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Me dicen que no escriba esto

Resulta más revolucionario afirmar que la locura ocupa algún lugar que decir que no existe, asegura el autor, para quien el diagnóstico psiquiátrico funciona como un exorcismo sobre realidades a las que convierte en ficción.

A Fernando Savater.Se decía que la palabra es el asesino de la cosa. Sin embargo, no sucede así con todas las palabras. En efecto, existen algunas que circunscriben un hecho; otras, que tan sólo lo designan. Y de entre ellas, algunas que sólo lo designan como no existente, esto es, que lo alejan o separan de nosotros como un exorcismo. Tal cosa ocurre con el diagnóstico psiquiátrico, que opera a la manera de un exorcismo sobre realidades que a partir de él caen dentro de los dominios de la ficción. No obstante, debemos señalar que, contra lo que opina lo más trivial de la antipsiquiatría, resulta más revolucionario que decir que la locura no existe afirmar que ocupa algún lugar. Esto es, lo que la locura tiene de "incurable" o de no exorcizable es justamente lo que tiene de realidad, de naturaleza por muy divergente que sea. O, en otras palabras, lo que en aquélla se muestra como "inquietante extrañeza" no es su carácter extraño, sino precisamente lo que en él hay de cercano o compresente en nosotros. Y que obviamente es por su naturaleza de prójimo o cercano o igual y no por la de espectro, por el que se persigue al loco, que otro modo resultaría inofensivo.

Dicho de otra manera, el descubrimiento más revolucionario de Sigmund Freud fue decir que la locura existe, y que ella es una realidad, ya que es esto lo que la relaciona con la revolución, su naturaleza de realidad subversiva que como el inconsciente debe su potencial transformador al hecho de ser a la par que no ser, o de ser lo que debe advenir a ser. Es por ello que el loco aúlla, y eso es lo que su aullido significa, una rebelión contra el ser, un incendio en la base de la realidad. Se destruye así la pretensión hegemónica de la noción de "realidad" que nos llevaba a considerar "enfermas" o, lo que es igual, sin validez lógica, no existentes, voces provenientes de un modo distinto de la percepción. Y es que el estigma de la locura es el estigma de una conciencia húmeda, mojada o manchada por una intensidad, transitiva y operante, libre de las cadenas de una conciencia separada o filosófica, que distingue entre el sujeto y el objeto.

Y es que no hay otra revolución que aquella que pone en cuestión no, como el marxismo, la materia, sino la subjetividad. Quiero decir la subjetividad reificada, que es aquello a lo que se llama "conciencia" o "alma", y que encuentra su representación en la noción de "realidad", la cual no tiene otra función que la de censura o prohibición. Así, cuando se dice que este sistema prohibe la aventura, no nos estamos refiriendo a un sistema económico, sino a un modo de la percepción. Y decimos "modo de percepción" en lugar de concepción del mundo o filosofía, por cuanto no son las palabras, sino la vista, lo que engendra o vehicula la materia o lo que se dice ser.

Las palabras, por el contrario, son quienes vigilan o custodian nada más que uno de los modos posibles del ser, quienes, bajo la forma de esa "máscara de lenguaje" como diría Wittgenstein que es la psiquiatría, nos protegen del infierno y de la nada. He aquí, pues, que las palabras, lejos de aclarar el enigma, nos defienden de él, como dije al principio, a la manera de un exorcismo, y la psiquiatría basada en la lingüística es tan sólo la forma más refinada de la represión. Y nosotros no queremos guardianes del umbral, sino penetrar en él de una vez por todas, contemplar desnuda a Diana ante el ladrar inútil de sus perros.

es poeta.

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