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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Mensajeros ambiguos

Me ha encantado el artículo del señor Puente Ojea Marcinkus y la Santa Sede (EL PAÍS del 2 de diciembre de 1987), pero con una notable salvedad: la ambigüedad constitutiva del mensaje cristiano en cuanto ideología y en cuanto simbólica de poder no pertenece en modo alguno a la estructura del mensaje, sino a la estructura personal y organizativa de los mensajeros, que ya en el siglo I de nuestra era, como afirma el señor Puente Ojea, inician la imbricación de la Iglesia en el concierto de los poderes temporales.La estructura diáfana del mensaje queda confirmada y explícita, sin más, en el Sermón de la Montaña, en las diatribas contra los ricos y en el desprecio del dinero, prestigio y poder revelado en las tentaciones del desierto. Jesús no fundó una institución, redil o coto cerrado en posesión de una verdad total, exclusiva y excluyente, sino una Iglesia o asamblea de creyentes donde el preboste debe ser el que más le ama a él y a los hermanos. No otro es el sentido simbólico de la escena que reitera tres veces el amor de Pedro.

La historia de la Iglesia, con su papado y su complicada jerarquización eclesiástica, globalmente, es la historia de estar en el mundo apegados a la metodología del mundo, o sea, a la metodología del amor al poder, al prestigio y al dinero. Confirman esta realidad las excepciones que se dieron en todos los siglos y que también se dan en la actualidad a título de personas que asumieron y, asumen el mensaje en toda su diáfana simplicidad y pureza. Son y fueron siempre perseguidas y, más tarde, manipulada.s por la institución.

Su dinámica no puede ser otra. No puede deshacer, en un abrir y cerrar de ojos, su tejido dogmático y de poder construido durante siglos. Tampoco se lo pueden proponer a medio o largo plazo, porque, por vía de ejemplo, si la cúspide vaticaria declarase la intrínseca falsedad del dogma de la infalibilidad pontificia, el dogma más necesario para el poder temporal de la Iglesia, todo su dogmatismo y su poderosa influencia se fragmentaría en cascotes a manera de una explosión.-

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