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Tribuna:MEDIOCRIDADES DE LA UNIVERSIDAD
Tribuna
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La mezquindad y la Complutense

La cicatería con la que la Universidad española trata a los que le han dedicado su tiempo y su ciencia tiene ejemplos incontables. El autor se refiere a uno de estos casos, que afecta a un grupo bien nutrido de profesores españoles a los que la Complutense regala con su mezquindad.

La Universidad española ha dejado de ser uniformemente mediocre para ser homogénea y autonómicamente perversa. La perversidad tiene hoy hasta forma jurídica, y sus actantes son los departamentos. Ejercen éstos la votación, imponiéndola como una penitencia en la que (y con la que) se salda el rencor, se disfraza la envidia o se autosatisface la venganza. La Universidad española alcanza en estos momentos, si no el punto más bajo de su ciencia -lo que sería en extremo difícil, dada su constante-, sí la cota más alta de su indignidad. No me refiero a la miseria de los sueldos ni al desánimo que sufren docentes y discentes por igual.Me refiero -y me refiero sólo- a dos hechos que la minan como institución y que amenazan su presente e hipotecan, por ello, su futuro: a) la ley de jubilación anticipada, que supone el máximo atentado intelectual cometido desde 1939, y b) el procedimento seguido para la elección de los llamados profesores eméritos. La primera, con su varita mágica, convierte especialidades prestigiosas en auténticos páramos con soledad de erial. El segundo -con no sé qué baremos esgrimidos ni con qué criterios manejados- niega, a aquellos que por sí ya lo eran, lo que sus numerosas publicaciones, sus alumnos y sus clases avalan: nada menos que su propia condición de profesor.

Así ha sucedido en la universidad Complutense, donde ni don Pedro Laín Entralgo ni don, Rafael Lapesa, ni don José Botella Llusiá ni don Ángel Vián, ni don Francisco Rodríguez Adrados, entre otros, han accedido al rango de eméritos. La cosa es increíble y causa tanta indignación como perplejidad.

Y, lo que es peor, indica que la ley de Reforma Universitaria (LRU) hace agua y que, si no se le pone remedio, hará naufragar definitivamente al barco a cuya mejor navegación y movimiento se supone debería ayudar. Y ello no por la impericia de quienes legislan, sino por la mala voluntad de quienes la aplican e interpretan. De modo que cuando el naufragio se produzca será, como siempre, demasiado tarde para rectificar.

Por eso, y para impedir que tales desmanes acontezcan (y acontezcan propiciados de manera legal), la universidad de Barcelona, que debe ser una de las pocas civilizadas que nosquedan, ha sentado un ejemplo que todas las demás debieran secundar: la creación de un órgano integrado por un senado de notables, compuesto por personalidades científicas de reconocido prestigio y de probada autoridad, que libre de las presiones parciales de los departamentos y ajeno a los intereses que no sean los de la ciencia y la Universidad decide quién y por qué accede a profesor emérito.

Buen sentido

La universidad de Barcelona -como las de Zaragoza y Valencia- ha tenido el acierto de no excluir de dicha condición a aquellos profesores de más de 69 años que -por sus capacidades, su sabiduría y su magisterio- han sido y son clave indispensable para la transmisión cadémica de una disciplina o un saber a cuya fisonomía ellos mismos han contribuido. Otras, como las del País Vasco y Oviedo, han demostrado su buen sentido al mantener en la docencia a científicos como KoIdo Mitxelena -hasta su muerte reciente- o Emilio Alarcos Llorách.Pero ¿qué ocurre en la Universidad Complutense?, ¿qué irresponsabilidad universitaria exhibe su junta de gobierno?, ¿qué distracción, mala fe u olvido inspira o preside la decisión de sus departamentos?

Lo que expongo no es un salto de rebeco, como diría Dámaso Alonso. No; lo que expongo reviste suma gravedad. Porque, ¿qué será de la Complutense si sigue aplicando tales desafueros a los Lázaro Carreter, los Bousoño, los Mariner, los Fontán, los Rupérez..., es decir, a los pilares mismos que la constituyen y en los que se apoya su tradición y su realidad?

Sin la urgente modificación de sus actuales estatutos, difícilmente podremos seguir llamando Universidad a un conjunto de edificios maltrechos, al que habremos de referirnos o por perífrasis, en el peor de los casos, o por eufemismo, en el mejor. El cambio de rumbo no obliga a un cambio de nombres sobre todo, cuando dicho cambio implica, para no pocas disciplinas y especialidades, algo así como su acta de defunción.

Jaime Siles es catedrático de Universidad, escritor y poeta.

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