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Tribuna:ANTE EL 31º CONGRESO DEL PSOE
Tribuna
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El declive del felipismo

Felipe González es secretario general del PSOE desde 1974. Todos los años transcurridos desde entonces son suficientes para definir un período en la historia del PSOE. Un período conformado por el liderazgo político y el proyecto social de F. González. Ese proyecto sufre en mayo de 1979 una fuerte crisis a partir de la cual el carisma y la autoridad de González serán cuasi indiscutibles en el seno del PSOE. En aquel verano de 1979 los socialistas discutíamos, entre otras cosas, dos de singular importancia: ¿se puede alcanzar la mayoría y acceder al poder con un proyecto socialista autónomo? ¿Cuántas concesiones ideológicas hay que realizar para obtener esa mayoría? Los dos temas tenían un enorme interés. Los que entonces formábamos el denominado sector crítico pensábamos que un excesivo desplazamiento hacia la derecha haría imposible una mayoría electoral, creíamos que la ganancia electoral de votos en el centro del espectro político se vería amortiguada por su pérdida en el espacio tradicional de la izquierda. Incluso por razones de eficacia nos parecía que había que ser marxistas. El hecho es que ese PSOE desmarxistizado, progresista y regenerador que Felipe González auspiciaba alcanzó 202 diputados. Fue la cima más alta del proyecto felipista. Felipe González podía demostrar a sus críticos internos y a sus correligionarios extranjeros que sus criterios habían triunfado -en el sur de Europa, un partido socialista, sin el apoyo «comunista, alcanzaba la mayoría absoluta. Años después, la historia muestra que sus críticos teníamos también razón en la otra cuestión planteada: las concesiones ideológicas han sido tan grandes que el PSOE es hoy irreconocible.La cima alcanzada el 28 de octubre de 1982 fue tan alta que no es extraño que, a partir de entonces, hayamos asistido al declive del proyecto. Un declive más lento y pausado de lo que algunos podían imaginar pero no por ello menos real. El declive comienza, a mi juicio, cuando se cierra la transición política española. El 12 de marzo de 1986 el pueblo español decide en referéndum la permanencia de España en la OTAN. Las incógnitas que presidían el proceso de transición política en España se despejan definitivamente. El desgaste del felipismo comienza en este momento porque el referéndum de la OTAN genera el rechazo, a partir de entonces, de sectores sociales significativos a todo proyecto que emane de la cúpula del PSOE.

Una parte de estos sectores había hecho posible el 28 de octubre de 1982 y aquel día se sintieron dolorosamente estafados. Su apuesta favorable al PSOE no venía por la política económica que éste pudiera desarrollar o por la forma en la que iba a encauzar el tema autonómico, sino que estaba vinculada a la promesa de acabar con el golpismo sin sucumbir al atlantismo. A los conversos al otanismo les podía parecer obvio que sólo cabía elegir entre el aislacionismo casticista o el alineamiento atlantista, pero la posición doctrinal de la izquierda y de los grupos pacifistas se cifraba en evitar ambos escollos e iniciar una política de neutralidad activa.

Al desechar este camino quedaron muchas ilusiones y muchas esperanzas rotas. A partir de aquel día hay sectores intelectuales, juveniles y pacifistas que difícilmente perdonarán a la cúpula del PSOE haber llevado al pueblo español a las urnas para (violentando, en muchos casos, su conciencia) conceder un aval político-moral al militarismo internacional. Es cierto que este rechazo, este malestar, no se tradujo, inmediatamente, en una pérdida significativa de votos en las elecciones de junio de 1986. Parecía como si a pesar de la OTAN, de la reconversión industrial y del paro los costes electorales no fueran demasiado grandes.

En junio de 1986 el PSOE vuelve a alcanzar la mayoría absoluta y se afirma que los grandes conflictos son cosa del pasado y podemos, por fin, afrontar el porvenir con la perspectiva de un largo período de gobierno que permitirá recuperar los apoyos perdidos. El propio F. González decía, en aquellos tiempos, que en 1990 era posible volver a alcanzar unos resultados electorales cercanos a los de 1982.

Año y medio después podemos constatar que aquella previsión estaba muy lejos de la realidad. El trauma ético-político que produjo la conversión al atlantismo ha sido acompañado por un conflicto muy serio con los sindicatos y con un alejamiento de muchos sectores democrático-progresistas. Estos sectores, votantes anteriormente de UCI), deseaban en 1982 un partido unido y un Gobierno firme que estabilizara la democracia. Alcanzado este objetivo, suspiran por la variedad, la pluralidad y la coalición y temen una acumulación excesiva de poder por parte del PSOE.

La tensión con las organizaciones sindicales viene de antiguo. Basta con recordar lo acontecido con la ley de pensiones en la legislatura anterior. El conflicto se acrecienta, sin embargo, al asumir UGT una posición beligerante en contra de la política económica del Gobierno. UGT no critica al Gobierno socialista únicamente por la determinación de los topes salariales o por los recursos concedidos para atender la cobertura del desempleo, sino que enjuicia globalmente una política económica a la que acusa de aumentar las desigualdades sociales y beneficiar a los sectores más privilegiados de. nuestra sociedad.

Aparece así un hecho nuevo en el panorama socialista español. UGT, frente a un socialismo gubernamental que se deja seducir por los cantos de la derecha económica, reivindica para sí el papel de la auténtica izquierda sociológica.

El hecho es novedoso porque hay que decir que ha sido UGT, hasta 1985, el gran aval del proyecto felipista. Cuando se produce el debate socialista en 1979 el sindicato no interviene en aquella polémica entre pragmáticos y doctrinarios. Su silencio no se puede interpretar sino como aquiescencia con el liderazgo y el proyecto de Felipe González. Durante el referéndum de la OTAN todos recordamos que si bien su secretario general votó en contra, para el sindicato socialista el tema OTAN no llegaba a ocupar ni el décimo lugar en el conjunto de sus preocupaciones. La pregunta que hay que hacerse, a la vista de estos hechos, es: ¿cómo es posible que postura tan prudente, tan cauta, tan moderada, pueda ser hoy acusada de desestabilizar y deslegitimar el proyecto socialista? Mi respuesta es la siguiente. Pienso que la seguridad cuasi fanática del presidente del Gobierno en la actual política económica (hasta definir a ésta como la única posible) ha generado este enfrentamiento. La propuesta gubernamental de solicitar un apoyo total (una concertación global) a su diseño económico ha sido un profundo error.

Si había que elegir entre mantener el Gobierno (y generar el conflicto) o cambiar al actual equipo económico (y preservar la unidad con el sindicato socialista) la opción correcta era indudablemente la segunda.

Deterioro

Después de las elecciones de 1987, cuando el deslizamiento hacia abajo comenzaba a ser palpable, cuando se había perdido el Gobierno en las comunidades de La Rioja, de Canarias, de Castilla y León y de Aragón, el criterio, me atrevería a decir que unánime, de los socialistas era propiciar un acuerdo con la UGT. En octubre de este año, no sólo no se ha alcanzado ese acuerdo, sino que Redondo y Saracíbar ya no son miembros del Parlamento. ¿Era inexorable llegar a esta situación? ¿No era acaso preferible un cambio de Gobierno y de rumbo de la política económica?

El deterioro de las relaciones con la UGT influye en el deterioro del felipismo porque remite a un sector social muy distinto al de la OTAN y al de los sectores democrático-progresistas. Los trabajadores de nuestro país ha sido la clientela más importante del voto socialista. Cuando estos trabajadores ven a Nicolás Redondo abandonar el Parlamento, muchos de ellos perciben que algo importante se ha ido con él.

¿Es capaz el felipismo de rectificar estos errores e iniciar una nueva política? ¿Es capaz el PSOE, en su conjunto, de forzar esos cambios? Comencemos para terminar con lo segundo. Para exigir una rectificación de la actual política se necesitaría la presencia en el 319 congreso socialista de una potente ala de izquierdas que presionase a favor de estos cambios. Hoy todavía no existe esa ala. En el PSOE únicamente permanece, contra viento y marea, una corriente que es Izquierda Socialista. Izquierda Socialista ha sobrevivido, a lo largo de estos años, a pesar de tener que afrontar enormes dificultades. Estas dificultades se han visto incrementadas, últimamente, por la decisión tomada por la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE de dar la baja a Pablo Castellano. Esta decisión debe ser valorada, por decirlo con la fórmula clásica, no sólo como un crimen, sino también como un profundo error político. A pesar de ello, Izquierda Socialista ha sobrevivido, consciente de que su tarea histórica sigue siendo contribuir a la formación de un ala de izquierda potente y rigurosa en el seno del PSOE.

Apoyo sindical

Izquierda Socialista nunca logrará, no obstante, contrapesar los excesos y los errores del felipismo si no se ve acompañada en su tarea por sectores sindicales que comprendan que la batalla política exige no sólo auspiciar una disidencia sindical, sino contribuir a un debate serio y riguroso en el seno del socialismo español. Al optar UGT por no dar esa batalla contribuye, objetivamente, a la consolidación de un PSOE mayoritariamente felipista.

¿Es capaz la mayoría del PSOE de imponer una rectificación a la política desarrollada? La respuesta tiene que ser negativa, porque, en primer lugar, muchos comparten la actual política y la consideran la única posible. Otros apoyan ciegamente cualquier política que auspicie Felipe González y, por último, están los que perciben y sufren la pendiente por la que se desliza aquel proyecto mayoritario de 1982 pero consideran que es demasiado pronto para significarse apoyando una decisión de izquierdas.

Éstos últimos piensan que es preferible esperar. El 31 congreso del PSOE, - con la espera de unos y la ausencia de otros, se configura como un congreso de transición. La oportunidad de configurar un ala de izquierdas potente y rigurosa será desaprovechada y el felipismo, aún en declive, no tendrá problemas para su consolidación interna.

A. García Santesmases es profesor de Filosofía Política en la UNED. Es uno de los portavoces de Izquierda Socialista.

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