_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El ciudadano Alfonsín, otra vez en cuestión

Poco antes del frustrado golpe de Estado del pasado mes de abril, el presidente Alfonsín propuso al peronismo una integración activa en el Gobierno. En una nota que se publicó en la Prensa argentina el día 14, cuando era inminente el alzamiento militar, Antonio Cafiero, en nombre del Partido Justicialista (peronista), condicionaba su colaboración al sometimiento a referéndum del traslado de la capital federal y de la reforma de la Constitución, es decir, condicionaba su colaboración a la postergación del desarrollo federal de la organización política y económica de Argentina, y de un estatuto constitucional que fuese garantía de estabilidad. Apoyándose en el ya bien audible ruido de los sables, trataba de bloquear el proyecto histórico del alfonsinismo, poniendo obstáculos a dos de los escasos cambios de fondo impulsados desde la Casa Rosada, cambios de singular trascendencia en un país en que en 177 años de vida independiente no se ha producido modificación estructural alguna que afectara, ni siquiera marginalmente, al régimen de propiedad de la tierra o a los instrumentos organizativos y materiales para la realización del modelo agro-ganadero exportador de los latifundistas del Puerto de Buenos Aires.¿Qué pretendía Cafiero, un político sagaz, perfectamente consciente de las relaciones de su propio partido con el poder, al oponerse así al proyecto de Alfonsín? ¿Qué pretendía Cafiero al plantear públicamente que sólo estaba dispuesto a compartir responsabilidades de gobierno si quien le invitaba a hacerlo abdicaba de partes esenciales de su programa? ¿Qué pretendía al exigir del presidente la renuncia a su papel histórico?

La respuesta, como siempre, está en la memoria, un bien muy poco abundante, por lo que parece, en el Río de la Plata. ¿Acaso la campaña de Alfonsín para las elecciones que le dieron la presidencia no se fundó en su perfecta virginidad en lo tocante a pacto! con los militares? ¿Acaso no se empezó entonces en la existencia de acuerdos entre el candidato peronista Lider y el estamento armado, acuerdos posteriormente documentados? ¿Acaso no tenía Cafiero un papel importante en aquellos trámites?

Cafiero jugó sin duda en los últimos cinco meses, los que van desde el levantamiento de Campo de Mayo hasta su consagración como gobernador, una carta política muy peligrosa: si compartía el poder desde entonces, atendiendo a la invitación de Alfonsín, él y su partido sobrevivirían, pero no tendrían fuerza para hacerse con la provincia de Buenos Aires; si marchaba a elecciones sin dar el brazo a torcer y perdía, ponía en peligro la existencia futura del peronismo; si marcha a elecciones como oposición pura y ganaba, tenía en sus manos la posibilidad de hacer ingobernable la nación. Creo que esto es lo que ha ocurrido.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Por una parte, el peronismo ha accedido al control político de la provincia que reúne a más de un tercio de la población del país y una porción igualmente importante de su aparato productivo. Esto bastaría por sí mismo para dificultar la labor presidencial de Alfonsín. Pero, por otra parte, ha ganado, en sentido íntegro, las elecciones: el Partido Radical, al que pertenece el presidente, ha sido desplazado del gobierno de cuatro provincias y ha visto menguada en proporciones alarmantes su representación parlamentaria.

No se ahorraron esfuerzos para que ello fuese así: la oposición a Alfonsín, tenga la forma que tenga, en este caso la del Partido Justicialista, cuenta en última instancia con numerosos apoyos; con el apoyo de los políticos vinculados a la pasada dictadura, adscritos hoy a distintas corrientes nominales, pero unidos todos por una cerril adversión a la democracia; con el apoyo de una Iglesia que se halla entre las económicamente más poderosas del mundo, a la vez que entre las ideológicamente más reaccionaras, sólo comparable, quizá, en este siglo, con la del cardenal Segura; con el apoyo de un Ejército que no vaciló en asesinar, torturar y borrar literalmente del mapa a miles y miles de personas, entre ellas a aquellos miembros de su propia institución que, de existir, podrían calificarse hoy de "sectores progresistas o democráticos de las Fuerzas Armadas", y con el apoyo, por último, de un movimiento sindical profundamente corrompido, venal y fascistoide, la gama de cuyos dirigentes más notorios va desde el facineroso Herminio Iglesias al declaradamente antisemita Saúl Ubaldini, secretario de la Confederación General del Trabajo.

Esos políticos corruptos implicados en casos de sangre, de sudor y de lágrimas, esos curas feroces que bendijeron campos de concentración y exterminio, esos militares bestiales, esos sindicalistas mafiosos, con todos los medios de comunicación sobre los que pudieron influir, que no fueron pocos; con todos los resortes de opresión y de dolor de que pudieron valerse, que tampoco fueron pocos, y con todo el dinero que pudieron dedicar a la causa, que fue muchísimo, acaban de ganar las elecciones. Cafiero inicia el camino hacia la presidencia de la nación.

El ciudadano Alfonsín está más aislado que nunca. Los que acaban de ganar las elecciones van a por él, ya no importa demasiado por qué medios. Los que colaboraron con la dictadura, los que pactaron posteriormente con el estamento militar, los que, de haber llegado al Gobierno en 1983, hubiesen otorgado una rápida y triste amnistía, han logrado inclusive que fuese el presidente quien se ensuciara las manos firmando el punto final y la obediencia debida. Ahora podrían permitirse hasta un glorioso reingreso en la mitología, proponiéndose como víctimas de un golpe de Estado.

¿Quién les ha votado? La mayoría. Un buen número de los que en 1976 pedían orden y control, y que sostuvieron el advenimiento de Videla. Un buen número de los que, en abril pasado, negaron su respaldo a Alfonsín frente a los sublevados. Un buen número, también, de los que entonces le respaldaron, convencidos de la necesidad de llegar a estas elecciones para votar lo que han votado. Un buen número de los que salieron a reclamar las manos del cadáver del general Perón, que fueron más que los que salieron a mostrar su deseo de continuidad democrática. Posiblemente, también, si es que votaron, los mismos que robaron las famosas manos. Y otros, a los que hay que buscar entre los más humildes, los que más duramente van a pagar las consecuencias del proceso que aquí se inicia, los que más podrían beneficiarse de una vida democrática regular. La mayoría. Los mismos que, con su silencio, con su indiferencia, han legalizado y legalizan los crímenes cometidos entre 1972 y 1983.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_