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Tribuna:EL COMPROMISO DE VARGAS LLOSA
Tribuna
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El hijo del mundo

La participación intensa del novelista Mario Vargas Llosa en el debate político ha motivado alabanzas y críticas por partidarios y contrarios de las ideas que defiende. Pero como dice Jorge Edwards, escritor chileno autor de este artículo, no hay verdadera libertad intelectual cuando una de las partes descalifica a la contraria con la frase ritual "se pasó a la derecha". Para Edwards, tal manera de proceder es el regreso a los años más oscuros de nuestro tiempo, los del estalinismo.

Algunos, consternados o solapadamente contentos, sobándose las manos, dicen que se ha pasado definitivamente a la derecha. Otros dicen que cambió la literatura por la política, dominado por el deseo de ser presidente. Un columnista chileno, humorista del oficialismo, cosa extraña, sólo concebible en el país del rey Ubu, lo utiliza, eufórico, para atacar a los políticos de oposición, los vapuleados señores políticos. Y Jorge Enrique Adoum, desde Ecuador, lo instala en el último círculo del infierno y se queda, por fin, tranquilo. Me parece escuchar la voz melancólica y pastosa del poeta Jorge Enrique Adoum, turista de tantas revoluciones: "¡Un canalla!".Como siempre, se impone la emoción, la exaltación, la venganza, el resentimiento, mientras el pensamiento crítico, el análisis, brillan por su ausencia. No se puede polemizar, no hay libertad intelectual auténtica, cuando una de las partes cancela el debate con la frase ritual: "Se pasó a la derecha. Pertenece a la derecha. Es, por tanto, por el hecho de pertenecer a la derecha, un canalla". Proceder en esa forma equivale a retroceder a fojas cero, volver al punto más bajo de la polémica de nuestra época: los años del estalinismo, del miedo, del desierto. ¿No habíamos salido de esa etapa con grandes dificultades y desgarros? ¿No sabemos lo suficiente, ahora, como para no repetir los errores del pasado?

Sabemos ahora, por ejemplo, gracias a la glasnost, que Alexander Tvardovski, uno de los grandes escritores soviéticos, el defensor de Pastemak y de Solyenitsin, escribió en su juventud un poema a favor de la colectivización de la tierra, en el que la describe como un paraíso, y en su vejez, poco antes de morir, otro poema, Po pravu pamyati, donde la condena como un error siniestro y un crimen. Después de años, el poema póstumo de Tvardovski acaba de publicarse en Novyi mir. ¿Significa esto que Tvardovski se pasó a la derecha, y junto con Tvardovski, la revista Novyi mir, y si nos apuran un poco, el poder detrás de Novyi mir, es decir, Mijail Gorbachov y el Kremlin? Argumentar mediante el sistema de la descalificación es, en el peor de los casos, peligroso, y en el mejor, cuando ya no existe el peligro de la hoguera o de la guillotina, perfectamente inútil. Pero hemos progresado poco. La práctica del libre examen no ha conseguido una implantación sólida en los mundos periféricos: la santa Rusia, Hispanoamérica. Permanecemos en el primitivismo, y Europa, a condición de que seamos primitivos, buenos o malos salvajes, nos compadece y nos comprende.

Vargas Llosa sostiene que su preocupación principal no es la propiedad de los bancos, sino el futuro de la democracia en Perú. ¿No podemos prestar un poco de atención, en lugar de rasgarnos las vestiduras y lanzar cortinas de humo? Han existido nacionalizaciones de bancos bajo diferentes regímenes políticos, en muy diversas circunstancias. No sólo François Mitterrand nacionalizó bancos en Francia. También lo hizo Charles de Gaulle a la salida de la segunda guerra. Y el general Pinochet, sin ánimo de hacer comparaciones y sin ir más lejos, intervino numerosos bancos privados hace alrededor de cinco años.

La razón y la crítica

Quiero insinuar que no se puede tener un criterio absolutamente rígido y uniforme frente a este problema de la propiedad de los bancos. Ahora bien, algunas declaraciones de Alan García me parecen francamente inquietantes. Afirma, por ejemplo, que nacionaliza los bancos para que el crédito "llegue a los más pobres". Desde luego, cualquier banco central tiene atribuciones hoy día para fomentar líneas de crédito populares y baratas. Y el Estado puede crear un banco propio, como se hizo en Chile hace más de 30 años, en lugar de apoderarse de un manotazo de todos los bancos existentes.Pero Alan García, en una entrevista muy difundida, ha dicho algo muchísimo más grave. Espero, para bien de Perú, que sea un error del entrevistador. Ha dicho, en entrevista publicada por EL PAÍS del día 13 de septiembre: "...nada en la vida es racional, pero un líder político es mucho más irracional que racional". ¿Significa esto que la nacionalización de los bancos fue el producto de un arranque lírico, de una intuición súbita? Me parece muy honesto y justificado, en ese caso, que Mario Vargas Llosa haya abandonado la comodidad de su estudio frente al mar, su envidiable orgía perpetua, para salir y arremeter en la plaza pública. Si los gobernantes se dedican al lirismo, los artistas hacen bien en apelar a la razón y a la crítica. La inteligencia lúcida, el libre examen, siempre han sido progresistas, antirreaccionarios por definición. Así como la descalificación majadera es una de las máscaras típicas del dogmatismo. Es decir, de la barbarie.

La balanza

En la misma entrevista, Vargas Llosa confiesa que "vivió la mayor angustia de su vida" el día del mitin en la plaza de San Martín ante 120.000 personas. Como he participado un par de veces en mítines mucho más pequeños, en recintos rodeados por la policía de mi país, lo comprendo de sobra. Y como he llegado a convertirme en un habitante ocasional de la ciudad de Berlín y en un lector de mamotretos germánicos, le entrego para su siempre vivaz reflexión una cita del viejo Goethe: "Profeta a la izquierda, profeta a la derecha / en el centro, el hijo del mundo" (Das Weltkind in der Mitte).La actitud del profeta, cualquiera que sea su signo ideológico, está teñida inevitablemente por cierta irracionalidad. La balanza de la razón se sitúa, como parece sugerir Goethe, más cerca del centro, junto a ese hijo del mundo que sabe combinar la experiencia con el examen de los hechos. Para evitar la repetición de los errores y de las locuras del pasado.

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