El regreso al paso bailado

Lo más importante de este estreno es su gestión: se ha hecho realidad gracias a la producción de los festivales de Navarra. Una iniciativa que debía ser ejemplar para el resto de los festivales. Laínez, con una sobrada experiencia en el trabajo didáctico, ha reunido a 10 discípulos para elaborar una pieza llena de poesía y que significa su regreso a la danza propiamente dicha, luego de sus incursiones en modos teatralizantes y experimentales cuyos frutos eran desiguales y sensiblemente menores al compararlos a lo visto en el Gayarre.

A la pieza puede faltarle acople y rodaje, pero se encuentran ya en los intérpretes una pujanza y un rigor de entrenamiento que resultan finalmente en un todo profesional y mucho más que aceptable.

Primavera bajo los tilos de otoño es mucho más bailado que toda la obra anterior de Laínez. El coreógrafo recurre a un lenguaje mixto donde aparecen las influencias académicas reelaboradas hacia una contemporaneidad efectiva a la vez que de alto vuelo.

El trabajo es coherente y discreto, y sólo es de objetar la evidencia de una mímica alternante que a veces se descuelga de una creación coreográfica buena en sí misma. El hermoso vestuario, resuelto en oportunos cambios, cumple una función de guía conductor. No hay una historia, sino un encadenamiento que usa como cimiento la base musical repetitiva de varios autores contemporáneos. Los chicos están bien entrenados para el salto, y en alguna secuencia de conjunto tocan techo en caracterización y voluntad expresiva.

Laínez toca con una mística sencilla momentos autobiográficos que hablan de la infancia, la tierra, la juventud y los amores. Los recuerdos son la justificación y el enlace para un baile vital y prometedor.