Ni ética ni estética
Curro Romero, que fue agredido por un indignado espectador a la muerte de su segundo toro, montó uno de sus habituales y bochornosos espectáculos con éste y con su primero, al que se negó a matar. Lleva muchos años abusando de su estética, de la enorme calidad de su toreo, en las poquísimas ocasiones en que aflora. Pero tiempo ha que parece haber perdido el sentido de la ética.La carrera de Curro transcurre falta de honradez, vergüenza y profesionalidad taurinas. Le salva -eso es indudable- que sigue llenando las plazas. Y de ello se vale, pues a los empresarios, lógicamente, sólo les interesa que el público acuda a los tendidos, aunque casi siempre se sienta estafado y abronque a Curro, que ayer escribió otra página de la parte negra de su leyenda. Tal vez sea eso lo que pretendía. Como técnico en mercadotecnia es un genio.
Albayda / Antoñete, Romero, Paula
Cuatro toros del Marqués de Albayda, bien presentados, broncos. Uno de Javier Osborne, lidiado en primer lugar, manejable, y uno de Carmen Ordóñez, que salió en cuarto lugar sustituyendo al de Albayda por cojo, difícil. Antoñete: pitos y bronca. Curro Romero: bronca, tras ser devuelto el toro al corral el segundo, al que se negó a matar, y bronca. Rafael de Paula: pitos, bronca después de sonar los tres avisos y ser devuelto al corral el sexto. 12 de julio de 1987.
Los toros que debió lidiar y matar ayer en Las Ventas eran presuntamente difíciles, pues su nefasta cuadrilla, a tono con el jefe que la manda, se encargó de que estos aprendieran y quedaran tardos y probones. De la brillante actuación de sus descompuestos subalternos baste con un detalle: en los 17 intentos de poner banderillas realizados entre los dos toros sólo lograron dejar cuatro palos, y cómo los dejaron, y dónde los dejaron. Los picadores, fieles a su tradición taurófoba, asesinaron a lanzazos a los dos enemigos de Curro.
El torero -es un decir- no dio un muletazo en toda la tarde: ni estético ni horrible. Ni uno. Se mantuvo a prudente distancia de su primero, un morlaco rodeado por su cuadrilla, y Curro Álvarez, de la de Paula, al no haberse inventado todavía el telestoque, se marchó con parsimonia y tranquilidad al callejón.
La faena al otro duró lo que tardó Curro en acercarse desde el burladero a unos metros del animal, cinco segundos. Después comenzó a pegarle sablazos. Antoñete y Paula lucieron su estética en sendos quites al tercero. Su arte alboreó cuando embebieron el celo del toro en los suaves vuelos de sus capotes, alumbrando excelentes verónicas y medias, con el percal junto a la caera, que fueron de tronío y ensueño. El resto fue un quiero y no puedo. Con poca ética, pero mucha más que Curro.
Babelia
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