Sorpresa posmoderna

Uno, con su poquilla ciencia y gran rudeza, nunca ha sabido en qué consistía la movida madrileña. El sábado 8 de agosto me he enterado por fin. Esa noche memorable, quienes organizaron en La Corrala la puesta en escena de la zarzuela de Bretón La verbena de la Paloma no se limitaron a echar de comer a los asistentes una plasta insípida con ínfulas de tortilla y unas lonchas de embutido maloliente, sino que, además, por el módico precio de 1.500 pesetas, obsequiaron a los espectadores con una sorpresa posmoderna. Saboreábamos aún la bazofia castiza que nos habían servido cuando empezó la movida: don Hilarión, Julián y la señá Rita hablaban y cantaban al son de los bailables y la música rock que provenían del contiguo parque donde se celebraba una verbena en honor de San Lorenzo.Un grupo de espectadores, a los que nos parecía excesiva esta amena novedad, protestamos tan airada como inútilmente. La Policía Municipal nos remitió a los organizadores de la función. Nueva originalidad: a juzgar por la ausencia de responsables, la función se había organizado sola.

Poco antes de que la representación se precipitara, en una faena de aliño, hacia el final, Marujita Díaz pidió desde el escenario que cesara aquella pugna de voces y músicas tan dispares; lo único que consiguió fue, una vez cumplida su obligación de profesional, que la evacuaran con un ataque de nervios acompañado de llantina.

Una hora más tarde, un centenar de espectadores, insensibles a las innovaciones artísticas, todavía reprochaban al director de escena, acorralado en el bar de La Corrala, que no hubiera suspendido la función, a la vez que le exigían la devolución del importe de sus entradas. A cuantos nos beneficiamos esa noche de semejante movida, nos gustaría saber quién ha sido el autor de la genialidad de programar, a la misma hora y en lugares colindantes, dos espectáculos de incompatible acústica.-

Madrid.