Poética coloreada

.Carmen Calvo (Valencia, 1950) tiene una sólida reputación como pintora sensible y original, además de poseer oficio de la mejor escuela. En 1980 fue seleccionada por Margit Rowell para la muestra New images from Spain, que tuvo lugar en el Museo Guggenheim, de Nueva York, constituyendo el primer acontecimiento de promoción internacional del arte joven español.

Este primer éxito resonante no paralizó la inquietud investigadora de Carmen Calvo, que ha seguido planteándose experiencias vitales y artísticas renovadoras. Cuando se dio a conocer poseía un lenguaje artístico bastante peculiar y sugerente, basado en la aplicación pictórica sobre el lienzo de pequeñas partículas de cerámica, como incrustaciones de cuentas, cuya función era semejante a los toques de color de los puntillistas. Este eficaz y brillante preciosismo estaba, empero, ya entonces

habitado por un ritmo de empática energía con trazas a lo Van Gogh, clara demostración de tensiones internas capaces de convulsionar lo epidérmico.

Hace un par de años, Carmen Calvo se instaló en París y esta estancia ha servido para dar un vuelco a su estilo, tal y como se puede apreciar en la excelente muestra individual que ahora exhibe en Madrid.

Básicamente este vuelco ha consistido en la fundición pictoricista de las partículas cerámicas, pero como si literalmente la pasta del barro resultante, ahora arcilla licuada, le sirviese para dar capas compactas de color, un color denso y empastado, con extraños reflejos diamantinos, tintineantes, micras de luz, polvo de estrellas.

Resulta que Carmen Calvo está enredada en azules y se nos revela como pintora de noches gravemente poéticas. Le han salido acentos expresionistas a lo Kirkeby, atmósferas de alta condensación parda atravesadas por dorados fulgores, que hienden el espacio como barras amarillas o como puntos de perforación, en los que brota un espeso líquido que se desparrama y salpica la superficie plana y opaca de la masa cromática.