Un Brahms convulsivo
Dentro del ciclo de cámara y polifonía que organiza el INAEM y patrocina Endesa y que celebra este año su décima temporada, actuó el martes en el Teatro Real el Trío de Barcelona, compuesto por el pianista Giménez Attenelle, el violinista Gerard Claret y el violonchelista Lluis Claret. En el programa figuraban los tres tríos con piano de Brahms, que no se escuchan en Madrid desde 1983, cuando el quinteto español y el Trío Romaní ofrecieron la integral de cámara de Brahm en el 150º aniversario de su nacimiento.Una de las carencias de la vida musical madrileña, tan enriquecida en actividades sinfónicas y presencia de grandes solistas, es la de los géneros de cámara. Perdidos los Lunes de Radio Nacional, me parece acertado que buena parte de la serie de cámara y polifonía preste atención a lo camerístico. Más todavía si se trata de intérpretes de primera clase absoluta como en este caso.
Ciclo de cámara y polifonía
Trío de Barcelona (Attenelle, Gerard y Lluís Claret). Obras de Johannes Brahms. Teatro Real, 10 de noviembre.
Ignorar su música de cámara es conocer muy incompletamente a Brahms, quien en 1853 compone su Trío opus 8, revisado en 1889; en 1883 estrena el Trío opus 87 y tres años después el opus 101. La densidad de pensamiento, la bondad de formas -por más que las discutiera Hugo Wolf- y una intensidad lírica que procede directamente de Schumann sin dejar de ser tributaria de Mendelssohn, hacen de las tres páginas otras tantas obras maestras. De modo especial el último trío en do menor, nos muestra al compositor del segundo concierto planístico (1881) en estado de máxima depuración y extremada síntesis conceptual. Hay en esta música, si echamos a volar la imaginación y hasta la literatura, una melancolía propia del lago de Thun, tan querido y vivido por el hamburgués, junto al estilo progresivo analizado por Schónberg, definidos en toda su pureza.
Música biográfica, no porque narre ni refleje de modo preciso aventura personal alguna, sino porque nos muestra, en tono de confesión -en voz baja o alta- la plena vitalidad de un creador inconmensurable. Albert Giménez Attenelle -última muestra de la escuela Marshall- y los hermanos Claret, esa pareja andorrana de intérpretes hondos, grandes y poderosos, supieron llevarnos por el mundo brahmsiano entre el encanto apasionado y la serena soledad. Hicieron música con alto estilo, ante el cual las dificultades técnicas, plenamente dominadas, parecen no existir. Fue una tarde de música total y convulsiva.
Babelia
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