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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Francía e Irán, diplomacias simétricas

Lluís Bassets

Wahid Gordji, intérprete de la Embajada de Teherán en París, era un pez gordo de la peculiar diplomacia iraní. Conocido en Francia de los servicios secretos, de los fabricantes de armas y de los más altos responsables del Estado, su rostro barbilampiño apareció fotografiado al lado del primer ministro Jacques Chirac en algún encuentro oficial. En julio, de pronto, el juez encargado de las dos olas de atentados, que produjeron una docena de muertes y más de cien heridos en París en 1986, creyó tener suficientes datos como para citar al joven funcionario.Gordji tenía estrechas relaciones con los militantes islámicos integristas que encabezaban la red de bombistas. Su BMW había sido repintado justo pocos días después del sangriento atentado de la Rue de Rennes, donde los testigos vieron escapar al autor del bombazo en un coche negro de idéntica marca y modelo. Su caligrafía tenía curiosas coincidencias con la de los autores de comunicados reivindicando la colocación de las bombas. En un gesto de prudencia, el juez no lo inculpó, sino que lo citó como testigo. El joven se recluyó hace cinco meses en su embajada, que no abandonó hasta el pasado domingo, para salir libre hacia su país. Las explicaciones que ha filtrado la policía son claras: el experto grafológico no puede garantizar que la letra del iraní sea la de los comunicados, y el experto en pintura de automóviles ha localizado una capa gris, y no negra, debajo del nuevo color del automóvil.

Gobierno escandalizado

El Gobierno francés se ha escandalizado ante las insinuaciones de que la justicia había sido presionada y burlada, y no ha emitido ni un quejido ante el trato simétrico proporcionado por un tribunal islámico al cónsul Paul Torri en Teherán, a pesar de la inmunidad diplomática que debía protegerle.

Tampoco las autoridades del régimen jomeinista se han quedado cortas. Tal es su versión: los secuestradores de ciudadanos occidentales en Líbano no actúan, naturalmente, bajo sus órdenes, y como máximo pueden escuchar sus consejos; la liberación de los rehenes nada tiene que ver con el canje de altos funcionarios, un gesto de buena voluntad que ha permitido a Jacques Chirac hacerse una imagen popular en los bazares íraníes.

"Hay, pues, una serie de indiscutibles simetrías. En Líbano, rehenes occidentales; en Europa, presos que cumplen condena por asesinatos a veces masivos. En París, un funcionario, sin inmunidad diplomática, sospechoso de actividades terroristas; en Teherán, un cónsul, con inmunidad diplomática, acusado, más de 15 días después, de espionaje, contrabando de obras de arte, tráfico de drogas y colaboración con los enemigos del régimen. En París, unos gobernantes que niegan toda presión sobre el juez y el pago de un rescate; en Teherán, otros gobernantes que no reconocen los sólidos hilos que les comunican con sus amigos del Líbano.

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La verdad de la simetría favorece al régimen jomeinista y a su peculiar teoría del derecho internacional: todo lo que no sea la charia o ley islámica no merece ser respetado, todo vale en las relaciones y en la política internacional. Pero su falsedad, a pesar de los conservadores franceses y de los molás iraníes, la revela otra simetría: la de un cierto pragmatismo político extremo.

París y Teherán se han mirado de hito en hito a través de los intereses mutuos. En los ojos de la derecha francesa ha aparecido la luz de una victoria electoral en las elecciones presidenciales de 1988: sí todos los rehenes franceses quedan en libertad y no hay atentados antes de mayo, Jacques Chirac contará con un as de añadidura en su difícil partida. En los ojos de los curas persas ha aparecido otra luz, la de una salida del aislamiento internacional en el conflicto del Golfo, con una resolución de la ONU en contra, una flota occidental ante sus costas y la enemistad de todos los hermanos árabes, después de la cumbre de Amman y del acercamiento entre Siria e Irak.

La izquierda, molesta

Y una última simetría alienta finalmente todas las desesperanzas. La buena comprensión entre París y Teherán molesta a la izquierda francesa y al Gobierno británico, pero desencadena, respecto a cada uno de los gobernantes que se ha atrevido a criticar a los franceses, nuevas posibilidades de desarrollar las simetrías.

Para Estados Unidos basta su presidente, irresponsable del tráfico de armas con Irán que se desarrollaba en su propio despacho. Para el Reino Unido, la indignación selectiva de la dama de hierro, que sólo rasga las vestiduras ante los excesos de Europa continental y sonríe complacida las gracias de su amigo de la Casa Blanca. Para los socialistas franceses, su corta y turbulenta historia en el Gobierno, en la que no faltó ni la venta de armas (el caso Luchaire) ni el terrorismo de Estado (el caso Greenpeace).

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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