'Pope-corn'
Mientras escuchaba en Nueva Orleans todo aquel jazz interpretado en su honor, el Papa parecía de lo más perdido. Su cuerpo se adivinaba rígido bajo las albas vestiduras. En ningún momento se le escapó del santo pie un irresistible punteo, tal como nos ocurría a quienes seguíamos el evento por televisión, y la faz, impasible, era como el mármol. Sólo los astutos ojillos de actor acostumbrado a ser The Talk of the Town escrutaban a la muchedumbre como queriendo averiguar qué tipo de peligro entrañaba para Su Santidad ese extraordinario himno a la improvisación humana que es el jazz.A decir verdad, Juan Pablo II debe de estar sintiéndose muy incómodo en su periplo por un país que ha elaborado sus propias reglas no sólo respecto a la religión, sino incluso en lo que se refiere al fanatismo. Por no hablar del catolicismo en sí: los católicos self-made de USA son demasiado prácticos para tener excesivamente en cuenta lo que ese señor que llega de más allá de los océanos y parece vestido por Cecil B. De Mille les exhorta sobre divorcio, aborto, celibato, homosexualidad, contracepción y papel de la mujer en la Iglesia.
De hecho, lo que más aprecian los norteamericanos de esta visita papal es lo que tiene de show, y aquí sí se quitan el sombrero, en su calidad de expertos degustadores de espectáculos como Oklahoma!, The sound of music o, sin ir más lejos, el Radio City Music Hall. Y hay otro tipo de admiración, típica de un pueblo que no para de inventarse por libre confesiones religiosas generalmente rentables: el respeto hacia un negocio que lleva dos mil años cerrando sus libros en activo.
Por lo demás, poco puede impresionar el discurso severo del Papa a gente acostumbrada a ver el Apocalipsis en la tele cantado por todo tipo de charlatanes a la manera de Peter, Paul and Mary. Sin contar con los debates públicos que tienen como protagonista a Shirley McLaine en plan "cómo buscando a Dios me encontré a mí misma".
Así que se ha dedicado con ardor a los hispanos.
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