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LA REFORMA EN LOS DOS GIGANTES COMUNISTAS

La Revolución de Octubre se desprende de sus adornos

Trotsky entra en el Museo de Lenin en el 70º aniversario de la toma del poder por los soviets

Pilar Bonet

Una gran parquedad de imágenes conmemorativas marca el 70º aniversario de la Revolución de Octubre en Moscú, donde, a diferencia de otros años, apenas si se ha ornamentado la ciudad a lo largo de estas últimas semanas. Más aún, algunas de las consignas que decoraban la capital y eran parte tradicional de su silueta han desaparecido sigilosamente desde la llegada al poder de Gorbachov.

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El Museo de Lenin, junto a la plaza Roja, ofrece en su nueva exposición, por fin, la lista del primer Gobierno soviético con el nombre de León Trotsky en él. "Es uno de los documentos más nuevos que tenemos", afirma una de las vigilantas."El comunismo es igual al poder de los soviets más la electrificación de todo el país", rezaba una frase que era parte de la ciudad. Se encontraba justo delante del Kremlin, sobre el tejado de una central eléctrica al otro lado del río Moscova. El letrero, que era un punto de referencia urbano, ya no está.

Cerca de la estación de Bielorrusia, en otra zona de la ciudad, ha desaparecido este otoño otro letrero que atribuía a la Prensa soviética el papel de "poderoso agitador y organizador" de las masas populares.

"Bien está que los quiten. Resultaban ridículos. No los necesitamos", nos dice un chófer de taxi. "Los carteles a veces sólo sirven para esconder la suciedad", dice otro ciudadano que comparte la opinión del taxista. La falta de despliegue decorativo de otros años no significa la total ausencia de ornamentación. En el edificio central de la Telefónica, donde en el pasado colgaban los retratos de los miembros del Politburó, hay un parco cartel con las fechas "1917-1987, 70 años". Este lema se encuentra también estampado en postales, insignias y posters, que se venden en quioscos o en las librerías.

En la famosa tienda de carteles de la calle Arbat, una cola de ciudadanos aguarda ante la sección de posters revolucionarios, cuyos precios oscilan entre 9 kopecks (18 pesetas) por un sencillo "1917-1987" en blanco y rojo, hasta 50 kopecks (unas 100 pesetas) por un tríptico desplegable con el lema: "El fin más importante de la política de seguridad soviética es la paz para todos los pueblos". Se puede elegir también el tríptico "La revolución continúa" o un cartel de influencia picassiana donde se combina el encabezamiento del primer decreto del Gobierno soviético con una paloma y una cara de niño. El autor es Karel Kroupa. La tirada es de 60.000 ejemplares, y el precio, 15 kopecks.

La enciclopedia de Moscú constata 124 lugares en el itinerario urbano relacionados con la vida de Lenin, pero el lugar que atrae más a los visitantes es su mausoleo de la plaza Roja. A las ocho de la mañana, la larga cola que quedará grabada en el recuerdo de todo turista que se precie se ha formado ya en los jardines de Alejandro, junto a la muralla. Esa fila que se forma desde la muerte de Lenin, en 1924, es un valioso material de estudio sociológico de la población soviética de provincias. En estos días de otoño coexisten en ella los pañuelos de lana de Oremburg y los pañuelos de flores ucranianos, las chapkas (gorras) de piel y los anoraks de naiIon ligeros.

A las diez menos veinte, el guardia que controla la cola recibe una señal por el walkie talkie y grita: "Adelante". La fila comienza a moverse. En la plaza Roja, los carpinteros levantan andamios para sujetar la ornamentación del desfile del 7 de noviembre. La decoración no está aún terminada, pero la del Primero de Mayo pasado, en un estilo más moderno que en las versiones del realismo socialista de años anteriores, es un precedente de renovación iconográfica.

En el museo central de Lenin, salas y salas de documentos, estatuas y recuerdos del dirigente nos acogen en un deambular que nos lleva al Rolls Royce de VIadimir llich Lenin, un modelo descapotable en el que viajó el dirigente entre 1922 y 1923.

El museo hace estos días jornada intensiva, de 9 a 21 horas. Para salir hemos de aguardar un poco. Un grupo de veteranos de la revolución, todos ellos con claveles rojos en la mano, se están haciendo una foto en la escalinata central. Los hombres llevan la americana cargada de medallas y aguantan todos con infinita paciencia que el fotógrafo mida la luz y haga varias pruebas. Algunos casi no pueden tenerse en pie. Arriba les esperan unos escolares de uniforme para ayudarles a visitar la exposición. "Sonrían, chicos; ya está", grita una voz, y el grupo se disuelve por un museo que para ellos es parte de su propia vida.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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