La condena de un niño
El programa Y usted, ¿qué opina? acumula tantas ambigüedades que pierde cada vez más valor como información. El acoso de la inmediatez, de la encuesta que se va haciendo mientras se desarrolla el programa, que no tiene valor científico por la forma de¡ muestreo y la influencia del propio programa sobre ella, no corresponde a las secuencias grabadas previamente, y ninguna de las dos al debate que interrumpen.En el del lunes se trataba del niño expulsado del colegio María Goretti, de Durango, por ser portador del retrovirus del SIDA, y de la retirada de la subvención comunitaria a ese centro. No había en él ningún representante de las autoridades sancionadoras que pudiera explicar sus razones y el desarrollo de la negociación con el centro; sólo la abuela del pequeño Israel defendía su causa: se veía que el castellano no es su idioma habitual, y sus intervenciones fueron muy parcas y poco eficaces, salvo en el aspecto sentimental.
De ese bando era Ramón Sánchez Ocaña; conoce perfectamente su tema, pero no el caso concreto que se debatía. Sus explicaciones claras y repetidas de la condición de que el portador del SIDA no es un enfermo, de que los contagios sólo se producen por tres vías -seminal, sanguínea y embrionaria-, la de que no hay grupos sino actividades de riesgo, y la exposición de que en 1992 habrá 100 millones de portadores, de manera que nadie puede considerarse libre, eran perfectamente adecuadas: en realidad, lo que se necesita es repetir esa opinión hasta la saciedad. En la encuesta realizada con madres y padres en el País Vasco abundó la negativa a la pregunta de si permitirían que sus hijos fueran a un colegio con un niño que hubiese estado en contacto con el virus: un contraste con la opinión que llamaríamos nacional por la encuesta telefónica del programa. Lo que se advertía en esas respuestas ante la cámara era, sobre todo, la falta de información, la confusión de lo que es ser portador con ser enfermo contagioso. Estaban directamente influidas por la polémica de Durango.
El 'pánico social'
La intervención de los religiosos enseñantes responsables de la expulsión fue desagradable. Tras su mesa parecían un tribunal inquisitorial. No negaban la razón de que el niño no es contagioso, pero alegaban el pánico social y el derecho de los padres de los otros alumnos. Además de acusar, como es frecuente, a los medios de comunicación. Publicaron la noticia, es cierto: si hubieran mantenido silencio sobre la expulsión, el niño podría haber ido a otro colegio sin decir nada; pero ahora ha sido ya perjudicado definitivamente. Nunca por ellos: por la autonomía y por los periódicos y la televisión...Un sentido parecido dio el representante de la FERE a su intervención. Aquí hay resabios de la antigua e inconclusa lucha de la enseñanza libre, de la defensa de la privacidad y la religión frente al Gobierno socialista central y el autonómico. Y otra vez frente a los medios de información.
Privados estos grupos religiosos de la censura, les queda el reproche a cada momento. Y la posición de la FERE es la de admitir la inocencia del niño, la injusticia de su marginación, la realidad de que el SIDA no es tan contagioso aunque socialmente sea dudoso; pero la razón del centro a no aceptar al niño, ni mucho menos un abuso de poder del Gobierno autónomo al retirar la subvención. Estaba hablando de otra guerra. Y el llamado moderador no había encontrado un defensor de la Administración...
Este programa es, y se ha visto desde el principio, un embrión de algo, una posibilidad, pero no se desarrolla con el tiempo transcurrido ni con el descanso de verano. Está fallido.
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