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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Cambó

Este es un comentario al artículo de Pedro Laín Entralgo sobre Cambó [Cambó, hoy, EL PAIS, 25-9-87]. Sobre el seny i el pactisme, nada que objetar. Pero ¿por qué siempre estamos obligados siempre nosotros, aquellos de la cultura catalana, a demostrar más seny i pactisme que nadie? Uno sospecha que los castellanos han conquistado un privilegio que no están dispuestos a repartir con nadie, y menos con esas minorías irritantes y ciertamente maleducadas. Uno necesita ir a Italia, encontrar en Pisa a dos asturianas y descubrir cuán mal educado puede llegar a ser el catalán. Las supuestas bables, que se consideraban culturalmente oprimidas, no identificaron en ningún momento al causante de la opresión ni protestaron por ésta. Que por qué exigíamos los mismos derechos para el catalán y para el castellano (exigir la ridiculez de la paridad les parecía excesivo), que por qué se debía saber catalán para trabajar aquí (cosa que no ocurre, pero que ya nos gustaría), que por qué contestábamos en catalán cuando un desconocido nos interrogaba en castellano (cosa que tampoco suele ocurrir, pero no deja de ser grotesco que hayamos de partir del principio de la incapacidad lingüística para hablar con un castellano que además suele hacer gala de su ignorancia). Uno, al final de tanto acoso a sus derechos, llegaba a la conclusión de que sólo era un maleducado separatista poco práctico. Llevábamos la conversación en nuestro castellano automático, y después de todo, aquí se hundía nuestra argumentación; ellas no pretendían aprender catalán (ni bable tampoco), y nosotros, en cambio, estábamos obligados a saber castellano y a conservar a duras penas el derecho de saber catalán. Vaya usted a Venecia y enamórese en la piazza de San Marcos de las madres del alma castellana mientras las gaitas gallegas acaban con su seny i su pactisme.- Miquel Ángel Boronat i Cogollos.

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