Las riendas de la economía mundial
LA ASAMBLEA anual conjunta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial ha traído este año la sorpresa de que el secretario del Tesoro de Estados Unidos haya propuesto la inclusión del precio del oro como término de referencia para evaluar la política económica de los países más avanzados. El problema viene de lejos: en las reuniones de los dirigentes de los principales países industrializados se ha discutido hasta la saciedad la necesidad de fijar unos indicadores objetivos que permitan juzgar las respectivas políticas económicas con objeto de coordinarlas, Los tipos de cambio, la tasa de inflación, el crecimiento económico o el déficit público son algunos de los indicadores sobre los que existía un alto grado de consenso. Sin embargo, los parámetros propuestos se referían exclusivamente a los países industrializados, por lo que pronto comenzó a hablarse de otros indicadores que, como el precio de las materias primas, reflejan la situación de los países en vías de desarrollo, y anticipan, hasta cierto punto, las tendencias subyacentes en materia de inflación. La propuesta norteamericana consiste en incluir el oro en la cesta de la, materias primas; con ello se introduciría este metal -aunque de manera indirecta y por la puerta trasera- en los complejos mecanismos del ajuste exterior de las economías.El otro gran problema discutido estos días ha side el de la deuda de los países del Tercer Mundo. La situación en este terreno evoluciona lentamente en el marco de una especie de complacencia generalizada que consiste en el reconocimiento de que las cosas, aun no yendo bien, podrían haber ido peor. Cada año aumenta el número de países que deciden moratorias unilaterales o que reducen sus pagos de intereses, pues la devolución del principal de las deudas parece haber desaparecido de la cultura económica del momento. Los argumentos para reducir el peso de la deuda de los países en vías de desarrollo son importantes; en realidad, los ajustes que han llevado a cabo algunas de estas naciones habrían sido inconcebibles, por su dureza, en los países occidentales. A pesar de lo cual, tras el esfuerzo realizado se encuentran más o menos donde estaban, y todo lo más que han conseguido ha sido frenar el deterioro de su situación. Pero al mismo tiempo que se producían estos ajustes, la fuga de capitales ha continuado, aunque con menor ritmo, hacia los grandes centros financieros internacionales, lo cual resta credibilidad a las demandas de nuevos fondos. El problema es, pues, en buena medida, político, y la solución debe tener en cuenta este factor. Tal vez sea esta la razón esencial del nuevo enfoque, más estructural y a más largo plazo, que pretende dar a la cuestión el nuevo director general del FMI, Camdessus. Se trata de algo que, en principio, parece razonable.
Mientras tanto, se oyen cada vez más voces que abogan por una condonación, total o parcial, de la leuda de estos países. Es indudable que para los más pobres no hay otra solución, pero el problema que se plantea es el de quién pagará los platos rotos. Una gran parte de la deuda está en manos privadas, y no parece razonable que los Estados decidan traspasar el coste de una cuestión eminentemente política a los accionistas de los bancos acreedores, que son quienes, en definitiva, pagarían al final. En el caso de los países africanos más pobres, el problema se plantea le forma distinta, pues, aparte de deber menos dinero en términos absolutos, aunque no relativos), los principales acreedores son, en este caso, los Estados. Se trata, obviamente, de un problema dificil, pues, en definitiva, su solución se trasladaría a los contribuyentes le los países más ricos en un momento en que la reducción de los déficit públicos es una prioridad por doquier. Pero se trata también de una cuestión de responsabilidad moral hacia los desheredados de este planeta, a quienes no hay que penalizar doblemente por el hecho de vivir en países cuyas estructuras sociales dificultan o impiden las reformas. Condicionar las ayudas a estas reformas parece ser el único camino practicado para la solución a medio plazo del problema de la deuda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.