Una garrota para acabar con la invalidez del toro
Ganaderos, empresarios, toreros, dicen estar preocupadísimos con las caídas de los toros, que se producen prácticamente en todas las corridas importantes donde actúan las figuras. Sin embargo nadie parece hacer nada para remediarlo. Los aficionados, menos preocupados, en cambio están más indignados. Los aficionados creen que todo se reduce a un problema de autoridad y hay quien asegura que tiene la solución: "Yo y mi cuñado, que es de Corella, con una garrota, nos bastamos para acabar con el problema".La caída de los toros sería una cuestión patológica si hubiera cierta coherencia entre el estado natural del toro y su invalidez. El toro es un animal que se cría en bastas extensiones de terreno, sometido a toda clase de cuidados, desde vacunas, fármacos correctores y vitaminas, hasta la vigilancia de vaqueros que impiden salte cercas para perder la virginidad.
Es falso que viva estabulado. Las fincas tendrán menos hectáireas que hace décadas, pero continúan siendo enormes y además el toro no necesita tanta cancha. Corre poco, le gusta pasear, comer, sestear, igualito que cualquier hijo de vecino. Ahí está, entre muchas, esa ganadería de Samuel Flores, cuando tenía los machos en Sierra Morena y, para verlos todos, había que tirar millas tras montes. Toros de una misma camada, unos estaban en la montaña de acá, otros en la de allá, de careo.
El toro de lidia, en el campo, no da ninguna sensación de enfermizo. Por el contrario, está pletórico de vida, lo primero que se le advierte es su fortaleza exhuberante, y la fiera condición, que lo hace temible. Pocos de esos toros presentan las astas romas que se ven en el ruedo; son astas de longitud proporcionada, cuyo grosor disminuye armónicamente hasta el pitón, afilado y de una dureza diamantina.
Explosión de bravura
Tal como es el toro, así sale del toril, para la lidia. Sale de la oscuridad del chiquero a la luminosidad de la tarde aunando pujanza y fiereza, lo que produce una reactiva explosión de bravura. Persigue toreros, acuchilla barreras haciendo saltar astillas, al arañazo brutal de las pezuñas salta también la arena y siembra el pánico.Luego se cae y no hay más. Algunos aficionados, ya acostumbrados a estas mutaciones misteriosas, hacen alarde de sus capacidades proféticas y van anunciando a sus vecinos de localidad: "¡Falta un minuto para que se caiga, señores!"; "¡Faltan 40 segundos"!; "¡20!"; "¡Tiempooo!". Y el toro se cae. Tres mínutos después de aparacer por el toril, el temible torazo de fortaleza exhuberante empieza a trastabillar, se amansa, se aborrega, hocica, cae. Y la afición, entonces, toca palmas de tango, flamea pañuelos, pide la devolución del inválido al corral. Así un toro y otro, cada corrida donde hay figuras.
La afición tiene certeza de que hay fraude; no sabe cual. Sí sabe que un toro-toro queda convertido en borrego-borrego tres minutos después de aparecer en el redondel. En la pasada feria de Málaga, aficionados y algún crítico comentaron de una de las corridas que parecía drogada. En la pasada feria de Bilbao en casi todas las corridas ocurrió lo que se ha dicho, y pues eran de distintos trapíos y procedencias, también dio la sensación de que habían gozado papelina. Hay quien habla de purgas, para que los funos se vayan de vareta y hay quien habla de dietas debilitantes, pero no parece razonable pues entonces el toro no saldría del toril comiéndose el mundo, sino abatido por su mal.
En cierta ocasión, aficionados madrileños pidieron al presidente que ordenara analizar las vísceras de los toros para averiguar "científicamente" por qué se habían caído tanto, y en otra acudieron a la comisaría para presentar una denuncia por fraude. No les hicieron ni caso, y se reafirmaron en su creencia de que hay falta de autoridad. Si la autoridad no investiga, sí ni siquiera establece una vigilancia permanente en los chiqueros, es que no tiene voluntad de acabar con el problema.
Cuando, hace años, una comisión discutía la reforma del reglamento, ningún representante de la parte profesional -toreros, apoderados, empresarios- dijo la más mínima palabra sobre la integridad física de los toros. El periodista Antonio García-Ramos, que estaba allí como experto en reglamentación taurina, propuso que, planteada la sospecha de que los toros habían sido sometidos a manipulación fraudulenta, la autoridad iniciara un atestado.
El presidente de la comisión, que era un comisario de policía, pidió que se lo aclarara: "¿Quiere usted decir que debemos hacer una investigación en regla?". "Sí señor, exactamente eso", respondió García Ramos. Y el funcionario comentó con una amplia sonrisa: "Qué gracioso es este don Antonio".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.