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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hacia otra URSS

SI LO acordado en el reciente pleno del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética se hace realidad en los próximos años, el rostro de la URSS cambiará sustancialmente y no se parecerá mucho al actual, al menos en su aspecto económico.Las líneas generales de la reforma apuntan hacia una mayor autonomía de las empresas. Éstas podrán fijar libremente sus precios en función del mercado, podrán decidir sin interferencias la jerarquía salarial dentro de la empresa, deberán pagar un interés por los fondos que reciben de « los bancos estatales (que serán, a su vez, profundamente reformados) y podrán reducir sus plantillas hasta el límite que consideren necesario. Se trata de una transformación radical de inmensas consecuencias no sólo para la Unión Soviética, sino también para el resto de los países del llamado bloque socialista.

Los problemas que plantea esta reforma son de gran envergadura. El primero, y el más importante a largo plazo, es el del desempleo. Quienes han visitado fábricas en la Unión Soviética han vuelto siempre sorprendidos por el exceso de mano de obra existente en ellas y por la baja productividad que resulta. Es cierto que las fábricas más avanzadas, capaces de producir el material necesario para la exploración espacial, no son accesibles. Pero la duda permanece incluso para este sector del aparato productivo, y los pocos cálculos que existen sobre el coste final del esfuerzo militar (intrínsecamente unido al del espacio) hacen aflorar cifras cuya magnitud sería impensable en los países occidentales. En cualquier caso, para la mayoría de las empresas, el aumento de la productividad como consecuencia de la mayor competencia significará el despido de millones de trabajadores, que tendrán que cambiar de empleo si no quieren verse abocados al paro. Las declaraciones oficiales sobre este punto han sido vagas. Se ha insistido en la necesidad de crear empleo en los servicios y en el ocio, pero esto es más fácil decirlo que hacerlo y nadie puede garantizar el desarrollo paralelo de ambos procesos. Una apuesta necesaria pero arriesgada que llevará a la ruptura del mito según el cual no existe paro en la Unión Soviética.

El segundo gran aspecto que deberá modificarse sustancialmente es el de los precios. Actualmente se fijan por centenares de miles de funcionarios del Gosplan, que es el que planifica la actividad de las empresas. Eliminadas la oferta y la demanda en la fijación de los precios, a la burocracia sólo le quedaba como criterio de determinación la vieja noción marxista del "tiempo de trabajo socialmente necesario" para producir los bienes y servicios objeto de intercambio. Esta noción se ha ido desdibujando con el tiempo y lo que queda actualmente es un sistema arbitrario y distorsionado contenido en centenares de libros cuya modificación es de consecuencias imprevisibles. Cambiar este aspecto de la realidad económica llevará mucho tiempo. Ésta es la razón que ha llevado a Gorbachov a aceptar la posibilidad de contradicciones en el proceso, al menos en los primeros años del mismo.

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De todo ello, tal vez lo más importante sea el énfasis que la nueva dirección ha puesto en las necesidades funcionales de la empresa y en el beneficio que obtendrán de ello los consumidores. La reforma tendrá que ser conducida con una gran dosis de inteligencia y pragmatismo. Las fuerzas que se oponen son numerosas y de gran influencia en la vida soviética. Por otra parte, incluso al final de la misma, la propiedad de los medios de producción seguirá siendo pública y el Estado continuará decidiendo su orientación. Si la reforma tiene éxito, el potencial productivo de la Unión Soviética se verá multiplicado y todos tendremos algo que aprender de esta experiencia.

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