de As time... puede ser un tributo involuntario a Casablanca; el otro error, sin duda, se debe a que Farrell y Mandel tampoco suenan tan distintos y, después de todo, Joe Farrell resulta más jazzistico, o menos cinematográfico, que Johnny Mandel. En fin, el jazz es la música de la sorpresa.Y lo mejor de esta segunda parte fueron, de nuevo, las sorpresas. Por ejemplo, el Airegin que escuchamos en lugar de Skandia skies. Sonny Rollins sustituía a Kenny Dorham, o las tierras nigerianas a los cielos escandinavos; y, como ya estaba sembrada la confusión Tete aprovechó la circunstancia para intercalar una cita de la Marcha turca. Como se ve, el local no le impresionaba en absoluto.
Tete Montolíu, en el Real, fue el mismo Tete Montolíu de otros auditorios, con la misma afición a inventar historias sobre la marcha y la misma facilidad para hacer que el público invente las suyas y participe, a su manera, en esa lucha con el instante que es la música de jazz. Tuvo una vez más el talento que hace falta para que en la improvisación quepa toda clase de ocurrencias sin que se desvirtúe el discurso principal. El Real no le vino grande porque, cuando lo que se escucha es jazz, la música y el público siempre están cerca.
Babelia
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