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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Europa para los europeos?

Creo que desde El expreso de medianoche, del británico Parker, no se había estrenado ningún filme en que fuera tan evidente cierta prepotencia anglosajona. Entonces eran los turcos quienes venían presentados como seres de una raza inferior; en este caso son los sicilianos y, por extensión -así lo quiere el planteamiento de Cimino-, todos los europeos mediterráneos quienes merecen -merecemos- la mirada misericordiosa del rico, poderoso, paternal y energúmeno director.De entrada, la Sicilia de la película es un país en el que los periódicos, las lápidas, los documentos ministeriales o las amenazas de la Mafia, incluso los grafitos callejeros, están escritos en inglés. Por si no bastara con eso, los bandidos que viven en el monte celebran sus fiestas tarareando In the mood y las manifestaciones comunistas se confunden con el peregrinar de los penitentes en busca de la capilla de quién sabe qué santo ateo. Es una Sicilia que no tiene nada que ver con la de Francesco Rossi, de la misma manera que el Salvatore Giuliano del cineasta italiano no se reconocería en ese cruce de Robin Hood y El Zorro que nos propone Cimino.

El siciliano

Director: Michael Cimino. Intérpretes: Christophe Lambert, Giulia Boschi, Joss Ackland, John Turturro, Terence Stamp, Barbara Sukowa, Richard Bauer, Ray McAnally y Barry Miller. Guión: Steve Shagan, basado en la novela de Mario Puzo. Productor: Sidney Beckerman. Fotografía: Alex Thomson. Música: David Mansfield. Decorados: Wolf Kroeger. Estadounidense, 1987. Estreno en cines Paz, Real Cinema, La Vaguada, Carlton, Europa, Alexandra (versión original).

Sin duda, la cuestión del idioma, con ser muy significativa, no debiera ser tan determinante. Si aceptamos el doblaje y lo admitimos como convención que no distorsiona el realismo de una película -en todo caso, primero perjudica la credibilidad del actor-, bien pudiéramos cerrar los ojos ante esas barbaridades escritas. Pero no es ése el único problema de la película. Michael Cimino, que a veces se cree Orson Welles y otras Visconti, aquí quiere poner en práctica aquella máxima fordiana que asegura que los periodistas del Oeste preferían imprimir la leyenda cuando era mejor que la realidad.

Para Cimino, Salvatore Giuliano es un personaje legendario, mítico, un ser a medio camino entre la tierra y el cielo, un semidiós que se rige por leyes propias y pretende que la geografía y la historia se adapten a sus exigencias. Es así cómo Cimino se toma en seno las ideas de Giuliano sobre la independencia siciliana y la conversión de la isla en el cuadragésimo octavo Estado de EE UU, gobernado por él, eso sí. La utilización que Giuliano po día hacer del papanatismo político o hasta qué punto él mismo era víctima de su incultura e infantilismo es algo que no interesa al director, que prefiere creer en su héroe como un ser puro, un elegido, digno final santificador para un antiguo vividor del mercado negro reciclado en pensador y activista social. Para Cimino, Giuliano es la reencarnación de un héroe griego, pero ni Aquiles en su momento de mayor devoción por Patroclo hubiera aceptado un vestuario de Arman¡ y el maquillaje Max Factor para tener un aspecto más divino.

Nuevo rico

El choque entre la realidad y el mito produce una serie de chirridos grotescos. El cineasta ha creído que podía entrar en el almacén mitológico, tomar prestados una serie de elementos y hacerlos casar dentro de lo que él bautiza como "el documental de un sueño". No lo logra.Pero si ver a Joss Ackland intentando camuflar unos incómodos ojos azules que le hacen un poco creíble capo mafioso, o ver a la pobre Barbara Sukowa haciendo el ridículo en unas secuencias indefendibles, causa cierta irritación, mayor es la que produce darse cuenta que el filme está rodado con un despilfarro de medios que sólo a un nuevo rico le parece necesario. Películas como ésta motivan un rechazo violento, hartos ya de sentirnos como griegos visitando sus ruinas en el British Museum, intentando resituar los frisos y esculturas en un paisaje que conocemos mejor que nadie. El cine europeo, la cultura europea, debería tener su doctrina Monroe para con productos de este tipo, evitando que los dólares de unos indocumentados prevalezcan siempre y se lleven los mejores cines en las mejores fechas.

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