Tango barroco
Unos dicen que el tango nació en bares porteños en torno a una guitarra, un desamor y algunas señoras fanés y descangalladas (Borges, Lugones); otros dicen que nació en el corazón de los obreros del extrarradio (Oswaldo Pugliese). Es seguro que el tango madrileño de Malevaje se fraguó en tugurios de rock y yerbas locas. A Antonio Bartrina, la voz del grupo, su abuelo le cantaba tangos y él se quedó con la copla. Poco a poco ha logrado ir infiltrando tangos en los santuarios rockeros de Madrid. Al fin y al cabo, el tango es música de solitarios, de gente de taberna.En esta ocasión, Malevaje se presenta en el teatro Alfil, al que han quitado las butacas y han dotado de la oportuna barra para que la gente baile o vea el espectáculo copa en mano. Los tangos entran mejor con aguardiente, al pie del cañón. A Malevaje le faltaba el eco de una queja de un triste bandoneón. Por eso se han aliado con el maestro Oswaldo Larrea. El maridaje ha sido un acierto. Porque, además, Antonio Bartrina ya tiene una voz hecha, creíble, acanallada sutilmente por la vida y las cosas del corazón. Seguro que su vieja le dice que es un bandido y que se junta con gente maleva a la par que tierna.
Malevaje
Antonio Bartrina (voz, guitarra), Fernando Gilabert (contrabajo), Ramón Godes (guitarra), Oswaldo Larrea (bandoneón), Virginia Diez (baile, coreografía y castañuelas), María José, Pilar, Isabel y Elena (bailarinas), Ana Delgado (vestuario), Rafael Menéndez (luces), Antonio Bólido (sonido). Teatro Alfil. Madrid. Hasta el 25 de diciembre.
Magnetismo
Malevaje hace un tango barroco. El bandoneón y las castañuelas ligan perfectamente. Las castañuelas las toca la bailarina Virginia Diez, que también ha montado la coreografía del espectáculo. Virginia posee un magnetismo especial. Sale ella, que es menuda y retrechera, y parece que todo se ilumina, y se organiza el sursumcorda. Arriba los corazones, precisamente, se llama el nuevo disco que Malevaje presenta en estos conciertos.Hay momentos muy brillantes, con el bandoneón pidiendo guerra, seis señoritas impresionantes dándole al baile y luciendo la pierna, y Bartrina cantando cosas apasionadas y patéticas y dando a entender que está hecho pedazos, pero todo junto, como las albóndigas. Y es que los cantores de tangos tienen que ser así, tormentosos y enteros. Tienen una pena muy dentro del alma, sí, pero son solitarios que van siempre muy bien acompañados, se rodean de damas liberadas y garufas, de músicos, de tabernícolas; y entre todos se hace más llevadero el soplo de la vida. Y luego, que les quiten lo bailao. ¡No saben nada!
Babelia
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