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Reportaje:

El desconcierto de la fotografía española actual

La moda impone la obra de autor

Si la década de los setenta fue definitoria de estilos y formas propias de la fotografía española, los últimos años de los ochenta muestran el desconcierto y el indeterminismo más absoluto. Tiempos de fotografía ensimismada, como dos espejos frente a frente, tras haber pasado los desajustes del temprano sarampión, que hizo creerse instalada definitivamente con nombre propio en la escala de las valoraciones plásticas socialmente aceptadas. A ello hay que añadir el papel del fotógrafo de nivel medio en el Estado, saturado de imágenes provinientes de una cutre, a la vez que fenicia, práctica de actividades de la más diversa naturaleza que hacen, bajo cualquier excusa, de la fotografía casi una religión y el ombligo del mundo.Por lo demás, si se le añade la relativa facilidad para convertirse en protagonista de un blow up cualquiera por la vía rápida, el desconocimiento generalizado del medio por los administradores, difusores y consumidores de este tipo de cultura, junto al papel de mercadotecnia propio, lo convierte en terreno abonado para fomento de este tipo de situaciones. Saturación de exposiciones de cortesía, que traen causa por vía convenio internacional y cuyos autores son excedentes culturales.

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Pero si globalmente el panorama aparece indefinido y amorfo, carente de unos elementos de cohesión interna, hipotéticamente ligados a una estructura externa de la que también se adolece, las señas de identidad de los tiempos que corren hay que buscarlas en lo individual y, a lo sumo, en algunos grupúsculos aglutinados territorialmente. Y ello sin confundirlo con uno de los síntomas patológicos del sector en estos últimos años: el de superponer la cualidad subjetiva de una determinada obra con la actividad o acontecimiento en la que se incardina. O lo que es lo mismo, aquello de ocuparse más en generar actividades, juegos florales, carteles y catálogos que en investigar o, sencillamente, en hacer fotos. Más o menos como en otras áreas de la cultura, sólo que aquí, por la inmediatez de los resultados y la relativa sencillez de los textos con los que se ilustran a pie de página, hace que el subproducto se obtenga más fácilmente.

Por el contrario, ahí están esos fotógrafos teóricos con acentuada vocación de huida hacia el exterior, porque el patio no da para más, como es el caso de Joan Fontcuberta, arquetipo fotográfico de lo que fueron los setenta y la generación de Nueva Lente. O Toni Catany, Javier Vallhonrat, América Sánchez... y los interesantísimos trabajos de Jordi Guillumet, prácticamente desconocidos en nuestro contexto social.

Catany, exportador de espléndidos bodegones, naturalezas muertas emigradas a galerías de habla extraña; Vallhonrat, que si no es por lo de Vógue/Italia igual ni se enteran. Lo realmente ingenuo es extrañarse de esto cuando, hasta que no intervino la Administración de la Comunidad Valenciana, la obra de Josep Renau ha estado dando tumbos de aquí para allá, aunque al día de la fecha no se le ha dado la difusión que tiene acreditada. O la no divulgación a nivel de Estado de la obra del fotógrafo vanguardista Nicolás Lekuona (1913-1937).

La única constante es que en el panorama fotográfico español todavía se siguen confundiendo las familias fotográficas. La fotografía está de moda, o al menos eso piensa el sector. Cualquier producto que provenga de una cámara y derivados trae su carta de naturaleza propia, y consiguientemente se ha de proceder a integrarla en el conjunto de las artes plásticas. Da igual que se trate de una instantánea sobre el asalto al Congreso, los abalorios de Butragueño, cualquier catástrofe al uso o de un anuncio de mantequilla o las copias más exquisitas realizadas en virajes al oro. Y quizá sea ésta la matización más cualificada que defina a la fotografía española contemporánea junto a su asistematicidad.

Los todo terreno

Lo asistemático se refleja en la imagen reproducida cotidianamente por los medios de difusión ordinarios. Los fotógrafos todo terreno y de abundante producción cada vez son los menos; lejos quedaron los viejos rockeros y otros menos viejos tipo César Lucas, Víctor Steimberg, Ricardo Martín, Raúl Cancio, Carlos Bosch y otros. Impúdicamente, y a priori la nueva España fotografiante temerariamente se presta, y, lo que es peor, los responsables de edición los creen capacitados tanto para la realización de un reportaje nocturno sobre el acople sexual de una especie a extinguir en el coto de Doñana por un especialista gallego en la reproducción gráfica de textiles con arrugas como para que una fotocopista de numismática pretenda cubrir la información con su cámara en el golfo Pérsico.Fotografía creativa, muy ligada a los movimientos fotográficos del Atlántico. Vigo, con sus bienales, en las que metódicamente se combina la racionalidad de lo vanguardista a nivel internacional con la sistemática de un movimiento recuperador de su historia fotográfica. O el grupo de La Coruña 40X50, con publicación de idéntica cabecera, en la que aparecen constantes nombres de esa nueva fotografía que nos viene y cuyo contenido está aún por determinar: X. Luis Suárez Canal, Manuel Sendón, Xulio Correa, Xosé Abad y otros. Y en la misma línea, las Primaveras Fotográficas de Cataluña y Foco en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Como constante, ahí está la generación de los cincuenta, o al menos la que en esta época comenzó, consciente o inconscientemente, a articular un lenguaje fotográfico propio. Catalá Roca, Cualladó, Siquier, Schommer, Oriol Maspons, Terré, Pomés y un sinfín más de nombres. Unos, que perdieron el tren o, de entre ellos, lo cogieron a destiempo y con el vagón equivocado. Otros, que prefirieron tirar la maleta con los viejos papeles por la ventanilla para cambiar de identidad. Los más, un auténtico libro abierto en el que todos tenemos siempre algo que aprender.

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