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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El dilema belga

LAS ELECCIONES belgas han constituido un revés para el primer ministro, Wilfried Martens, político brillante que lleva ocho años en el poder, casi sin interrupción, en un país cuyo pluripartidismo ha sido llevado al extremo por el factor regional. Cada partido se desdobla, uno valón, otro flamenco, lo que complica la creación de Gobiernos, inevitablemente de coalición. El Gobierno de socialcristianos y liberales, liderado por Martens, tuvo que dimitir y adelantar las elecciones a Causa de los enfrentamientos lingüísticos surgidos en la ciudad de Fourons. En la respuesta de los electores ha habido un castigo a Martens, si bien los cuatro partidos coligados en su Gobierno conservan una mayoría, reducida, en el nuevo Parlamento. La necesidad de un cambio de Gobierno no dimana, pues, de la aritmética parlamentaria. Se debe a causas políticas, incluso morales: por primera vez desde 19315 en unas elecciones parlamentarias el partido socialista -englobando el de Valonia y el de Flandes- se ha convertido en el primer partido del país.En los resultados salidos de las urnas destacan dos rasgos significativos: el único avance serio, al obtener seis diputados más, ha sido el protagonizado por el partido socialista de Valonia, mientras que el de Flandes se ha quedado prácticamente donde estaba. En cambio, el único descenso sustancial, de seis diputados, ha sido el del partido de Martens, el socialcristiano de Flandes; su partido homónimo de Valonia se ha mantenido. Ambos hechos indican que el incidente de Fourons no ha sido sólo el detonante de la crisis, sino que ha desempeñado cierto papel en el conjunto de los resultados electorales.

¿Qué ocurre en Fourons? Es una ciudad de 4.000 habitantes, con una población en gran mayoría francófona, y se halla enclavada en un contorno flamenco. De modo sistemático el francófono José Happart es elegido como concejal encargado de la alcaldía. Se niega a usar el flamenco, y las autoridades de Limburgo, la región flamenca de la que depende, le destituyen, porque la ley obliga a las autoridades de esa región a hablar flamenco. Se presenta otra vez y es reelegido siempre con aplastantes mayorías. Es un círculo vicioso, sin salida dentro de la actual Constitución. Este caso provocó la división del Gobierno de coalición de Martens, y obligó a su dimisión.

Fourons tiene un trasfondo en el que se perfilan aspectos de fondo del problema nacional en Bélgica. Desde hace varias décadas, Flandes, discriminada en el pasado, ha pasado a una posición casi dominante: hoy sería difícil imaginar un primer ministro francófono.

En Valonia, el caso de Fourons ha suscitado un fuerte resentimiento, capitalizado por el partido socialista. Por otra parte, los flamencos temen que cualquier concesión en el caso de Fourons sirva de precedente para otras zonas donde hay problemas parecidos, como la periferia de Bruselas. El esfuerzo de Martens, como primer ministro, por adoptar una actitud conciliadora le ha costado caro, electoralmente, en Flandes.

Dentro de una apatía política de la población belga -que el voto obligatorio disimula- las tensiones sobre el tema nacional apasionan. Ello ha creado un clima favorable, entre diversos partidos, para una reforma de la Constitución de 1830. Reforma tendente a reforzar los rasgos del federalismo que ya existen. Hay temas insoslayables, como la federalización de la enseñanza y el estatuto de Bruselas, que, siendo capital de Europa, carece de órganos de Gobierno locales con competencias adecuadas.

Sobre la formación del próximo Gobierno, que será compleja, se perfilan dos variantes. Aunque la permanencia de Martens es improbable, podría seguir la misma coalición de Gobierno liberal-socialcristiana. Sería un continuismo debilitado. La otra variante es la entrada de los socialistas. Pero necesitarían para ello coligarse con los socialcristianos, superando contradicciones sobre temas serios, como economía, aborto, problema nacional. Para las reformas constitucionales serán precisos los dos tercios del Parlamento. Requerirán, pues, una base más amplia que las dos posibles mayorías de Gobierno.

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