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Hollywood busca su estrella política

La gente del cine celebra el fin de la era Reagan, pero no tiene candidato para la Casa Blanca

Francisco G. Basterra

Hollywood, se prepara para repetir su batalla política de cada cuatro años: ayudar a un candidato liberal y demócrata a sentarse en la Casa Blanca. Pero en 1988, el mundo del espectáculo -Hollyleft, como lo ha bautizado la derecha- no encuentra a su estrella. Y es más urgente que nunca, porque en las colinas de Los Ángeles y en Sunset Boulevard se espera con ansiedad el fin de la era Reagan. No obstante, la industria del entretenimiento y los editorialistas suelen escoger al candidato perdedor, con la excepción de John Kennedy, en 1960, y Jimmy Carter, en 1976.

En definitiva, uno de los suyos, un viejo actor que, utilizando las técnicas aprendidas en los estudios de Hollywood, ha provocado un vuelco conservador en Estados Unidos, repulsivo para el establishment izquierdista y liberal de la meca del cine. Jane Fonda -Jane la Roja o Hanoi Jane, para la derecha profunda norteamericana-, Robert Redford, Jack Nicholson, Warren Beatty o Barbira Streisand, ejecutivos y productores, están listos para declarar su apoyo y atraer dinero para uno de los seis enanos demócratas o a un Mario Cuomo que pueda irrumpir por sorpresa. Pero no saben a quién.Los republicanos huyen de Hollywood, donde el conservadurismo es minoritario, y encuentran sus fondos en otros sectores empresariales. Aun así, Bush o Dole contarán con el apoyo de la vieja guardia siempre lista al combate antiliberal, de los Charlton Heston, Bob Hope y Frank Sinatra, a la que se han unido algunos jovenes, como Arnold Schwarzenegger. Tras la pasada por la derecha de ocho años de reaganismo ya no está mal visto tampoco declararse conservador en Hollywood.

La maquinaria de Hollywood es muy poderosa en un país en el que la imagen es a menudo la realidad y donde la política y el espectáculo son dificiles de distinguir. Gorbachov y el Papa encontraron tiempo para entrevistarse con los grandes de Hollywood. En las elecciones, su poder no reside sólo en Jane Fonda y Robert Redford a favor de uno u otro candidato. Es dinero, pero sobre todo, capacidad de penetración social a través de los medios de comunicación.

La principal influencia de los liberales en Hollywood la ejerce el productor de televisión Norman Lear, multimillonario, que ha fundado el grupo de presión liberal People for the American Way (270.000 miembros). A través del mismo y de unos eficaces anuncios de televisión, con Gregory Peck, Lear fue determinante el pasado otoño en la derrota del juez ultraconservador Richard Bork, que Reagan quería colocar en el Tribunal Supremo.

El lobby de Lear, ayudado por el Comité de Mujeres Políticas de Hollywood, reunió tres millones de dólares para apoyar a los candidatos demócratas al Senado en las elecciones de 1986, en las que Reagan perdió el control de esa cámara legislativa.

Normalmente, como le ocurre a la gran Prensa liberal estadounidense, la batalla de Hollywood es una batalla perdida. La industria del entretenimiento y los editorialistas suelen escoger al candidato perdedor, con la excepción de John Kennedy, en 1960, y Jimmy Carter, en 1976.

Escasa intuición

Confirmando su escasa intuición política, Hollywood se había creído a Gary Hart y a sus nuevas ideas. El mundo del espectáculo y la farándula recogió dos millones de dólares para el entonces senador en las primarias de 1984 -al final, Walter Mondale, con el apoyo del establecinúento político y sindical del partido, logró la candidatura-, y este iba a ser su gran año.

Y el pasado año, la maquinaria de Hollywood volvió a moverse a su favor, pero Beverly Hills ha sido su tumba política. Y ahora, este bastión liberal de la América puritana y Rambo de Reagan que anida en West Los Angeles, se encuentra con el guión escrito, el dinero necesario para pagar la producción, pero sin actor que interprete la reconquista liberal de la Casa Blanca. Hart, que cautivó a Hollywood en 1972, cuando era el director de la campaña presidencial de George McGovern, es una víctima de los excesos hedonistas de un mundo para el que no estaba preparado el ex seminarista de la Iglesia del Nazareno.

Se puso en manos de Warren Beatty, que le proporcionaba su casa, su piscina y las chicas para el reposo del guerrero entre campaña y campaña. En una fiesta, el pasado abril, Hart conoció al cantante de rock Don Henley, que le presentó luego a su perdición, la modelo de Miami Donna Rice. Y ahora, el último escándalo que aflige al destrozado candidato y pecador arrepentido es su conexión con otro personaje de Hollywood, Stuart Karl, ex vendedor de sensuales camas de agua y productor de los vídeos de aerobic de Jane Fonda. Karl está siendo acusado de haber financiado ilegalmente el intento de Hart para la presidencia.

El elegido de Hollywood ya recibió una mala señal precursora del desastre que se avecinaba cuando, la pasada primavera, en la fiesta que le dio el mundo del celuloide y la televisión en Los Ángeles, la policía intervino la recaudación de la cena para pagar las deudas de su campaña. El resto de los candidatos demócratas han coqueteado con Hollywood y son asiduos visitantes a Los Ángeles.

Mensaje populista

Para ganarse su simpatía, Richard Gephardt -que vende un mensaje populista contra las grandes empresas y contra Washington muy del gusto de Hollywood- promovió una ley en el Congreso que obligaría a obtener la autorización de los guionistas y los directores para colorear las películas en blanco y negro. Las luminarias de Hollywood acudieron a declarar, pero Gephardt fue considerado por algunos oportunista, se enfrentó a las grandes productoras y no logró sustituir a Hart como hijo favorito.Sally Field ofreció una fiesta a Michael Dukakis, pero sus comparecencias en Beverly Hills han dejado una imagen de tecnócrata frío, aunque gusta su postura anti-contras. Nicaragua y Daniel Ortega tienen un gran apoyo en círculos importantes de Hollywod, que mueven dinero para defender la causa sandinista y pagan anuncios en televisión para derrotar a congresistas que apoyan la ayuda militar a los rebeldes.

Albert Gore, kennediano de aspecto, buen actor ante las cámaras, sería sobre el papel el perfecto héroe para Hollywood, pero la campaña en el Congreso desatada por su mujer, Tipper, contra la industria del disco por lo que considera letras obscenas y que incitan a la violencia en las canciones rockeras le ha hecho caer en desgracia. Gusta Jesse Jackson por su pasión, su postura antiimperialista y su defensa de los regímenes izquierdistas, pero es de raza negra y no se traga su antisemitismo.

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