Tarancón
Tiene uno escrito en esta elipse kepleriana y esquinera (las esquinas ilustradas de parados) que el cardenal Tarancón se viene desdiciendo, homilía tras homilía, de lo que fuera su histórico discurso de la corona, que yo escuché, cuando entonces, en casa del ilustre ginecólogo Hernández, sujetos los dos al transistor, mientras mi amiga y su paciente esperaba con las piernas abiertas.Ahora, a Tarancón se le ha concedido la medalla de oro de la Villa de Madrid. Será a ver si se calla, por parte de unos, o para animarle a seguir disparando desde la tronera de alguna catedral, por parte de otros, ya que nuestro Ayuntamiento está hoy tan versicolor (Tamames hará bien en irse). El que fuera obispo de Madrid/Alcalá contribuyó mucho a la oportuna y pertinente apertura de la Iglesia española hacia la democracia, y a la democracia misma, y a la apertura misma y en sí. Pero luego, el bronco Tarancón, siempre entre la colitis y el tabaco negro, todo un cura macho, se nos ha vuelto una sutil Penélope, con la edad, se conoce, y desteje todo lo que tejió, lo desteje pacientemente, homilía a homilía, ya digo, o como se llame eso que hace (la Iglesia es tan poderosa culturalmente que hasta tiene sus propios géneros literarios). Lo último que uno quisiera es resultar un periodista anticlericalote y decimonónico/galdosiano (mayormente, por lo mal que escribía Galdés), y hay que cuidar de que esta columna no se especialice/petrifique en eso.Pero es que hay cosas que claman al cielo de la Almudena, y ¿qué mejor cielo para una catedral que el cielo mismo, ya que la Almudena, me parece, sigue sin techar? Tarancón como todo Plácido Domingo de los fortíssimos, tiene su coro de obispos y arzobispos provinciales, así monseñor Delicado Baeza, el de Valladolid, que ve dentro de la familia española "agentes patógenos". Lo que no ve monseñor Delicado, lo que no ve ninguno de ellos, es que la familia misma es patógena, lo ha sido siempre, y está cambiando o desapareciendo. La familia, como nuestros grandes bancos (véase Bilbao/ Banesto) tiene el destino de algunos monstruos prehistóricos: su propia ingencia, su tamaño, les impedía ayuntarse, reproducirse, y de eso murieron las especies, se extinguieron. De eso pueden morir la gran banca, la Iglesia y la familia. De elefantiasis. Tarancón es el tenor bronco, el Plácido Domingo, sí, del neonacionalcatolicismo (me encanta haber inventado una palabra tan larga), que está ya muy lejos de Gil-Robles (la otra noche vi al hijo en casa de Zarraluqui, y Rupérez anda diciendo que tiene directiva, pero no tiene partido). Tarancón tiene un coro provinciano y provincial en muchos obispos y arzobispos de provincias, pero el secreto es sólo suyo: el secreto es hacer involucionismo clerical abandonando el estilo madre abadesa de todos los prelados, de toda la Iglesia, de todos los seminaristas. Tarancón sigue siendo el tremendista de Dios, el Cela del cielo, el que fuma negro y habla fuerte, mas sus homilías/ordalías van siendo cada vez más alarmantes. Denuncia hoy todo lo que patrocinó ayer (quizá porque no esperaba que las cosas iban a llegar tan lejos, que tampoco han llegado tanto).
Entre la tos y él antifranquismo, Tarancón se había hecho un retablo berruguetiano de cura macho que caía bien a la izquierda, sobre el fondo beato y sangriento de la pintada: "Tarancón, al paredón". De esa inercia, de ese paredón, de esa pintada sigue viviendo Tarancón para criticar al Estado laico y al Gobierno socialista. Pero digamos, al fin, calladamente, que Tarancón es hoy el cura más reaccionario de España y que su tremendismo no es ya sino la coartada de su vaticanismo, emboscado entre la bronquitis y el tabaco negro.
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