Degradación de la vida democrática
Hace apenas tres semanas cenaba en Madrid con algunos viejos amigos, abogados con despachos florecientes, defensores acérrimos, como es natural, del liberalismo económico más puro. Como se hablase de algunos negocios que olían a corrupción, intercalé el consabido dicho de que los socialistas podían meter la pata -y, en mi opinión, lo han hecho a fondo en algunas cuestiones capitales-, pero de ningún modo la mano. Los comensales me miraron atónitos, por completo estupefactos, sin saber si atribuir mis palabras a una ingenuidad que rayase en la estupidez o a un cinismo que rebasa con creces al que hoy prevalece en la alta burguesía madrileña, lo que les parecía hazaña poco verosímil. Menos mal que un amigo, tan inteligente como sensible, desbloqueó tan enojosa situación alegando que vivo en Berlín y que, por tanto, se me podía perdonar tan descomunal despiste.Comprendo que la derecha no haya perdonado a los muchachos del PSOE que se hayan hecho con el poder. Me explico que le exaspere que cada día lo tengan más seguro, para mayor inri, gracias a las fórmulas y modos de gobernar que la derecha considera propiedad personal e intransferible. Tampoco desconozco que en España se utiliza el rumor como arma arrojadiza y que las verdaderas batallas se dan en los sótanos, con la calumnia de por medio. Pero las explicaciones plausibles de este tenor que me he ido dando este último tiempo chocan con la mirada de asombro y de reproche que padecí durante aquellos minutos interminables.
En este estado de ánimo caen en mis manos las declaraciones de Pablo Castellano a El Independiente. Me quedo patidifuso al leer que algunos presidentes de Audiencia -y se citan el de Burgos y el de Sevilla, personas perfectamente identificables- le han dicho: "Oye, Pablo, que tus compañeros se están hinchando". Nadie se atreverá a negar que nunca ha oído en boca de la gente incriminaciones por el estilo. Es un fenómeno social, harto significativo, que conviene desbrozar en el ambiente en que se produce. Pero lo de todo punto inadmisible es que presidentes de Audiencia, dirigiéndose a un vocal del Consejo General del Poder Judicial, hagan acusaciones genéricas sin sacar ambas partes las conclusiones pertinentes. Si hay corrupción y se dispone de indicios suficientes, la justicia está llamada a perseguirla sin remisión. En otro caso, en razón de los cargos que ocupan, no corresponde más que callarse, atentos a la posibilidad de topar con alguna prueba para actuar en consecuencia.
Le honra a Txiki Benegas que haya reivindicado su honor de socialista al considerar injurioso que se diga que se dedica a negocios inmobiliarios. En hacer negocios consiste la esencia misma del capitalismo, y en un socialista que se define precisamente por su distanciamiento crítico de este sistema hay que dar por supuesto, como el valor al soldado, que se rige por otros valores que hacer dinero.
La lamentable implicación de un compañero ilustre o la discordia sobre si lo que se dijo en un restaurante delante de un micrófono quería realmente que se publicase palidecen ante la denuncia de corrupción generalizada que conllevan, con singular coraje cívico y, especial ligereza jurídica, las declaraciones de Pablo Castellano. El respeto que se deben entre sí los afiliados a un partido, el derecho al honor de cualquier persona, así como las relaciones éticas que debela mantenerse entre el entrevistador y, el entrevistado, son cuestiones importantes que habrá que tratar con el mayor cuidado, pero que ahora podrían servir de cortina de humo al desviar la atención del verdadero problema: ¿por qué se habla insistentemente, y de manera creciente, de corrupción en nuestro país?
Téngase presente que no afirmo que exista corrupción con connivencia de los socialistas. Mientras no tenga pruebas del menor desliz, me resistiré a albergar sospechas. En el supuesto de que no se di una corrupción abierta y generalizada, que desde aquí se me escapa, pero que considero altamente improbable, lo que me. inquieta es por qué se habla de. corrupción en tantos medios y con tanta insistencia. Porque lo que sí ya es un hecho social, empíricamente comprobable, es el ambiente de cinismo y confusión en el que hoy se. mueve tina clase dirigente únicamente interesada en enriquecerse rápidamente.
Existe una coincidencia llamativa en el diagnóstico que desde las más distintas posiciones ideológicas se hace sobre el estado actual de la sociedad española: los finales de los ochenta se parecen cada vez más a los comienzos de los sesenta. En ambos casos se trata de un crecimiento económico impulsado desde fuera, que desarticula y fragmenta a la sociedad en sectores con intereses enfrentados, a la vez que marginaliza a un número creciente de la población. Del extranjero llegan el capital y la tecnología; a los españoles no les queda otro hueco para tocar plata fácil que especializarse en el tráfico de influencias, comisionistas o intermediarios entre los intereses foráneos y la originalísima Administración española, cuya especial lógica dominan sólo los de casa.
En un clima social en el que únicamente cuenta. ganar dinero, cualquier otra actividad -científica, cultural o política- recluta exclusivamente a los ineptos o a los ilusos. Ofrecen poco atractivo, no sólo por las condiciones de desidia, sin apenas medios, que prevalecen en estas actividades, sino sobre todo, y principalmente, por la falta absoluta de competencia, dominadas por estructuras de poder burocrático férreamente consolidadas; de modo que en estos campos sólo se sostiene el que el poder tolera como científico, intelectual o político reconocido. El resultado es que en España no sólo los políticos -aquí, la evidencia hiere la vista-, sino también las demás elites científicas o intelectuales han sido seleccionadas en virtud de su mediocridad y/o complacencia con el poder establecido.
Súmense estos factores -clima atosigante de "enriqueceros", sin otro valor visible que el ganar dinero; un Gobierno sedicente de izquierda que, lejos de oponerse a este capitalismo salvaje y dependiente, lo favorece y hasta lo justifica, arropándolo con el manto de la modernidad; una clase política que ha dado repetidas pruebas de estar dispuesta a digerir lo que le echan, sin apenas dar señales de independencia y, aun de dignidad personal- y el resultado es que nadie cree que el político que aguanta. resignadamente el trato humillante que recibe de las más altas esferas lo haga con otro fin que pisar alfombra y llenarse los bolsillos.
El que hoy, en España, pretenda encarnar otros valores, no recibe más que una sonrisa burlona en la que se le transmite un mismo mensaje: "Pero tú de qué vas. ¿Acaso crees que no,s vamos a tragar, tu discurso ingenuamente reformador y moralizante? O eres tonto de capirote o algo tangible sacarás de tu dedicación política". Lo más grave, y tal vez lo único Ya irreversible de estos cinco últimos años, no es tanto la ocasión perdida y tener que repetir los sesenta como el que hayamos llegado a tal degradación. En semejante ambiente, nada más natural que se hable de corrupción; el verdadero milagro es que no se produzca.
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