Misterios dolorosos
Uno de los filósofos contemporáneos que más me han hecho reflexionar últimamente es Allen Arzotimanian. Es improbable que ustedes le conozcan, y es seguro que no ha sido nunca invitado a un congreso de filosofía. De hecho, no se trata de un filósofo profesional, en el caso de que aceptemos que puede existir cosa tan chusca. Por lo que yo sé, Mr. Arzotimanian es, más o menos, británico, y se dedica a inventar cosas. El más notorio de sus descubrimientos lleva el titulo de alarma antirrobo para coches pain generator, es decir, causante de dolor. No tengo idea de cuál pueda ser el principio funcional de este artilugio protector, pero lo supongo ligado a las descargas eléctricas o cosa semejante; en cualquier caso, ha provocado recelos humanitarios en algunos corazones blandengues de los que tanto abundan, y tales objeciones han dado lugar al altivo aforismo por el que Allen Arzourmanian se ha ganado con pleno merecimiento un puesto en el pensamiento de nuestra época. Dice así: "No me preocupa lo más mínimo lo que ustedes dicen acerca de la tortura y el dolor. La razón de que haya tanto de eso por todo el mundo es que funciona bien (it works)". No se le conoce a Arzoumanian disertación especulativa ulterior, ni falta que hace.Queramos o no, el instrumento del dolor funciona con admirable y pleno rendimiento. Quien esté acostumbrado a su eficacia, difícilmente se avendrá a renunciar a él para sustituirlo por algún método de persuasión más sutil, pero también más dudoso. Contra los que suponen que la civilización deseable es una renuncia progresiva y progresista al método traumático se alza siempre el sabio dictamen de Mr. Arzoumanian.
Por ejemplo, la cuestión de la cárcel. Según parece, la ingenua y benovolente idea de que el período de reclusión no debía comportar otro castigo fuera de la pérdida de libertad y que debía ofrecer a quien lo deseara o necesitara la ayuda educativa y laboral irnprescindible para una nueva oportunidad en la vida, es ya una antigualla ilusa a la que no hay que conceder más que algún halago verbal de cuando en cuando. El hacinamiento en las cárceles es cada vez mayor, y en algunos casos -Alcalá Meco- se habla de alojar a dos reclusos por celda. En estas condiciones, el SIDA aumenta sus estragos y las autoridades, por lo visto, empiezan a considerar esta enfermedad como una faceta más, dolorosa, pero por ello mismo eficaz, de la condena. Las medidas preventivas siguen sometidas a los dictados infranqueables de la hipocresía: se distribuyen preservativos entre los presos, porque las relaciones furtivas forman parte de su viciosa condición (una sentencia judicial reciente acaba de establecer que la satisfacción sexual no es un derecho esencial de la persona), pero no, en cambio, jeringuillas, pues el tráfico de drogas en las cárceles -por irrefutable que sea- implicaría a funcionarios y, por tanto, no puede ser reconocido.
Ampliar, mejorar y humanizar a fondo las cárceles es cosa que exige, en primer lugar, la vocación política de llevar a cabo la reforma y, después, mucho dinero. Este último no me parece imposible de conseguir; se me ocurre a bote pronto una fuente de ingresos muy apropiada (no tiemblen, que no voy a proponer ninguna reducción de los gastos militares): destinar a este fin una parte importante del presupuesto asignado a las exultantes efemérides del año 1992. Ya que antes de llegar a esa fecha, y a pesar de los ingenios puestos; en juego, es dificil que descubramos serios motivos para enorgullecernos de nuestro pasado, intentemos, al menos, disminuir los motivos de vergüenza de nuestro presente. En cuanto a la voluntad política, el Gobierno actual no debiera regatearla. Según Franco Venturi, la primera persona a la que se le aplicó el calificativo de "socialista" fue al insigne Cesare Beccaria, autor de De los delitos y las penas, el gran enemigo de la pena de muerte y de la tortura, reformador del sentido de los castigos carcelarios. Lo de "socialista" se lo llamó para insultarle su enemigo Facchinei, en 1765, tras acusarle de promover con sus obras "una sociedad de hombres libres e iguales". Digo yo que si alguien se ganó el nombre de "socialista" por querer mejorar las cárceles y luchar contra la tortura, algunos merecerían hoy perderlo por no continuar por el mismo camino. Claro que Beccaria sostuvo) que "juristas y legisladores deben gobernar la vida y la suerte de los hombres temblando", cuando hoy sabemos ya -gracias a Arzoumanian y otros; teóricos políticos semejantes- que los únicos sometidos a temblar son los gobernados.
Pero el arraigo de la pedagogía del dolor sigue funcionando, y mientras funcione parece locura política mostrarse inclinado a prescindir de ella. Ahí tenemos, por ejemplo, las últimas elecciones, con los excelentes resultados obtenidos por la campaña sádica de Herri Batasuna: "Lo que más les duele", "Se lo merecen...". Corno ya pocos creen que los políticos puedan mejorarnos la vida, los candidatos más avispados ofrecen sus servicios para arnargársela a los demás. Al votante más joven, al hastiado revoltosillo y, sobre todo, al cretino vulgar les tira enormemente saber que su voto hará pupa., porque las ventajas positivas son menos estimulantes o rutinariamente imperceptibles a poco de conseguidas: disfrutar de la tortura de los malos es lo mejor que prometía Tertuliano en el cielo de los buenos. Esperemos que la matanza de Barcelona haya satisfecho un poco sus ansias punitivas. A los encargados de la eficacia dolorosa, por otra parte, no se les deja que racionalicen demasiado la función encomendada. De aquí el[ cese del general Díaz Losada., por haber cometido la ingenuidad de hablar como un funcionario militar sometido al poder civil en lugar de como un iluminado defensor de la unidad sagrada conseguida por Santiago Matamoros y aláteres. Es tranquilizador saber que disfrutamos un Gobierno más obtusamente militarista que los militares no obtusos: si Arzoumanian tiene razón, tenemos funcionamiento eficaz asegurado..., aunque por lo demás no lo parezca.
Como hace falta menos sensibilidad para dar una buena patada que para hacer una. buena caricia, los inventores de alarmas pain generators siempre podrán cerrarles la boca a sus críticos humanitarios. Después de todo, el humanismo ha. sido ya felizmente arrinconado por reconstrucciones varias, y la reivindicación del placer frente a los prestigios del sufrimiento es un degradante narcisismo consumista. Un anuncio de preservativos atenta contra la salud moral de la población, mientras que un buen desfile banderas al viento o la procesión del Corpus nos resguardan de la avitamínosis ética.
Huyamos, pues, de la detestable "Europa de los mercaderes", insolidaria y hedonista: reconquistemos la Europa de los policías y los terroristas, la Europa de los fanáticos y los flagelantes, la Europa de los censores y de los inquisidores de la salud, la Europa alegre y combativa de ETA, Le Pen y Arzoumanian. Si todo eso no fuera lo que mejor funciona del mundo, a estas alturas del curso ya nos hubiéramos enterado: pero evidentemente, it works.
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