El problema de la embajada
Hace seis años, cuando el Rey visitó Estados Unidos oficialmente por segunda vez, la Embajada española en Washington tenía una centralita telefónica de los años cuarenta. Hoy, la nueva tecnología ha sustituido a esa pieza de museo, pero, en cuanto a medios, organización y funcionamiento, la representación diplomática de nuestro país no está aún a la altura de las de naciones de nuestro entorno.
El nuevo embajador, Julián Santamaría, pretende cambiar ésto, busca una nueva sede para la embajada y trata de conseguir dinero del Estado para que España cuente con un lobby o empresa de relaciones públicas que venda un país cuya imagen es prácticamente inexistente en Estados Unidos. La idea choca con resistencias en Madrid, donde altos cargos de Exteriores afirman que cómo va a dar España ese paso "si ni siquiera estamos siendo capaces de prepararnos para ocupar, dentro de un año, la presidencia de la CE".
Hace unos días volvió a desprenderse parte de un techo del venerable edificio de la embajada, repitiéndose el incidente que dejó atónito hace dos años, en mitad de una conferencia de prensa, a Felipe González en la embajada. El edificio que alberga la cancillería y la residencia del embajador Julián Santamaría es un gran inmueble, pero está situado en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad.
La recalcada unidad de función de la política exterior choca en Washington con que cada oficina de la embajada -la militar, la cultural, la laboral y la de información- ocupan edificios separados bastantes kilómetros. Esto obliga a los respectivos agregados a viajar a la embajada, con cita previa, para despachar con el embajador, y convierte a cada departamento en un pequeño reino de taifas.
Santamaría ha logrado ya, al parecer, la luz verde para que el Estado adquiera una nueva embajada. Se está pensando en situar la cancillería en un moderno edificio de oficinas próximo a la Casa Blanca. Allí se trasladarían todos los departamentos.
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