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Tribuna:DESAPARECE EL AUTOR DE 'MÚSICA CALLADA'
Tribuna
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Una música de encantamiento

La música española ha perdido su torre más alta y la universal su personalidad más singular. Rodeado de la admiración general, mecido por el cariño de todos, se nos ha muerto ese increible viejito de 94 años, que parecía nacido del puro sonar de las campanas. Quizá por ello su corazón se resistía tanto ante la proximidad del definitivo silencio.Es hora de llanto pero resulta necesario acallarlo para pensar qué era y significaba Frederic Mompou; qué es y significa el precioso legado de su obra incontaminada. Por lo pronto hay que situarla a partir de dos polos sustanciales: una catalanidad radical y una vocación universal. En el centro, la fuerza decisiva del instinto personal. Olvidar cualquiera de estos valores, desequilibrarlos tan siquiera, sería como negarse a entender a Mompou en sus últimas verdades.

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Por la índole del pensamiento sonoro los pentagramas de Mompou, que sonaban como si vinieran desde muy lejos a partir de aquel primitivismo que predicaba cuando joven nuestro grande y bueno Frederic, demostraron no sólo papacidad de pervivencia, impulso de perdurabilidad, sino más aun: adivinación de modernidad. No en vano los mensajes más escuetos de la Europa musical del siglo XX son los de Antón Webem escapando a la tonalidad y los de Frederic Mompou reviviéndola desde la modalidad popular y religiosa.

Creador sustancial donde los haya, el lenguaje musical de Mompou no era sino la resultante natural de su pensamiento más íntimo. Tan sutilmente ordenada, tan conmovedora en sus resonancias acústico-afectivas, la música semicallada de Frederic, enamorada del silencio, contempladora de la perspectiva, es como la gota de agua que horada la piedra. Penetra en nuestro ánimo con intensidad imperecedera y se sitúa en el corpus estético y sentimental de nuestro tiempo a modo de consuelo universal que es, a la vez, refugio e incitación.

Soberbio espectáculo

Mompou extrajo de su hondón y del mundo que le rodeó la arcilla para crear su música de albas y crepúsculos. Ver a Frederic ante el piano en las horas de creación constituía un soberbio espectáculo, una inolvidable experiencia: sus manos sobre el piano depuraban lo que iba a ser una nueva obra, renunciaban a muchas notas aparentemente necesarias hasta dar con lo esencial, obedientes a la instancia de su pensamiento y a las exigencias de su refinada escucha. A un lado, la vigía de nuestra más alta torre musical, Carmen Bravo, sentía sin llegar a decirlo: "mejor, todavía mejor, ya, esto es".

Poética musical o música poética como se ha escrito mil veces, desde Wuillermoz hasta Clara Janés, coincidía muchas veces con los versos de Paul Valéry, en los que, como en el piano de Mompou, los encantamientos alternaban con los cántos mágicos en una suerte de ceremonial artístico musicalmente místico y humanamente realista. Pues no deja de serlo la actitud de evocación: Muchachas en el jardín, Canciones infantiles, Paisajes, Canciones y danzas de su país, Fiestas lejanas o el imaginativo Combat del somni, sobre los textos de Janés y Olivé.

Por qué vías misteriosas un repertorio de intimidades tan personales y ultrasensibles llegó a conmover a los auditorios de más vario origen, constituye el secreto indesvelable de la radical universalidad de Mompou, cuyos sortilegios movieron la prosa filosófica de Jankélévitch o la poética de Gerardo Diego cuando define: "Si hay movimiento en la obra de Mompou, y es inevitable pues que la música es movimiento por definición, es un movimiento circular característico del éxtasis".

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