El canal de Washington
EN LA compleja situación política panameña al menos un hecho parece claro, y en torno al mismo se organizan las diferentes fuerzas a favor y en contra de la permanencia del general Noriega como dirigente máximo del país. Estados Unidos, que se comprometió a través de los acuerdos Carter-Torrijos a abandonar el canal para fines del siglo, tiene el máximo interés en canalizar la interpretación de aquellos acuerdos de forma que le sea posible retener las responsabilidades de seguridad en la zona. El desastre militar de la contra, la incógnita sobre la continuidad del apoyo de Washington a la fuerza antisandinista, y la general inestabilidad en Centroamérica redoblan el interés de Estados Unidos por no retirar los dos pies a la vez del canal interoceánico.El general Manuel Antonio Noriega, jefe de las fuerzas de defensa panameñas, ha tenido la mala suerte de vivir en la estela de un táctico excepcional, el también general Omar Torrijos, muerto en un misterioso accidente de aviación en 1981. Éste consiguió convencer al cuando menos singular presidente norteamericano Jimmy Carter de que no debía mantenerse la situación colonial sobre la vía de agua. A su accesión al cargo en 1983, Noriega inició un vaciado de todo lo que tenía de agresivamente nacionalista el torrijismo, pretendiendo un mayor acercamiento a Estados Unidos. Paralelamente, Washington no llegó a confiar nunca en la capacidad de Noriega de controlar, como lo hizo con Torrijos, las fuerzas nacionalistas del país. El líder panameño, que, al igual que el resto de los protagonistas del drama, deseaba por encima de todo contentar a Estados Unidos sin vulnerar los acuerdos sobre el canal, se ha ido viendo arrinconado, sin embargo, por el deterioro de las relaciones con Washington, a unas posiciones de creciente radicalismo. Así, puede presentarse ahora ante la opinión como la principal fuerza que se opone al avasallamiento que viene del norte y también como el representante de un renovado torrijismo social.
Junto a Noriega, otros interesados actores de la pugna son el presidente Eric del Valle, quien, aunque formalmente vinculado a Noriega, se ha visto cómo, a favor de la ola de manifestaciones recientes contra el general, trataba de realzar sus posiciones con la esperanza, quizá, de llegar a convertirse en interlocutor privilegiado de Washington; y, finalmente, los partidos derechistas de la oposición, cuya figura más representativa es el dirigente de la democracia cristiana Ricardo Arias. Este último compite abiertamente por el apoyo de Estados Unidos, presentándose ante la opinión como el hombre de la renovación democrática y de la conciliación de los problemas exteriores.
En este contexto, la disparatada personalidad del general Roberto Díaz Herrera, que, con sus acusaciones contra Noriega, al que cargaba un surtido variado de asesinatos y crímenes diversos, había servido como motor de la agitación de días pasados, ha acabado por convertirse en una anécdota a la que nadie quiere verse asociado. Por ello, su detención por las fuerzas de Noriega ha sido acogida con la mayor indiferencia por los partidos de la oposición. De esta forma, lo que había comenzado como un reto de Díaz Herrera a la posición de Noriega se cierra, en esta primera fase de la pugna, con el reforzamiento momentáneo del jefe del Ejército panameño.
Parece cierto que Estados Unidos vería con algo más que buenos ojos la caída de quien ahora agita el sentimiento antinorteamericano, pero la partida se halla muy lejos de concluida. El propio Noriega puede contar con que sólo desde una posición de nacionalismo intransigente es posible negociar con Estados Unidos otras aceptables transigencias.
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