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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Transmisión en el último minuto

AL DECIDIR en el último momento, tras la intervención directa del vicepresidente del Gobierno, emitir por televisión el encuentro de fútbol que enfrenta esta noche al Real Madrid y al Nápoles, se ha evitado a los aficionados españoles padecer una de las mayores frustraciones desde que los marineros ingleses importaron de las islas el balompié. Porque, si bien es cierto que la frustración convive con la pasión futbolística como la sombra con el cuerpo, desde la fundación del Recreativo de Huelva no se había concitado la serie de circunstancias que hacen único el choque de esta noche.Treinta años hacía que un equipo español no atravesaba por un estado de gracia como el que ha llevado al Real Madrid a asombrar con el juego y las goleadas que ha prodigado en este inicio de temporada. Enfrente estará el Nápoles, campeón italiano, que cuenta en sus filas con el mejor y más espectacular jugador del mundo desde la retirada de Pelé. Una sanción de la UEFA, consecuencia de los incidentes ocurridos en el Bernabéu en el partido de vuelta de la semifinal de la anterior edición de la Copa de Europa, obligaba, por otra parte, a disputar el encuentro a puerta cerrada. ¿Quién da más? ¿Alguien es capaz de imaginar una comparable acumulación de razones en favor de la transmisión de un acontecimiento deportivo?

Una televisión estatal, que se define a sí misma como servicio público -definición que el proyecto de televisiones privadas pretende hacer extensiva a estas últimas- estaba obligada a hacer lo que fuera preciso para transmitir un partido como el de hoy. Naturalmente que la cosa no era sencilla, habida cuenta de la colusión de intereses que puede producirse en relación a otros clubes que ese mismo día tienen compromisos internacionales. Pero los servidores públicos están ahí para resolver los problemas -incluso si ello significa esfuerzos suplementarios de imaginación- y no sólo para lamentar que las cosas sean tan complicadas.

El hecho de que finalmente se haya encontrado una solución demuestra que no era imposible hallarla, y que los argumentos evocados hasta hace unas horas -un servicio público no puede discriminar a una parte de la audiencia- tenían más de doctrinarios que de racionales. Naturalmente que la solución no es óptima, puesto que, como mínimo, parte del País Vasco, Asturias y Cataluña se quedarán sin recibir imágenes del encuentro en directo. Pero la convivencia con la imperfección forma parte de la naturaleza misma de la civilización, y entre castigar a todos los aficionados o a una parte de ellos, es preferible lo segundo. Al parecer, consideraciones de orden público han resultado decisivas para convencer a los responsables de la. cosa de que estaban jugando con fuego. Se temían, en efecto, reacciones incontroladas de frustrados hinchas tratando de tomar el estadio al asalto. Desgraciadamente, esos temores estaban, si consideramos la experiencia, justificados, y hubiera sido irresponsable ignorarlos. El orden público es un problema de previsión antes que de represión.

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Pero no había por qué haber llegado tan lejos. Son ya demasiados años de incertidumbre respecto a los partidos de fútbol que serán trasmitidos. Hay suficientes experiencias en otros países -por ejemplo, la línea de riesgo compartido practicada entre los clubes y la RAI, en Italia- como para que se siga considerando inevitable mantener a los aficionados con el corazón en un puño hasta el último minuto. En un país que ha hecho del sostenella, con razón o sin ella, una de sus señas de identidad, hay que felicitarse de esta excepción, que ojalá no confirme la regla.

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