Biblioteca Nacional
Resulta curioso el interés que suscita en las últimas semanas la Biblioteca Nacional. Tras una larga indiferencia por parte de la opinión, todo son ahora polémicas y comentarios. Para ello ha bastado que un nuevo director bienintencionado haya mostrado el firme propósito de emprender su reforma.Ciertamente que frecuentar la Nacional no es precisamente una experiencia placentera. Su deficiente catalogación, las largas esperas hasta que se sirven los libros solicitados y un insuficiente servicio de reprografia son algunos de sus inconvenientes principales. Por otro lado, tras largos años de incuria, muchos volúmenes se han deteriorado, algunos irreversiblemente (subrayados con tinta, grabados arrancados, etcétera), y eso sin contar los ejemplares desaparecidos por hurto o extravío. Cuando se aproximan las fechas de exámenes, nuestra primera biblioteca se convierte en un hervidero: colas a la entrada para quienes sólo disponen de carné de lector, salas de estudio rebosantes de público -estudiantes y opositores en su mayoría-, mayor tardanza en el despacho de los pedidos, incomodidades y ruido. No es extraño, pues, que la Nacional sea objeto de chanzas entre sus usuarios, españoles o extranjeros: "Cosas de España", deben pensar estos últimos.
¿Cómo podríamos tener una Nacional cómoda, eficaz y que no haga perder el tiempo a sus lectores? ¿Qué hacer para evitar los estragos? Desde luego, la solución no consiste en mantener su estado actual, al tiempo biblioteca general y biblioteca de investigación. Dedicarla exclusivamente a lo segundo, como ocurre en otras bibliotecas europeas, parece la solución más racional. Éste ha sido el partido, digno de todo elogio, adoptado por la actual dirección de la Biblioteca Nacional. Ello no quiere decir que se impida la entrada a cualquier ciudadano que desee consultar sus fondos; solamente supondría restricciones para aquellas personas cuyas necesidades podrían satisfacerse en otros establecimientos. ¿Solución malthusiana, como sugiere su editorial del 8 de septiembre? A mí me parece de mero sentido común.
Obsesionados por centenarios, exposiciones, conmemoraciones, festejos y otras efemérides, nuestros gobernantes no tienen trazas de cambiar, constantes en su apego a todo lo que sea cultura efirnera.-
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