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Tal como éramos

Está tranquilo, relajado. Lleva una camisa azul y sostiene entre los dedos un cigarro puro que, a lo largo de las casi tres horas de charla, se ha visto obligado a encender en varias ocasiones. Felipe González físicamente está casi igual que hace unos años, cuando recibió a la misma agrupación de periodistas laborales. Las canas se han extendido algo más por los aladares, tiene más pronunciadas las ojeras, sonríe con menos frecuencia, tal vez.Pero algo ha cambiado. Cuando en el curso de la conversación se le pregunta si no siente dolor porque sea precisamente UGT quien más arrecie en sus críticas, Felipe González afirma que cuando se llevan años en política, hay que saber pasar de dolores y sentimentalismos. Y en sus palabras se adivina un pragmatismo un tanto forzado y un punto amargo.

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Y al recordarle que hace unos años él se lamentaba. de que su mayor frustración era no haber sabido explicar a la sociedad lo que estaba haciendo su Gobierno y preguntarle si ésta sigue siendo su lamentación, el presidente vuelve a elegir una valoración pragmática de las cosas. Repite que los sentimentalismos en política no son buenos. Él, dice, hace esfuerzos por comunicarse con la sociedad, y no sabe si realmente llega o no al ciudadano porque siempre es muy difícil medir el grado de comunicación. De todas formas, afirma, que actos como éste, demuestran su interés por acercarse a la gente.

Los mejores ministros

El presidente justifica, las relaciones con UGT. Y dice que el Gobierno no ha cambiado su actitud y que, en todo caso, es UGT quien la ha cambiado. ¿Tal vez por los ministros de Economía? Pero Felipe González dice que no. Cree que las referencias personales en estos casos tienen muy poco que ver.

Y concluye que si tuviera que elegir en una lista con 10 nombres para ministro de Economía, Miguel Boyer y Carlos Solchaga siempre estarían los primeros.

Además que los ministros de Economía hacen lo que deben hacer. Y sonríe cuando afirma que un ministro de Economía y Hacienda siempre se sienta en la caja del dinero y se guarda las llaves del candado; si no, sería un mal ministro.

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