La orquesta y su nube
Ocupó -el lunes la escena del Real, dentro del ciclo Orquestas del Mundo, la Royal Philharmonic de Londres, dirigida por el finlandés Paavo Berglund (Helsinki, 1929) y con la colaboración del pianista francés Jean-Bernard Pommier, en el cuarto concierto beethoveniano. Pommier es intérprete de reconocidas calidades, cuida el hecho sonoro en todo su valor expresivo y constitutivo y se olvida bastante -lo señalo como elogio- de tradiciones que las más veces no son sino acumulación de convenciones. Su visión del concierto en sol es apolínea, evocadora del clasicismo vienés y renovadora como los mismos pentagramas interpretados.Con todo y tratarse de una gran formación sinfónica, la Royal Philharmonic quedó bastante inédita en manos de Berglund, pues ni hubo coincidencia ideológica en los planteamientos, ni el conductor, que mantiene la batuta en su mano izquierda, superó los niveles de un concertador brillante, dado a las más violentas y gestuales potencias. Suelen denominar los ingleses nube a la gota de leche que mezclan con el té y que según muchos lo desvirtúa. Sobre la Royal Phil harmonic cayó, por esta vez, la nube llamada Paavo Berglund.
Royal Philarmonic Orquestra
Director: Paavo Berglund. Pianista: Juan-Bernard Pommier. Obras de Montsalvatge, Beethoven y Sibelius. Teatro Real, 16 de noviembre.
Enigmático
En la primera parte, un muy bello tríptico de Xavier Montsalvatge (Gerona, 1912), estrenado en el Festival de Granada 1971 como homenaje a su fundador Antonio Gallego y Burín, sonó con claridad y brillantez, bien cantado, ritmado y, a ratos, enigmático. Laberinto, que así se titula la pieza, lleva en su interior un impulso balletístico que encontró, no hace mucho, excelente realización. Sobre el mito de Teseo, Ariadna y el Minotauro, Montsalvatge ensaya si no una obra granadina sí algo relacionado con Granada. Laberíntica es la ciudad, laberíntica su Alhambra, laberíntica también la geometría y la poética de su decoración. De origen andaluz, son algunos ritmos y sonidos empleados en toda su posible abstracción por el compositor: el martinete para el segundo tiempo, el zapateado para el tercero. Faltó a Berglund un mínimo toque de gracia plástica y poética de la que la obra se benefició el día de su estreno, dirigido por García Asensio.Para final, el maestro visitante explotó la tensión oscura de Sibelius en la Quinta sinfonía, de 1915, con la que, por cierto, se presentó Berglund en Madrid con la Orquesta Nacional el año 1975. En esta ocasión como en aquélla, Berglund logró su mejor momento en la obra de su compatriota. La danza húngara de Brahms dada como propina, mejor será olvidarla, en tanto mantenemos en la memoria la excelente profesionalidad de una orquesta que, individual y colectivamente, viene dando mucho de sí desde que la fundara en 1946 sir Thomas Beecham.
Babelia
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